8/02/2015

De traidores a la patria



Pedro Salmerón Sanginés I y II

¿Qué es un traidor a la patria? Aunque no deberíamos juzgar a personajes del pasado con criterios del presente, el artículo 123 del Código Penal Federal puede servirnos de parámetro, porque es resultado de la tradición jurídica mexicana sobre el tema (y fundamento de la demanda interpuesta por Morena contra Enrique Peña Nieto el 5 de febrero de 2014).

Sintetizando el texto del artículo, se es traidor a la patria por: a) realizar actos contra la independencia, soberanía o integridad de la nación; b) servir a un gobierno o ejército extranjero en caso de guerra; c) espiar o dar información que pueda ser usada por extranjeros contra la nación; d) solicitar la intervención extranjera o invitar a ciudadanos de otro Estado a tomar las armas contra México; e) aceptar de un invasor un empleo, cargo o comisión, y f) cometer, declarada la guerra o rotas las hostilidades, sedición, motín, rebelión, terrorismo, sabotaje o conspiración.

En estos meses y años se ha vuelto a hablar de traición a la patria, trayendo a la discusión personajes del pasado. Ejemplarmente, Antonio López de Santa Anna. Empecemos por él. Del Santa Anna no fue un traidor, de Juan Gualberto Amaya, a la reciente historiografía académica, hay razones sólidas para dudar de su traición. La gran historiadora Josefina Zoraida Vázquez ha explicado que en la historiografía tradicional, tirios y troyanos usaron a Santa Anna como comodín. Suele recordarse el mal que hizo, magnificarse sus errores y endosarle los de otros, de manera que, si no hubiese existido, lo habríamos inventado; para esas explicaciones se hizo tan indispensable su figura como para sus contemporáneos en apuros, que una y otra vez lo buscaron.

Se olvidaron o minimizaron sus afanes para improvisar ejércitos y recursos. Se le presenta como el prototipo del chaquetero que pasó de realista a iturbidista, republicano, federalista, centralista, dictador y monárquico, olvidando que los mayores ideólogos de su época también cambiaron de bandera, antes de que su ideología se volviera consistente. Es natural: era una época de transformaciones donde los hombres intentaban responder a una realidad cambiante que no entendían. Sobre todo, se olvida que no existía o no era general el sentimiento de nación; se abstraen del análisis político temas claves, como la pobreza endémica, el atraso, el analfabetismo, las epidemias, la desnutrición y la escasísima densidad de población; no recordamos que México inició su vida independiente en la bancarrota y bajo agresión de las potencias. Lo milagroso no es que México haya perdido los inmensos territorios del norte, sino que haya mantenido la unidad nacional y, pese a todo (apenas una generación después), consolidado su soberanía.

Su biógrafo Will Fowler se pregunta: si Santa Anna reconoció la independencia de Texas, perdió a propósito la guerra de 1846-1847, vendió La Mesilla; mandó con inaudita crueldad el asalto de El Álamo, fue el oportunista que cambió de bando siempre que le convino, si gobernó como tirano, “¿cómo explicar sus repetidos retornos o que tantas corrientes políticas lo invitasen… a rescatar el país?”
Concluye: “No fue traidor. No fue chaquetero. No siempre fue tirano. Santa Anna fue un hacendado y caudillo decimonónico que trató de prosperar en lo personal y contribuir al desarrollo del país en una época de crisis graves y recurrentes, cuando la colonia que fue Nueva España dio paso a la joven, agitada, asediada y abrumada nación mexicana. Tal vez no merezca una plaza… en su natal Xalapa con su nombre, pero tampoco merece cargar con toda la culpa de todo lo que salió mal en México luego de la Independencia. Su historia, con todas las contradicciones, confusión y sufrimiento que implicó, es el reflejo de los traumas que México tuvo que padecer en sus primeros años” ( Santa Anna, Universidad Veracruzana, 2010, p. 452).

Según casi todos los historiadores académicos, Santa Anna fue corrupto (pero a veces entregó sus riquezas para armar ejércitos en defensa de la patria); irresponsable (por momentos); astuto y manipulador (cuando los ardides parecían la única solución, el mal menor); oportunista y desleal (en época de fluidez ideológica en que casi todos así parecen). Pero no traidor a la patria.

Sin embargo, tenía mucho sentido acusarlo de tal: cuando Benito Juárez lo llevó a juicio por traición, en 1867, quiso dejar en claro que existía un antes y después definitivo sobre las condiciones en que México se relacionaba con el mundo y los gobernantes con su pueblo. Ahora, que parece que se olvida ese tajante antes y después, vuelve a tener sentido señalarlo como traidor. ¿Lo fue o no?, ¿por qué puede ser significativo señalarlo como tal? Si me lo permiten, lo cuento en mi siguiente artículo.

