Claudio Lomnitz
Estoy en contra de las llamadas
consultas popularespromovidas por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Además, me pareció imprudente la decisión de cancelar el aeropuerto en Texcoco, que sin duda afectará la economía mexicana, y reducirá los márgenes de acción del gobierno durante este sexenio. La cancelación de Texcoco aumentará el precio del crédito y reducirá inversiones. Pondrá a cada una de las decisiones del gobierno bajo el microscopio de los inversionistas. Por estas razones, la decisión del presidente López Obrador me preocupó y me preocupa. Sin embargo, y sin disminuir la gravedad de estas consideraciones, sí hay dos grandes oportunidades que abre esa la decisión. Importaría mucho que se aprovecharan, ya que se trata de una decisión ya tomada.
Más allá de haber dejado en claro que el Presidente
no es un florero(un triunfo pingüe), la cancelación de Texcoco abre espacios de acción que antes parecían cancelados, aunque lo positivo de la decisión sólo existirá si el cierre del aeropuerto abre la puerta a una serie de políticas que ya nada tienen que ver ni con aeropuertos, ni con Santa Lucía.
¿Cuáles son las oportunidades que podríamos aprovechar por la
cancelación del aeropuerto? La primera es que una cancelación así de
cara nos permitiría tomarnos en serio la gravedad del problema ambiental
del valle de México. Lo caro del cierre nos tendría que obligar a
comprometernos a recargar el acuífero, comenzando por preservar lo que
queda del lago. Así, cuando hablamos de preservación, no debemos pensar
tanto en escenas de patos silvestres (como insisten quienes descartan la
seriedad del problema), sino en la obra pública que nos haga falta para
conseguir una lenta recarga del acuífero que subyace la ciudad, y que
está casi agotado.
La zona metropolitana de Ciudad de México está en el umbral del
colapso hídrico y la cancelación del aeropuerto podría servir para armar
una política estricta y coherente de recarga de los acuíferos. El
problema ecológico, no es tanto cuestión de patos y de áreas verdes, por
deseables que sean, sino de la conformación de una política del agua
real y seria, porque el agua se le está acabando a Ciudad de México.
Así. De ese tamaño.
Por otra parte, la cancelación del aeropuerto podría también ser el
comienzo de una política seria (y urgente) de reubicación poblacional.
De hecho, visto desde el ángulo de la política de poblamiento, la idea
de construir un hub en el valle de México siempre fue una
irresponsabilidad, porque un gran centro de tráfico aéreo en la ciudad
abriría la puerta a una mayor concentración de negocios en Ciudad de
México, y por tanto a una mayor concentración de gente en un valle que
está ya poblado mucho más allá de los límites de la sustentabilidad. El
agua en Ciudad de México se está acabando. Esto lo afirman todos los
expertos serios sobre el tema, y ha sido reportado como problema real y
gravísimo por fuentes como CNN y el New York Times. Cancelar un hub –con
todos los negocios que traería– podría llegar a ser algo bueno, si la
acción fuera de la mano de otras –bien pensadas y bien financiadas– que
se orienten a reducir seriamente la construcción en el valle de México.
Así de dramática está la cosa. Y como está así de fuerte, el costo
exorbitante de la decisión tomada por López Obrador bien podría
justificarse al fin, si diera inicio a una discusión seria de este tema.
Ojo, de este tema, y no del que si el Presidente de la República es o
no florero.
La segunda oportunidad que abre la cancelación de Texcoco es la de
realizar un cuestionamiento serio cada vez que se quiera aprobar un
megaproyecto, porque esa clase de obra es siempre un gran compromiso a
futuro. México tiene una historia de megaproyectos que han tenido una
vida social complicada, dudosa, o de plano nula: la planta nuclear de
Laguna Verde es un ejemplo, como lo es también la Planta de Tratamiento
de Aguas Residuales de Atotonilco –la más grande de América Latina–, que
sigue sin haber funcionado nunca. Si se hubiera construido el
aeropuerto en Texcoco, y junto a él la
nueva Santa Fellamada
Aerópolis, sólo para luego enfrentar, al par de años, una crisis de agua mayúscula, el aeropuerto se hubiera sumado a esta lista de megadesastres.
La cancelación de la obra del aeropuerto se hizo de mala manera y
tendrá consecuencias severas para la economía mexicana, pero podría
todavía resultar ser positiva si el gobierno ve en ella un primer paso
hacia la construcción de la sustentabilidad del valle de México, y hacia
la inspección detallada de cada uno de los megaproyectos que se vayan a
proponer a futuro, incluido, desde luego, el del Tren Maya y la
refinería en Dos Bocas. Si no se aprovechan estas opurtunidades, la
decisión de la cancelación del aeropuerto de Texcoco quedará como el
desplante político más caro de la historia.
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