Desde
2013 y gracias a una demanda colectiva, estaban detenidos los permisos
para que empresas como Monsanto sembraran maíz transgénico en México.
Este 19 de este agosto, el juez duodécimo de distrito de materia civil
del primer circuito, Francisco Peñaloza Heras, resolvió suspender esta
prohibición. Aparentemente los argumentos presentados por diferentes
científicos, a través de la Unión de Científicos Comprometidos con la
Sociedad (UCCS), no fueron tomados en consideración por el mencionado
magistrado. Poner en manos de transnacionales el alimento más
importante del país, no sólo provocará una mayor dependencia
alimentaria y económica; los maíces nativos se contaminarán (cerca de
60 tipos diferentes), seguramente muchos desaparecerán; el efecto en la
cultura profunda del maíz será catastrófico.
Ya en
octubre de 1999 comenté en este mismo diario (“Liberación de organismos
transgénicos en el medio ambiente: ¿revolución o involución?”) que “los
recursos genéticos de un país son importantes y estratégicos por tres
razones: 1) para preservar la diversidad genética; 2) para detener la
erosión genética (las razas de maíz que existen en México, junto con
los teocintes, constituyen una fuente de variabilidad genética, útil en
caso de que los maíces “mejorados”, con su alta uniformidad genética,
sean atacados por plagas o enfermedades; su pérdida constituiría una
erosión genética irrecuperable, y 3) para asegurar el futuro
alimentario del país. Deben tomarse en cuenta también los derechos de
las comunidades campesinas e indígenas sobre esos recursos, ya que
llevan miles de años mejorándolos; no es fortuito que se encuentren en
nuestro territorio parientes silvestres de cultivos como el maíz, el
frijol, el jitomate y el aguacate, entre otros”.
Una
pregunta fundamental en este momento es ¿necesita México a Monsanto y
las transnacionales semilleras interesadas en el maíz? La respuesta es
un rotundo NO. ¿Cuál sería una estrategia sensata para lograr elevar la
producción y productividad del campo mexicano y con ello alcanzar la
autosuficiencia alimentaria? Una respuesta es invertir suficiente en
ciencia a través de las instituciones públicas del país (al menos el 2%
del PIB). Ya se ha dicho que los países que han logrado un progreso más
o menos equitativo para sus pueblos han invertido en educación, ciencia
y tecnología. Sin embargo, en los últimos sexenios en México la
inversión en ciencia ha fluctuado entre 0.3% a 0.4% del PIB. Esta
situación ha sido muy bien capitalizada por empresas como Monsanto, por
ejemplo han financiado proyectos relacionados con la experimentación de
transgénicos o con la exploración para obtener las semillas del
teocinte perenne, cuya información genética, calculó esa misma empresa,
le podría redituar hasta 6.8 billones de dólares anuales. Se debe ser
claro, el interés fundamental de Monsanto y las transnacionales que
promueven la siembra de maíz transgénico en el país es de negocios, no
humanitario.
Hasta hace pocos años Monsanto esperaba que
los transgénicos representaran en México entre 75 y 80% de sus ventas.
Esta empresa quiere recuperar la inversión de millones de dólares que
ha realizado en el país desde hace más de una década, para lograrlo
requiere que se permita la siembra comercial de maíz transgénico, esta
planta reditúa mundialmente cada año casi 75 billones de dólares. El
asunto de los maíces transgénicos en México involucra cuestiones éticas
muy importantes, espero que el magistrado Peñaloza Heras las tome en
consideración. ¿Es éticamente aceptable liberar al ambiente organismos
cuyo funcionamiento no conocemos cabalmente? ¿Sería aceptable arriesgar
la alimentación de las poblaciones humanas, especialmente las
campesinas e indígenas, que dependen directamente del cultivo de las
diferentes razas de maíz mexicanas? ¿Debemos continuar imponiendo la
visión del mercado a poblaciones cuyo objetivo inicial es lograr la
seguridad alimentaria de la familia y de sus comunidades? ¿Se debe
permitir la pérdida de parte de la diversidad biológica que deben
heredar las generaciones futuras? ¿Deben considerarse mercancías las
plantas como el maíz, el frijol, la calabaza, el chayote, el aguacate o
aquellas medicinales que, por generaciones, han domesticado los pueblos
originales y campesinos?