II

¿Santa Anna traicionó a la patria? Las acusaciones concretas, que se acumularon por docenas desde 1847, se pueden reunir en seis grupos, que enunciaré en orden cronológico.

1) Se le acusa de pactar la independencia de Texas en 1836. Tras caer preso, firmó dos convenios en los que, más allá de sus acostumbrados ardides, no se comprometió a nada más que a gestionar que el gobierno mexicano recibiera una comisión texana para negociar la independencia de ese territorio. En ningún lado reconoció la independencia de Texas; incluso hizo que los texanos suprimieran un artículo del documento que le presentaron, en el que se decía que él, Santa Anna, reconocía a aquella república (más de un historiador tomó aquel borrador en lugar del documento qué sí firmó el controvertido xalapeño).

Pero (siempre hay un pero con Santa Anna) hay un tercer documento: la orden a los generales Filisola y Urrea de que se retiraran con el ejército allende el río Bravo, abandonando una campaña que tenía posibilidades de victoria. En su defensa, Santa Anna declaró que Filisola debió saber que no debía obedecer a un superior cautivo. Es cierto. También es cierto que en la segunda parte de la carta instruye a Filisola a tomar el mando y reorganizar el ejército. La responsabilidad es de Filisola. Y hay que considerar también que Santa Anna firmó bajo coacción… pero firmó.

2) Se dice que pactó en La Habana, con representantes del gobierno estadunidense, la entrega de los territorios que aquéllos ambicionaban. En efecto, ya iniciada la guerra entre México y Estados Unidos, Santa Anna recibió emisarios secretos del presidente Polk, y les ofreció que, en el caso de volver a México como jefe de Estado, estaría de acuerdo en ajustar las fronteras. Por esas vagas promesas, los estadunidenses le permitieron llegar a Veracruz a través del cerco naval que tenían en torno al puerto. Eran ardides de Santa Anna, que ofreció sin comprometerse y sin pensar cumplir, sino al contrario: quien mejor lo exculpa es el general Winfield Scott, quien señaló en mayo de 1847 que su gobierno se equivocó al confiar en Santa Anna y que de haber sabido lo que iba a hacer, nunca le hubieran permitido regresar… pero se instaló la sospecha sobre la honestidad del comandante en jefe.

3) En consecuencia del pacto anterior, se le acusa de perder a propósito todas las batallas. Ese cargo surgió de la política inmediata (1847) y se alimentó de una crítica fácil y recurrente, que puede hacerse cuando se conoce el resultado de una acción de armas: a toro pasado, todos somos Napoleón. No se sostiene a la luz del estudio de las batallas, el terreno y las condiciones, que muestran que Santa Anna hizo lo que buenamente pudo (no hablaré de las versiones conspiranoicas)… pero se perdió la guerra.

4) Hay quien cree que vendió California y Nuevo México. Es absurdo, pues no estaba en el país cuando se firmaron los Tratados de Guadalupe. Y ese inmenso territorio no se vendió, se perdió tras una guerra de agresión imperialista.

5) El cargo más sólido es el de la venta de La Mesilla, en 1853. Cuando eso ocurrió hacía meses que fuerzas estadunidenses ocupaban aquel estratégico valle por la fuerza. Y firmó bajo amenaza directa de invasión para arrebatar otros territorios del noroeste. También autorizó la construcción de una vía ferroviaria a través del Istmo de Tehuantepec. Santa Anna diría que ante la amenaza: Sin ejército, sin materiales, sin erario, y en medio de los horrores de la anarquía, ¿podía emprenderse la guerra? La prudencia y el patriotismo aconsejaban evitarla. En ocasiones “hay que ceder a la necesidad… hacer el sacrificio”. Es probable, casi seguro que así fue, que se prefirió el mal menor. Pero se enajenó territorio nacional.

6) Y en 1867 fue juzgado por incitar la intervención francesa. Y aunque el presidente Juárez estaba empeñado en que se le ejecutara, los jueces lo absolvieron por falta de pruebas.

Así pues, los historiadores académicos tienen razón: en estricto sentido, Santa Anna no fue un traidor. Recordemos que la misión de los historiadores es comprender el pasado, no juzgarlo. Pero hay demasiadas fisuras, acuerdos en lo oscurito y ardides, que dan sustento a la acusación en contrario (además de un hecho incontrovertible: vendió La Mesilla). Creo que la clave estriba en cómo la generación de Santa Anna entendía el mal menor y cómo lo entendió la generación siguiente. La clave está en cómo se definió la soberanía y la integridad nacional entre nuevas y recurrentes acusaciones de traición a la patria. Si me acompañan, en un tercer artículo terminamos este viaje al pasado para regresar al presente.


Twitter @PASalmeron

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