Jorge Eduardo Navarrete
El 8 y 9 de diciembre, en
Malpaso y Paraíso, se anunciaron las nuevas trayectorias estratégicas
trazadas por el gobierno de México para la industria eléctrica y la
refinación petrolera. En la víspera, los exportadores de crudo de la
Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y otros
signatarios de los Acuerdos de Viena, México entre ellos, lograron un
difícil arreglo para abatir en 1.2 millones de barriles diarios (Mbd) su
oferta total de crudo a partir del primero de enero próximo. Quedaron
definidos así, por una parte, un entorno petrolero global tenso y
controvertido y, por otra, las orientaciones que en el nuevo sexenio
seguirán las industrias petrolera y eléctrica mexicanas. Éstas se basan
en conceptos como la seguridad y autosuficiencia energéticas, olvidados
en los recientes años. Se trata de una operación urgente de rescate
productivo, iniciada en un entorno global preñado de incertidumbres y
nubarrones.
Para la industria eléctrica, se propone restituir a la Comisión
Federal de Electricidad (CFE) como núcleo del subsector, mediante la
recuperación de su participación relativa en la generación total. Como
se sabe, ésta declinó en los pasados años, hasta sólo 52 por ciento de
un total de 329 mil GWh en 2017. Apenas en 2014 tal participación, ya
muy disminuida, había sido de 57 por ciento de un total de 303 mil GWh.
De esta suerte, entre 2014 y 2017 la generación efectiva de la CFE
disminuyó de 173 mil a 172 mil GWh, en tanto que la aportada por otros
generadores, en especial los productores independientes, ganó 5 puntos
porcentuales en ese total. El objetivo no declarado de la reforma
eléctrica consistía en desmembrar a la CFE como generador dominante y
concentrarla progresivamente en el porteo y la distribución. Como se
dijo en Malpaso, ahora se prevé
incrementar la capacidad de generación de las plantas de CFE, realizar inversiones para el aprovechamiento pleno del parque de generación y establecer una política inteligente en el uso de combustibles, mediante la utilización de todas las fuentes primarias. Se busca, en un proceso gradual y extendido, disminuir la dependencia del gas natural importado como combustible por excelencia para la generación y elevar el aprovechamiento del potencial hídrico, sobre todo en centrales ya existentes.
En Paraíso se anunció el Plan Nacional de Refinación como eje de una
amplia estrategia de reposicionamiento y fortalecimiento de Petróleos
Mexicanos (Pemex) como entidad líder del sector energético mexicano. A
partir de la construcción de una nueva refinería y de la rehabilitación
de las seis ahora en precario funcionamiento, con muy bajos índices de
uso de la capacidad instalada, se iniciará un largo proceso de
sustitución de importaciones de combustibles y de restauración de la
seguridad energética de la nación. No debe perderse de vista que se
trata de propósitos de mediano y largo plazos y que lo importante es
echarlos a andar cuanto antes, pues se requerirá de uno a dos lustros
para que sus resultados sean significativos y perceptibles a primera
vista. Satisfacer la demanda de crudo para ampliar la oferta nacional de
gasolinas, diésel y otros petrolíferos supone, desde luego, revertir la
tendencia decreciente de la extracción de crudo, manifiesta ya por
varios años, no para destinarlo preferentemente a la exportación sino
para su transformación industrial en México.
Más allá del programa de producción primaria de Pemex, por anunciarse
el sábado próximo, el conjunto de estrategias energéticas debería
complementarse en breve con la elaboración de una política nacional de
energía que los vincule y compatibilice. La definición, en los próximos
meses, del Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 ofrece una oportunidad
temprana que no puede dejarse pasar para incluir en él dicha política.
La OPEP y otros firmantes de los Acuerdos de Viena, encabezados éstos
por la Federación de Rusia, se reunieron en un momento difícil, marcado
por los indicios de debilitamiento de la demanda mundial de petróleo,
asociados a una desaceleración de la actividad económica global que muy
probablemente se iniciará en el año que está por comenzar, y por las
cada vez más insistentes presiones políticas de Trump en favor de una
rápida expansión de la oferta mundial de crudo, incluida la proveniente
del propio Estados Unidos, que mantenga los precios internacionales
relativamente deprimidos, evitando que siga adelante la gradual
recuperación experimentada en el presente año. La decisión colectiva de
retirar 1.2 Mbd de la oferta total (0.8 de la OPEP y 0.4 Mbd de los
demás), respecto del nivel de octubre de 2018, fue producto de un muy
difícil consenso y sólo in extremis se evitó un rompimiento.
Las comunicaciones formales de la OPEP no aclaran cómo se distribuirá la
disminución acordada, lo que sugiere que existen cabos sueltos por
anudar antes del inicio de año.
En un entorno global presionado e incierto se vuelve más urgente que
la nueva estrategia petrolera y eléctrica de México se instrumente sin
demora y con transparencia.
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