¿Qué mueve a alguien a ser los ojos, los oídos, el paladar, el olfato, el tacto de todos los demás?
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Ya
se sabe que todas las actividades que el hombre realiza tiene sus pros
y sus contras; todas tienen sus claroscuros; es el factor humano como
principio y fin de lo que nos mueve a decidir lo que habremos de ser
cuando estamos en edad y razón para decidirlo…
…Y está claro que el hombre –género- no es un alma purísima, sin
pecado concebida, como tampoco es ese diablo mendaz con cornamenta y
cola que pasa la vida mirando a quien se carga para condena eterna…
Digamos que el hombre está hecho de pasiones y locuras y, por lo
mismo, tiende a repetir errores como también aciertos. Es así. Es
humano y está hecho de claroscuros. Aunque algunos se pasan de claros y
otros de oscuros…
Muchos –ellos y ellas- cuando han tenido la posibilidad de estudiar,
quieren ser doctores, otros abogados, contadores, científicos,
artistas, creadores y hasta hay quienes deciden mirar cómo se pasa la
vida. Hay de todo y para todo. Así ha sido y será.
Somos tan evolutivos y tan constantes, que hemos cambiado al mundo y
lo hemos hecho a nuestro modo; pero no hemos cambiado nosotros, aunque
digamos que sí. La ropa, la moda, los modos de vivir la vida nos hacen
distintos entre nosotros, pero no diferentes…
Así que en eso de las decisiones vitales algunos deciden que quieren
ser periodistas. ¿Por qué? ¿Qué mueve a alguien a ser los ojos, los
oídos, el paladar, el olfato, el tacto de todos los demás? ¿Qué hace
que algunos decidan poner el corazón y el cerebro en lo que hacen,
cuando lo hacen por vocación, pasión y locura? ¿Qué hace que hombres y
mujeres decidan pasar desvelos, ayunos, carreras, y que tengan que
aguantar malos modos, malas caras, malos tratos y hasta agravios?
Y todo por conseguir la mejor información. La más veraz. La más
oportuna. La mejor de todas. Porque se quiere tener lo mejor para todos
el público que en cuestión de minutos leerá, escuchará, verá, o hurgará
en todos los medios a disposición para estar informados, para saber lo
que vio su enviado y para conocer si lo hizo bien o no: y para sacar
conclusiones.
Y ese es el paso fatal: Una vez conocido el trabajo periodístico, la
semilla está sembrada en el público. Desaparece el periodista. Existe
nada más la información o la opinión. Y luego viene el momento fatal
del olvido de quién lo hizo.
Cada día, los periodistas tienen que alimentar a esa multitud voraz
que quiere información fresca, nutriente, savia de vida, para saber que
sabe y, de nuevo, por fundamental: Para tomar decisiones. Ojalá éstas
sean las más justas, las más equilibradas, las más sabias y las que
mejor van para la felicidad de todos…
Algunos periodistas hay que no lo son. Pero ese es otro cantar. No importa. Sí importa.
En todo caso, como toda actividad humana esta profesión de fe es con
mucha frecuencia muy satisfactoria. Lo es cada día, cuando se ve que se
divulga lo que se hace. Y cuando uno supone que se ha hecho lo mejor y
se ha dicho algo para cambiar lo injusto por lo justo y la desigualdad
por igualdad con libertad… Y así. Todo por la información. Todo por el
criterio.
Esto viene a cuento porque también hay dolores en el periodismo. Y
son más frecuentes de lo que supone el público o el poderoso o el
enemigo de las libertades. La pérdida de algunos de ellos es uno de los
dolores: Diría Josefina Vicens que dos de los más grandes dolores del
hombre son el amor y el adiós.
En apenas unos días de nuestras vidas, tres periodistas que lo
fueron de verdad, murieron. Los tres de forma distinta, aunque el
origen profesional es el mismo.
Primero falleció por accidente un gran reportero y cronista
parlamentario: Armando Navarrete. Ocurrió el 24 de julio en el
kilómetro 257 de la autopista que va de Mérida a Cancún. Naturalmente
el gremio periodístico, y quienes le conocieron y apreciaron su
trabajo, se organizaron para hacerle un reconocimiento colectivo días
después.
El primero de agosto murió Marco Aurelio Carballo. Un periodista y
escritor de reconocida trayectoria y amplísimo prestigio; también como
editor. Premiado por su labor periodística como entrevistador y
cronista, también lo fue por su obra literaria. Durante un largo
periodo había luchado en contra del cáncer, no consiguió victoria…
Unos días antes, un grupo de sus muchos amigos le hicieron un
homenaje. No asistió, pero estaba ahí en cada uno de ellos con quienes
convivió, abrevó y dejó la semilla del buen humor, el buen trato, el
ingenio y la pasión por el periodismo…
Y la tragedia de uno más: Rubén Espinosa cuyo cadáver junto con los
de cuatro mujeres fue encontrado la noche del viernes 31 de julio
aunque la noticia se conocía hasta el sábado siguiente. Fue muerto de
forma trágica. Había huido de Veracruz ante el acoso de ‘anónimos’ que
lo perseguían y hostigaban.
Huyó de aquel estado para refugiarse en el Distrito Federal, de
donde era. Pero en la capital del país lo asesinaron. ¿Quiénes? ¿Por
qué? Hoy se investigan las causas de esas muertes. La exigencia es que
las autoridades se comporten con verdad y digan la verdad de lo que
ocurrió. Que no disfracen, que no oculten, que no creen escenarios
ficticios para salvar vidas políticas… La verdad queremos los
periodistas de verdades, que somos.
Sí. Hay luto en el periodismo mexicano. Un luto que no está en paz
consigo porque es inexplicable. En todo caso queda la semilla sembrada
y el honor de haber sido periodistas, porque es un honor que se carga
toda la vida, cuando se ha ganado, y es un honor que perdura después de
todo esto.
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