12/15/2018

Ni de aquí ni de allá, de ambos: la identidad nacional


Primera parte
Por: María Fernanda Iriarte Fuentes Quiroz*

Mientras más se piensa, más bizarro se torna; cómo uno moldea su identidad de forma única conforme a su nacionalidad, esa que se le otorgó por haber nacido en cierto territorio y no unos kilómetros al norte o al sur, cómo la idiosincrasia de un pueblo puede cambiar tanto dependiendo de dónde se encuentre. Es surreal tener la certeza de que seríamos individuos completamente distintos en todos los sentidos de haber nacido en otro lugar, a pesar de que todos somos humanos, habitamos el mismo planeta, y los problemas que aquejan al mundo nos conciernen a todos.                                         
El saber que gran parte de tu identidad se define por accidente geográfico es bastante curioso, lo es aún más el enorgullecerse de aquella eventualidad. El mundo es vastísimo, lleno de divisiones y fronteras, y, aunque el mero prospecto de la identidad cultural de cada parcela de tierra es interesante, debemos admitir que un mundo sin fronteras es prácticamente imposible, dadas las circunstancias actuales. Un mundo en el que todos podamos coexistir pacíficamente suena bellísimo, pero ¿qué tan factible es?          
Somos una paradoja infinita; creadores de cosas bellísimas, perpetuadores de destrucción. Damos vida al mismo tiempo que la sangre corre por nuestras manos. Somos una sola raza, cuya singularidad recae en el hecho de que todos somos diferentes, complejos más allá de nuestra comprensión. Somos tan complejos que la mejor forma de coexistir en la misma realidad que se nos pudo ocurrir ha sido dividirnos. Primero en Imperios, luego en naciones. Ahora, cada territorio tiene sus particularidades sociales, que van desde maneras de ver el mundo hasta con qué mano se come.          
Las diferencias  culturales entre los países del mundo son innumerables, así como lo son las disputas entre éstos; por poder, por riqueza, por conveniencia, o por petróleo. Cabe destacar que, aunque cada país es un pequeño mundo por sí solo, algunos reciben tanta atención como una marquesina iluminada en la Gran Manzana y a otros se les mira de reojo ocasionalmente, dependiendo de su influencia, riqueza y poderío. Aquellos países con mayor influencia internacional lideran la esfera mundial. Si a uno de estos titanes se tropieza, el mundo se tambalea junto con él. Pero si una nación pequeña sufre, aunque sea a manos de un titán, la atención que los medios de comunicación dan al asunto es cortísima. Puede que Cronos se esté comiendo a sus hijos a plena luz del día, pero si se trata de un hijo pequeño, a lo mejor el caso se cubrirá por un par de días y después los medios lo dejarán de lado.       
Uno de los titanes de la política mundial es Estados Unidos. Es controversial, problemático e impredecible, pero sobre todo, influyente. Visto en términos cotidianos, los Estados Unidos pueden llegar  a ser como una persona manipulativa con la que tienes que mantener una relación de tensa cortesía, pues tiene los medios para hacerte sufrir y temblar de miedo si así se lo propone. Para nuestra suerte, la conexión entre México y Estados Unidos es muy estrecha. Y peculiar. La tensión siempre ha existido entre nosotros, aunque se ha hecho notar más en años recientes, especialmente desde la llegada de Trump a la Casa Blanca.
El presidente de nuestro vecino del norte es abiertamente antimexicano. Muchos nos llaman “el patio trasero de Estados Unidos”. No es secreto que existe cierta aversión hacia lo mexicano del otro lado de la frontera, ni que de este lado nos gusta enmascarar el hecho de que sí existe cierta aversión hacia lo estadounidense. No obstante, México depende de EU, así como ellos dependen de nosotros. Nuestras culturas conviven constantemente.  Muchos de nuestros compatriotas cruzan la frontera en busca de una mejor vida. La presencia de latinos en EU es notoria: en los comicios electorales, en el idioma, la literatura…
La convivencia cultural es inevitable. Es más, no hay manera de que las culturas del mundo no convivan entre ellas. Mientras los mexicanos tengan razones para migrar a Estados Unidos, habrá convergencia cultural. En palabras de Jorge Ramos (2016): “Me fui porque algo me expulsó de México. Yo no quería ser inmigrante; nadie quiere ser inmigrante. Fui forzado a emigrar y lo hice como millones de mexicanos”.

* Este artículo fue escrito por la alumna de tercer grado de secundaria del Colegio Nuevo Continente Metepec


CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 

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