Todo principio jurídico
y político con el paso de los años puede cambiar o ajustarse a los
nuevos signos de los tiempos. Tal parece que la concepción de la
laicidad que ha caracterizado la identidad del Estado moderno mexicano
desde Benito Juárez sufre en los hechos cambios y ajustes. Los sectores
católicos conservadores demandan mayores espacios en la irrupción de la
Iglesia en la vida pública del país. Apela a una laicidad positiva y
mayor libertad religiosa. En Francia esa misma derecha demanda
políticamente que el Estado haga valer el laicismo histórico para
inhibir los signos musulmanes de vestimenta, porque son
religiosos, como la burka o el nicab propio de los migrantes en las escuelas y espacios públicos. La laicidad se vuelve de conveniencia, sujeta a los intereses de los actores sean religiosos o seculares. En México, hasta hace unos años, la laicidad sufría la presión de los grupos católicos que demandaban mayor capacidad de incidencia en la esfera pública. Sin embargo, el pragmatismo de la clase política mexicana se convirtió en un nuevo factor de amenaza. Con el fin de legitimarse políticos y candidatos se imbrican con lo religioso para otorgarse plausibilidad ante la ciudadanía o ante el elector. Tal impostura es observada en los casos de Emilio González, ex gobernador de Jalisco, con arrebatos etílicos se enmascaraba de cristero ante el cardenal Juan Sandoval Íñiguez. O Javier Duarte y César Duarte, gobernadores en su momento de Veracruz y Chihuahua, respectivamente, encomendaron su gestión, persona y la propia entidad al Sagrado Corazón de Jesús y a la Inmaculada Virgen María. En magnas ceremonias litúrgicas, ambos gobernantes corruptos se llenaron de misticismo y piedad ante la mirada atónita de la feligresía y complacencia de los obispos locales.
Hay muchos otros ejemplos; sin embargo, destaca que en las campañas
presidenciales de 2018 se mostró un fenómeno intempestivo: la notable
irrupción de lo religioso en los discursos y actitudes políticas de los
candidatos. Como nunca, los contendientes presidenciales hicieron propia
la agenda moral y religiosa de la Iglesia católica y de algunas
iglesias evangélicas. Los candidatos mostraron apegos conservadores a
los valores religiosos y fueron conciliadores con la derecha religiosa e
incluso la pentecostal.
Ello nos lleva a una primera constatación. La amenaza al carácter
laico del Estado no proviene sólo de los actores políticos, sino también
de una clase política ávida de probidad social. Dicho fenómeno no debe
sorprendernos del todo, si se tiene en cuenta la irrupción política en
América Latina de un tipo de evangelismo político de corte
neofundamentalista. Dicha irrupción ha sido política electoral de gran
impacto en casi todos los países de América Central, pero igual en
Colombia, Chile y, por supuesto, Brasil. Jair Bolsonaro ganó bajo la
consigna:
Primero Brasil, pero ante todo Dios. El intento del Partido Encuentro Social (PES) en México fue paradójico, pues los evangélicos votaron por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pero no por el partido evangélico. El PES tiene una nutrida representación legislativa en las dos cámaras, pero no alcanzó su registro.
AMLO como candidato, tuvo las mayores alusiones y metáforas religiosas en su campaña.
Ésta empezó justo el 12 de diciembre, el día de la Morena, para
registrar su candidatura. Sus alegorías religiosas se convierten en
prédicas acerca de la moral de la política. El político tabasqueño
lamentaba la ruptura entre los principios y el ejercicio del poder en la
política. Sus malquerientes lo califican de
redentoro
mesías tropical, término acuñado por el historiador Enrique Krauze. Pese a las críticas, AMLO proclama llevar la imagen de la Virgen en su cartera para que lo cuide; sin embargo, ante el acuerdo electoral con el PES, AMLO ofreció organizar encuentros ecuménicos e interreligiosos, así como reuniones con creyentes y no creyentes. Ante la militancia pesista, prometió la elaboración de una
constitución moralpara auspiciar una nueva corriente de pensamiento político, que promueva un paradigma moral de amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria.
En este trance hay un peligro, como admitir que la sociedad deba
construirse sobre los valores religiosos de las iglesias. ¿Se
reconfesionaliza la clase política?, ¿habrá que redefinir la laicidad
mexicana? Se entiende la preocupación de AMLO por el alejamiento entre
moral y política, por el divorcio entre la ética y el ejercicio del
poder. Pero, los riesgos son evidentes, la normativización moral del
Estado y de sus leyes, acordes con determinada concepción de la religión
sobre la moral y el derecho. Esto constituye una modalidad de
fundamentalismo ético-religioso con implicaciones políticas heredada de
los integrismos tradicionales. Mientras se pensaba que el secularismo de
las sociedades modernas reubicaría a la religión en un lugar menos
central de la cultura, las iglesias, en especial las pentecostales en
América Latina, irrumpen contundentemente en la plaza pública con la
fuerza de un voto obediente y disciplinado. La laicidad se vuelve sumisa
ante los intereses pragmáticos de los actores políticos y religiosos.
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