artículo de Pablo Gómez
"Al final,
no habrá mejor salario, más crecimiento, mayor productividad, mejoría
en la distribución del ingreso, menos pobreza, más empleo…".
Foto: Enrique Ordóñez/ Cuartoscuro
Los cambios en el gabinete, largamente esperados, no vendrán a resolver el problema del gobierno de Peña Nieto porque no implican un cambio en la política económica y social.
Nada será nuevo con los flamantes secretarios, quienes, por lo demás, ya lo eran. De nada servirá Meade en Desarrollo Social, por ejemplo, si todo va a seguir igual debido a que no hay una línea diferente a la Cruzada, con
todo y el abominable nombrecito: el problema de México no es el hambre
sino la pobreza estructural basada en ingresos miserables.
Lo mismo se puede decir de Nuño en Educación Pública
porque la reforma administrativa no se va a convertir en una reforma
educativa. Peña no intenta entender qué clase de cambios se requieren
pues aunque haya sido algo necesario e impostergable quitar el control
de la administración al SNTE, eso no resuelve el problema de fondo: hay
que fraguar una nueva escuela democrática y popular para enseñar y
aprender mejor.
Los neoliberales no podrán resolver ningún problema social de
México. El neoliberalismo se hizo para impedir reformas sociales, para
echar atrás las viejas reformas, pero nunca para hacer nuevas. Así que
el cuarteto fantástico, Peña, Videgaray, Osorio y Nuño,
no saben lo que se debe hacer para promover el progreso. Es ridículo
ver la fotografía promocional de la figura de Peña junto con un
sencillo puente de los que se hacen por todas partes pero presentado
como símbolo del progreso nacional. Es evidente que en los últimos tres
años el país está un poco peor que antes y que el estancamiento de los
últimos 25 años mantiene a México en el mismo agujero.
En los próximos dos años las cosas se van a poner aún más feas. Es
evidente que las inversiones públicas y privadas van a relajarse, que
el salario volverá a decrecer y que los precios no mantendrán su nivel
de crecimiento como hasta ahora. Todo está en contra. El presupuesto
base cero es una técnica que en esta ocasión va a usarse para recortar
el gasto social y ajustar el de inversión. Pero, eso sí, los altos
sueldos de la alta burocracia, incluida la del Poder Legislativo, no
van a bajar un solo peso mientras que se mantendrán los fuertes gastos
operativos dentro de un presupuesto sin objetivos económicos y sociales.
Enrique Peña tiene un gobierno que se hunde. Esto no quiere decir que el presidente vaya a renunciar.
Eso jamás. El hundimiento consiste es seguir con la falta de respuesta,
aunque sea en forma mínima, a los retos del país. Al final, no habrá
mejor salario, más crecimiento, mayor productividad, mejoría en la
distribución del ingreso, menos pobreza, más empleo. Estos objetivos
que tendrían que serlo de cualquier gobierno no lo son de Peña. Para
los gobernantes actuales lo que hay que hacer es darle una manita de
gato a todo lo que se pueda pero jamás realizar reformas. Para ellos el
reformismo es, como en el campo de la energía, un programa limitado a
fomentar las inversiones extranjeras en la explotación de los recursos
naturales del país. ¿Ampliar el mercado interno? ¿Qué es eso?
Justo cuando se está produciendo una corrida financiera y huyen
capitales golondrinos cuyas inversiones en México han sido promovidas
por los sucesivos gobiernos, Peña presume que está aumentando la
afiliación al IMSS sin aclarar que eso se debe al nuevo régimen fiscal
para los pequeños comercios que antes estaban al margen de la seguridad
social: no hay nuevos empleos, son los mismos de antes. Mientras, el
secretario de Hacienda nos sale con el cuento de que la actual
devaluación del peso (25 por ciento) es buena para promover turismo
extranjero aunque eso no se haya visto en el verano que está por
concluir. O sea, puros disparates de un gobierno que se hunde.
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