Con un estilo de gobierno basado en su propia personalidad, acendrado
ahora en su papel de presidente de la República, López Obrador y su
partido Morena que tiene mayoría en el poder legislativo, impulsan una
serie de iniciativas en el marco de la lucha contra la corrupción y la
austeridad en los órganos, autoridades e instituciones oficiales.
Con razones de sobra, lo que el presidente de la República lleva a
cabo es responder a un clamor popular que se reflejó en el voto
mayoritario que recibió el pasado 1 de julio: terminar con los
privilegios y la impunidad de los funcionarios públicos, principalmente
en las cúpulas, que viven con ingresos estratosféricos, lujos,
prebendas, escoltas, teléfonos, autos y gasolina gratis. Nada que ver
con la realidad de millones de mexicanos.
La brecha entre este grupo de funcionarios públicos con el resto de
la población se ha ensanchado con el paso de las últimas
administraciones. También se ha hecho evidente la falta de compromiso
social de estos funcionarios cuya tarea y responsabilidad es impartir
justicia, transparentar el ejercicio de gobierno, mantener el equilibrio
en las finanzas públicas, manejar con responsabilidad los recursos
financieros públicos y atender las necesidades más apremiantes de la
población como es la seguridad.
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Este alejamiento entre funcionarios públicos y ciudadanía es tomado
por la mayoría de la población como una afrenta inmoral y, en algunos
casos, como una traición a su quehacer y responsabilidad social, sobre
todo cuando hablamos de justicia.
El enojo social ha crecido conforme se han hecho públicas actuaciones
y decisiones de ministerios públicos, jueces, magistrados y ministros
que afectan a la mayoría, como el nepotismo, compadrazgo, la aprobación
de sus elevados salarios, la protección a los bancos con el Fobaproa, la
liberación y protección de políticos corruptos y delincuentes, así como
la indolencia y hasta el maltrato diario a los contribuyentes.
Todo esto y otros más han sido actos ofensivos para una sociedad que
sufre, por un lado, la fragilidad económica, y por el otro, la
vulnerabilidad por la falta de justicia y seguridad.
Esta lucha de poderes entre el ejecutivo y el legislativo frente al
poder judicial, llámese jueces, magistrados y ministros, que son los que
lo encabezan, puede llegar a terrenos peligrosos de desestabilización
gubernamental.
El choque de trenes puede suscitar, un descarrilamiento o una crisis
que ya está llegando a las calles donde grupos sociales se están
organizando para protestar por la decisión de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación de amparar a más de cuatro mil funcionarios
públicos que rechazan el ajuste salarial por debajo de lo que ganará el
presidente de la República.
Los tiempos de cambio son tiempos de transformaciones y estas generan
y habrán de generar diferencias, confrontaciones y crisis. Este es el
inicio de la llamada Cuarta Transformación, que viene con una sacudida
en todos los órdenes de gobierno y que también podrían alcanzar al
propio poder presidencial.
Quizá esto es lo que nos hacía falta desde hace tiempo, una sacudida
del tamaño del problema que se enfrenta y que forma parte de una crisis
estructural que no puede corregirse con acciones o decisiones
superficiales o cosméticas y no caer en lo que versa el dicho popular:
cambiar para que todo siga igual.
Por cierto… Durante los últimos años, la burocracia
se ha incrementado considerablemente. Según datos consultados por el
diario Reforma en agosto pasado el aumento en el número de trabajadores
en distintas secretarías gubernamentales es de casi 200 mil trabajadores
en la última década. Esto es, el 30% más en los gobiernos de Felipe
Calderón y Enrique Peña Nieto.
La intención del gobierno de López Obrador es reducirlo en al menos
ese 30% que integra el personal de confianza, así como reducir salarios a
funcionarios que rebasen los 40 mil pesos de ingreso mensual.
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