Bajo la lógica capitalista la
respuesta sería afirmativa, pero existe otra visión, aquella que por
generaciones ha considerado a la tierra como Madre, aquella cuyos
hombres y mujeres dicen “la planta que crece en mi parcela, es la misma
que crece en la de otro compañero”, por ello, “no es suya, ni mía, es
de todos”. Pertenece a un todo, cuyos hilos invisibles apenas empezamos
a comprender, un todo que tiene su raíz en el fondo de la tierra, se
extiende a través del tronco y la copa de un árbol sagrado como la
ceiba, nace de las entrañas de la madre tierra en forma del maíz-hombre
del Popol Vuh.
Hombres y mujeres cuyas profundas raíces y
conocimientos han transformado una pequeña mazorca de dos hileras,
hasta maíces de 12, 14, 16 hileras, de hasta 60 cm de largo, las razas
de maíz que hoy conocemos y disfrutamos en diferentes formas y
productos. Cada uno de los recursos naturales que se apropian las
transnacionales antes ha sido observado, cuidado, transformado y vuelto
a transformar, durante miles de años, por los pueblos originales, para
beneficio no sólo de sus comunidades, sino de la humanidad; de esta
manera se perfecciona el uso de los recursos, obtienen nuevas
variedades, que se conservan, experimentan, adoptan, modifican o
desechan de acuerdo con las necesidades sociales, culturales y
características ambientales de cada lugar.
Los
representantes de Monsanto argumentan que los rendimientos de maíz en
México son muy bajos, cierto, en parte, sin embargo, los transgénicos
de maíz no son la respuesta al aumento en producción y productividad,
de acuerdo con datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos,
entre 1995, año en el que se introdujeron los maíces transgénicos al
campo estadounidense, y 2007, la producción de maíz no presentó cambios
estadísticamente significativos. Parte de la solución es apoyar a los
campesinos e indígenas mexicanos, que representan 92% de los
productores de maíz cuya producción se orienta al autoconsumo en
predios de entre 1 a 5 ha, con rendimientos de entre 1.3 a 1.8 ton-ha-1.
Hace
algunos meses, durante la presentación del libro “El maíz mexicano ante
la amenaza de los transgénicos”, un productor de Sinaloa comentó que él
obtiene con semillas conservadas y mejoradas por él mismo, entre 10 a
12 ton ha-1 por lo que no necesita transgénicos de maíz. La
respuesta no es la siembra de maíz transgénico, si lo es mantener la
biodiversidad en los agroecosistemas. Así mismo, por ser un aspecto de
seguridad alimentaria es importante que los procesos de distribución de
semillas sean controlados por un Estado soberano y con visión clara de
servicio hacia el país, no a las transnacionales. Se deben crear bancos
de germoplasma para almacenar y documentar las características de las
razas locales de maíz, obteniendo plantas mejoradas que satisfagan las
necesidades locales, regionales y nacionales.
Otra
respuesta a la pregunta que abre esta contribución es estimular el
progreso de las comunidades indígenas y campesinas para lograr equidad
y un país realmente independiente y justo. Se debe reorientar la
política agropecuaria del país de tal manera que se otorguen créditos,
sin paternalismos ni manipulación política, que permitan a los
campesinos e indígenas capitalizarse para incorporar sus productos a
los mercados locales, regionales o nacionales, con precios justos;
deben establecerse redes de comercialización que permitan, sin
intermediarios, el flujo de diferentes productos entre las regiones del
país. Es necesario considerar a la alimentación y la conservación de
los recursos naturales como aspectos de seguridad nacional, que deben
ser decididos con base en las características sociales, ecológicas,
económicas y diversidad cultural. El país tiene la capacidad para
producir prácticamente todo lo que necesita.
Termino con
dos preguntas no sólo dirigidas al Magistrado Francisco Peñaloza Heras,
sino también a quienes se tomen la molestia de leer estas líneas.
¿Podremos las y los mexicanos de hoy dar un giro civilizatorio a las
actuales circunstancias que nos han puesto en un camino casi sin
salida? ¿Podremos cambiar los paradigmas actuales que dirigen no sólo
el destino de la agricultura, sino de toda la sociedad? En 1854, cuando
Franklin Pierce, presidente de Estados Unidos, ofreció al jefe Seattle
comprar las tierras que tenían a cambio de confinarlos en una reserva,
el líder piel roja finalizó su hermoso discurso, conocido hoy como “La
carta apache”, con las siguientes palabras: “termina la vida, empieza
la supervivencia”. Esas sabias palabras nos están alcanzando, ojalá las
y los mexicanos tengamos la capacidad para cambiarlas.
- Carlos H. Ávila Bello, Profesor-Investigador de la Universidad Veracruzana. Miembro del Directorio Nacional de Expertos en Bioseguridad.
http://www.alainet.org/es/articulo/171893
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