No hay un solo día conmemorativo capaz de reflejar tanta injusticia.

En sociedades como las nuestras –países cuyos rasgos culturales están
definidos por la colonización cristiana- la vida de las mujeres vale
menos que la de los hombres, de acuerdo con valores establecidos por la
sociedad y legitimados a través de las políticas institucionales que las
marginan de manera sistemática. Y dentro de este gran segmento, la de
las niñas es simplemente irrelevante.
Así se deduce en estadísticas de escolaridad, sobre todo cuando se
refieren a la permanencia en los establecimientos educativos a partir
del segundo ciclo escolar. Es allí donde se produce una de las grandes
migraciones de niñas hacia trabajos domésticos y otra clase de labores
no calificadas impuestas por los adultos, las cuales les impiden
continuar sus estudios y construir a partir de esa oportunidad de
crecimiento una vida más productiva e independiente.
Esto coloca a las niñas y adolescentes en una situación de peligro y
les impide disfrutar plenamente de sus derechos. Esa situación de
esclavitud las expone de manera casi absoluta a decisiones sobre las
cuales no tienen control. Este cuadro refleja la vida de miles de niñas
en algunos de nuestros países. También incide en embarazos en niñas y
adolescentes cuyos indicadores revelan una peligrosa falta de políticas
públicas destinadas a protegerlas y proporcionarles una asistencia
integral que garantice su seguridad física y mental.
La violencia contra las mujeres, espeluznante como es con casos
extremos de asesinatos, violaciones y marginación, en las niñas tiene el
agravante de una indefensión prácticamente total que las coloca a
merced de quienes las rodean –familiares o extraños- con una cauda
elevada de abuso sexual, agresión física y psicológica y privación de
sus derechos elementales, como educación, salud, recreación y
alimentación, todo lo cual depende más de la voluntad de quienes tienen
su custodia que de sistemas estatales e institucionales dirigidos a
garantizar sus derechos.
Un parto en niñas de entre 10 y 14 años es, de acuerdo con la
legislación vigente en algunos países, producto de una violación, no
importa si la menor hubiera consentido el contacto sexual o no. La ley
los tipifica de ese modo, pero eso es la letra y otra cosa es la
realidad. Son miles las niñas y niños violados sexualmente por personas
cercanas, desde su más tierna edad. Y los casos jamás llegan a las
cortes de justicia por falta de denuncia en la mayoría de ellos. Cuando
se produce el embarazo en una niña y la ley no permite su interrupción
oportuna, se la condena de por vida a una vida de privaciones y a un
peligro real de supervivencia.
Miles de niñas y adolescentes cuyo cuerpo apenas puede cargar con el
peso de su propia existencia dan a luz en condiciones miserables, en
medio de la indiferencia de las autoridades y el rechazo de su propia
familia; por eso el día internacional celebrado ayer lleva una especial
dedicatoria a este frágil segmento de la sociedad.
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elquintopatio@gmail.com
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