La
palabra no sería otra cosa que el medio, por excelencia, de toda
política de izquierda .Mucho tiempo antes que se volviera célebre para
el léxico de la emancipación aquello de la “toma de palabra”, la
teórica feminista chilena Julieta Kirkwood describía el feminismo como
una práctica política capaz de dar habla a los condenados de la tierra.
La política de izquierda confía en la palabra. Así lo hace
manifiesto Boris Groys en Posdata comunista. Libro en el que mediante
una ecuación simple, pero efectiva, describe al comunismo como la
subordinación de la economía por la política, esto es, la subordinación
de la cifra (el dinero) por el código (la lengua). La palabra no sería
otra cosa que el medio, por excelencia, de toda política de izquierda .
Mucho tiempo antes que se volviera célebre para el léxico de la
emancipación aquello de la “toma de palabra”, la teórica feminista
chilena Julieta Kirkwood describía el feminismo como una práctica
política capaz de dar habla a los condenados de la tierra. En
Feminarios, edición del conjunto de sus clases, charlas y seminarios
dictadas entre 1981 y 1984, Kirkwood constataba que “los que no tenían
derecho a expresarse como tales se han tomado la palabra y la usan en
sus términos. Las mujeres pasan la cuenta al teórico, al ‘tribuno’ de
la plebe, por su ropa sucia, por la crianza de los hijos, por todo un
trabajo que no tiene nombre, por su explotación: las mujeres hablan de
libertad e igualdad”. No parecieran, entonces, estar tan distantes
política, feminismo y lengua. Es más, parecieran anudarse en la propia
sonoridad de la voz intentando dislocar sentidos, abrir posibles y
visibilizar cuerpos.
La voz como índice de una presencia, de una vida, sin duda. Esto lo
sabe Julieta Kirkwood: no hay política de emancipación, sin esta
primera toma de palabra. Este primer gesto político para
Kirkwood adquiere las formas de la rebeldía, la protesta y la búsqueda
de los medios necesarios para hacer de la política una lengua que hable
también de la opresión y la violencia patriarcal. La
performatividad inscrita en esta afirmación define al feminismo como
“un conjunto de conocimientos (o intentos) de y desde las mujeres y
comprometido con éstas; junto con ser un cuerpo de conocimientos, es
acción transformadora del mundo” . Un feminismo que sin dudar hace de
la incorporación su palabra maestra e insta a las mujeres a “meterse en
el mundo como mujeres conscientes de su condición” .
No olvidemos en este punto que para Kirkwood
la certeza del dos de la diferencia sexual descrita en el argumento de
lo “natural” no es más que el argumento donde se enraíza “el fundamento
de la discriminación, no solo sexista sino también racista, clasista” .
Sin embargo, esto no es suficiente. Es necesaria también una
política de la disidencia. Afirmar y disentir a la vez. De ahí que me
parezca que la “disidencia” es también un modo de describir el
feminismo de Julieta Kirkwood. Uno entre otros, por cierto. El índice
de esta disidencia no se confía, sin embargo, en la palabra sino que en
la letra. Es en el redoblamiento pasivo, parasitario tal vez, de la
palabra en la letra donde se sitúa este feminismo disidente. Es en este
segundo gesto, que se resta de la performatividad de la palabra, donde
el feminismo de Kirkwood se restará también de la afirmación de los
géneros. No olvidemos en este punto que para Kirkwood la certeza del
dos de la diferencia sexual descrita en el argumento de lo “natural” no
es más que el argumento donde se enraíza “el fundamento de la
discriminación, no solo sexista sino también racista, clasista” .
Es precisamente en esa sustracción de la palabra donde Kirkwood plantea otro feminismo, uno disidente.
Un feminismo que descree del poder de la voz puesto que no solo
sospecha de la afirmación del tiempo presente que sin mucha vigilancia
recrea, una y otra vez, el tiempo pasado en lo que tiene que ver con
nombres y cuerpos sino que sospecha también del movimiento, espejo
silente de la palabra, que en desapercibidos gestos, muecas y mimos
reproducen jerarquías, subordinaciones y exclusiones: “a la niña:
peinarla, hacerle rulos, con lo que internaliza la seguridad de
sentirse atractiva, coqueta (la sensualidad ligada a la estética); se
le enseña pasividad (estática y dependencia del cuerpo). Este es
básicamente un proceso de ‘amoldamiento’ que tiene efectos duraderos” .
A esta dimensión usualmente olvidada de la política de izquierda,
siempre y únicamente preocupada de la palabra, Julieta Kirkwood la
llamará “cinestésica de la dominación”. Esta peculiar dimensión posa la
mirada en la inercia de los mandatos cotidianos que a pequeños golpes
de voz y de movimientos automáticos van construyendo el género . Este
arte de la dominación por el movimiento, que siempre va urdida a la
palabra y casi siempre se nos pasa inadvertida en lo inaparente de lo
cotidiano, asigna un género, define roles y constriñe cuerpos. Más
estrictamente para Kirkwood la dominación cinestésica implica “un
proceso de “manipulación” que se da entre los 1 y 5 años, diferenciando
por sexo (también para adecuar el rol genérico masculino o femenino)” .
De tal modo que deconstruir el género para Kirkwood pasa
necesariamente por “conocer los mecanismo por los cuales se enseñan los
géneros (y así vigilar más: no hay mecanismos inocuos, neutrales)” .
Uno de esos mecanismos es el movimiento, otro, la palabra añadiría.
Conocida la dominación y su mecanismo, Kirkwood plantea un feminismo no
tan interesado en el movimiento y no siempre descrito desde la palabra,
un feminismo disidente cuyo mecanismo no será otro que el de la letra.
Un feminismo del retraso de la letra. Un feminismo afirmado en el
gesto moroso de leer y sobre-escribir la historia desde esquinas
inesperadas. Un feminismo que en la docencia de signo feminista se
detiene en lecturas lentas y a contrapelo de los mitos y las certezas
provistas por el conocimiento neutral, abstracto y masculino. En
la invención de otros nombres, cuerpos y genealogías de la diferencia,
Julieta Kirkwood plantea el objetivo final de su feminismo que en el
intento de trizar el espejo de la representación no puede sino
proyectarse “disidentemente en cuanto mujer”
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