Primera parte
Por: María Fernanda Iriarte Fuentes Quiroz*
Mientras
más se piensa, más bizarro se torna; cómo uno moldea su identidad de
forma única conforme a su nacionalidad, esa que se le otorgó por haber
nacido en cierto territorio y no unos kilómetros al norte o al sur, cómo
la idiosincrasia de un pueblo puede cambiar tanto dependiendo de dónde
se encuentre. Es surreal tener la certeza de que seríamos individuos
completamente distintos en todos los sentidos de haber nacido en otro
lugar, a pesar de que todos somos humanos, habitamos el mismo planeta, y
los problemas que aquejan al mundo nos conciernen a
todos.
El saber que gran parte de tu identidad se define por accidente
geográfico es bastante curioso, lo es aún más el enorgullecerse de
aquella eventualidad. El mundo es vastísimo, lleno de divisiones y
fronteras, y, aunque el mero prospecto de la identidad cultural de cada
parcela de tierra es interesante, debemos admitir que un mundo sin
fronteras es prácticamente imposible, dadas las circunstancias actuales.
Un mundo en el que todos podamos coexistir pacíficamente suena
bellísimo, pero ¿qué tan factible es?
Somos una paradoja infinita; creadores de cosas bellísimas,
perpetuadores de destrucción. Damos vida al mismo tiempo que la sangre
corre por nuestras manos. Somos una sola raza, cuya singularidad recae
en el hecho de que todos somos diferentes, complejos más allá de nuestra
comprensión. Somos tan complejos que la mejor forma de coexistir en la
misma realidad que se nos pudo ocurrir ha sido dividirnos. Primero en
Imperios, luego en naciones. Ahora, cada territorio tiene sus
particularidades sociales, que van desde maneras de ver el mundo hasta
con qué mano se come.
Las diferencias culturales entre los países del mundo son
innumerables, así como lo son las disputas entre éstos; por poder, por
riqueza, por conveniencia, o por petróleo. Cabe destacar que, aunque
cada país es un pequeño mundo por sí solo, algunos reciben tanta
atención como una marquesina iluminada en la Gran Manzana y a otros se
les mira de reojo ocasionalmente, dependiendo de su influencia, riqueza y
poderío. Aquellos países con mayor influencia internacional lideran la
esfera mundial. Si a uno de estos titanes se tropieza, el mundo se
tambalea junto con él. Pero si una nación pequeña sufre, aunque sea a
manos de un titán, la atención que los medios de comunicación dan al
asunto es cortísima. Puede que Cronos se esté comiendo a sus hijos a
plena luz del día, pero si se trata de un hijo pequeño, a lo mejor el
caso se cubrirá por un par de días y después los medios lo dejarán de
lado.
Uno de los titanes de la política mundial es Estados Unidos. Es
controversial, problemático e impredecible, pero sobre todo, influyente.
Visto en términos cotidianos, los Estados Unidos pueden llegar a ser
como una persona manipulativa con la que tienes que mantener una
relación de tensa cortesía, pues tiene los medios para hacerte sufrir y
temblar de miedo si así se lo propone. Para nuestra suerte, la conexión
entre México y Estados Unidos es muy estrecha. Y peculiar. La tensión
siempre ha existido entre nosotros, aunque se ha hecho notar más en años
recientes, especialmente desde la llegada de Trump a la Casa Blanca.
El presidente de nuestro vecino del norte es abiertamente
antimexicano. Muchos nos llaman “el patio trasero de Estados Unidos”. No
es secreto que existe cierta aversión hacia lo mexicano del otro lado
de la frontera, ni que de este lado nos gusta enmascarar el hecho de que
sí existe cierta aversión hacia lo estadounidense. No obstante, México
depende de EU, así como ellos dependen de nosotros. Nuestras culturas
conviven constantemente. Muchos de nuestros compatriotas cruzan la
frontera en busca de una mejor vida. La presencia de latinos en EU es
notoria: en los comicios electorales, en el idioma, la literatura…
La convivencia cultural es inevitable. Es más, no hay manera de que
las culturas del mundo no convivan entre ellas. Mientras los mexicanos
tengan razones para migrar a Estados Unidos, habrá convergencia
cultural. En palabras de Jorge Ramos (2016): “Me fui porque algo me
expulsó de México. Yo no quería ser inmigrante; nadie quiere ser
inmigrante. Fui forzado a emigrar y lo hice como millones de mexicanos”.
* Este artículo fue escrito por la alumna de tercer grado de secundaria del Colegio Nuevo Continente Metepec
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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