La lucha no es por cambiar las políticas públicas para enfrentar la
pobreza en la que vive la mayor parte de la población, tampoco para
buscar solucionar la grave inseguridad que vivimos, acabar con la
corrupción o la impunidad, ni para darle la vuelta al orden económico
que tenemos. No, el choque es por un tema de remuneraciones.
Existe una forma más elegante de describirlo, contraria a una
percepción social de que el detonante de este choque es un tema de
dinero y privilegios: la batalla que atestiguamos es por una cuestión de
independencia y autonomía de las instancias que sirven de contrapeso al
gobierno electo, las cuales se enfrentan a los Poderes controlados por
las mayorías triunfantes en las pasadas elecciones. Como sea, la forma
más sencilla de presentarlo es que estamos ante un choque del Poder
Judicial federal, encabezado por la Corte, contra los otros dos Poderes
federales.
Podemos por supuesto ser un público inerte ante este enfrentamiento,
podemos alentar a uno de los bandos o podemos contribuir a ponerle un
alto a este choque que al país no le conviene. Opto por lo último porque
pienso que una de las grandes transformaciones sociales que necesitamos
pasa por recordarle a toda la clase gobernante, incluida la de los
Poderes Judiciales, que los recursos públicos no son de su propiedad y
que los puestos públicos que les confiamos no son su patrimonio
personal. En una idea, la Patria es primero y quien manda es el pueblo.
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Cabe aclarar que los treinta millones de votos para el Presidente y
su partido, no le dan a él ni a las mayorías legislativas la capacidad
de decidir cualquier cosa. Al menos no para pactar impunidad, ni para
militarizar la seguridad pública, ni para acordar finiquitos con
recursos públicos para los malos negocios de las grandes empresas,
mientras que las personas comunes sufrimos y pagamos las consecuencias.
Dicho eso, obvio que comparto la idea de austeridad republicana.
Cambio de lado y me enfoco en la defensa de la que se tiene noticia
por parte del Poder Judicial federal. Cientos de titulares y personal de
los juzgados y tribunales han iniciado juicios de amparo contra la Ley
Federal de Remuneraciones. Y lo más reciente, se ha ordenado suspender
su aplicación para que no condicione el Presupuesto de Egresos de 2019,
por la sola determinación del Ministro Alberto Pérez Dayán –que es uno
de los cuatro contendientes para presidir la Corte por los siguientes
cuatro años–. A las personas que les gusta adular a este bando no les
faltarán elogios para destacar la “audacia” de la defensa de su
independencia, mucho más si la Cámara de Diputados cumple sin mayor
debate esta suspensión.
Opino distinto. Ambas acciones, los amparos iniciados y la suspensión
otorgada, me parecen insensatas porque comprometen su imparcialidad.
Aunque en el discurso reiteren que todo lo que hacen lo hacen por
necesidad y para defender la independencia judicial –que en última
instancia requieren para defendernos a las personas y nuestros
derechos–, me queda la impresión de que sus intereses personales
desplazaron el interés público. Por supuesto que es comprensible: por
mucho que gane alguien, de un semestre para otro es muy complicado que
pueda ajustarse para ganar mucho menos. Pero les faltó estrategia y
conciencia política.
De entrada, cada persona de este Poder Judicial que juzgue uno de
esos amparos o las acciones de inconstitucionalidad presentadas por la
minoría del Senado y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos –cuya
cúpula también está afectada por el ajuste a la baja de las
remuneraciones–, tiene impedimentos legales que debieron sopesarse, pero
sobre todo, cada persona que ya presentó esa demanda de amparo se ha
colocado en posición de impedimento para juzgar otros casos en los que
participen los Poderes a los que combaten, según su propia Ley Orgánica.
Y por lo que se refiere a la medida cautelar ordenada por el Ministro
Pérez que busca frenar la aplicación de la Ley Federal de
Remuneraciones en la confección del Presupuesto, la crítica que puede
hacerse es que es expresamente contraria a la ley que rige las acciones
de inconstitucionalidad y no tiene precedente. Aunque para ser preciso,
en realidad tiene un precedente de su propia autoría, solamente que en
otro tipo de juicio constitucional. Un precedente que también da que
pensar, porque la otra suspensión de una norma general de que se tiene
noticia se dictó en una controversia constitucional –contrario a lo
indicado por la ley que las rige–, en la que se buscaba que el personal
de los tribunales de la capital no tuvieran que hacer públicas sus
declaraciones patrimoniales, de intereses y fiscal.
No es que todas las leyes tengan que seguirse al pie de la letra,
porque de hecho los Poderes Judiciales están para defendernos de ellas
si contravienen las normas de la Constitución y los tratados
internacionales que resulten más favorables. No es que sea equivocada la
postura de ordenar la mayor protección de las personas y tener en mente
que todas las autoridades, en el ámbito de sus competencias, deben
salvaguardar los derechos humanos. Lo que resulta inconsecuente es que
en veinticuatro años de controversias y acciones de
inconstitucionalidad, sea hasta los casos que benefician a los Poderes
Judiciales que se apele a la primacía de los derechos para darle la
vuelta a una prohibición expresa de suspender leyes.
Aparte de la inconsistencia, la insensatez de colocarse en una
posición en la que desde una sede política, el Congreso federal, se
puede acusar de parcialidad a la Corte y colocarla en un escenario de
descrédito. Aquí los dos bandos pueden llegar a extremos de pesadilla.
Desacatar una orden judicial puede costarles el puesto a las mayorías
legislativas, pero éstas pueden emprender juicios políticos. Un
escenario que nadie debiera buscar. Menos drástico, el Presupuesto se
puede armar sin necesidad de la Ley Federal de Remuneraciones porque el
mandato de ajustar a la baja las remuneraciones está en dos
disposiciones constitucionales transitorias de la reforma de 2009 del
artículo 127 constitucional –lo entienden bien las personas que hicieron
la demanda modelo para el Poder Judicial federal–.
¿Quién entonces, en su sano juicio, querría presenciar un choque de
trenes? Por eso es mejor buscar soluciones. Así que cierro esta opinión
con una propuesta y anuncio una acción. Quienes usamos el sistema de
justicia podemos presentar una demanda de amparo para equilibrar esta
situación. Si pensamos que la Ley Federal de Remuneraciones no necesita
de otro acto para aplicarse, tenemos hasta el 18 de este mes. Como
personas que usamos las instancias judiciales federales nuestro interés
para demandar es diferente del interés del resto de la población que
atestigua muda esta batalla. Y como es notorio, las remuneraciones a la
baja han comprometido el accionar de los juzgados y tribunales desde
ahora.
En este contexto, aquella Ley menoscaba, entre otros, nuestro derecho
al acceso a la justicia. Si más adelante otras leyes la sustituyen u
otros actos se suman para comprometer la independencia e imparcialidad
del Poder Judicial federal, entonces podremos ampliar las demandas.
Somos las personas que defendemos derechos humanos las que debemos ir
más allá de simples declaraciones y entrar en acción. Nuestros juicios
no pueden ser desatendidos y ellos sí justifican un principio de
necesidad para que los tribunales los resuelvan. Es nuestra acción la
que debe poner fin a los choques entre los Poderes que nos sirven. La
austeridad republicana debe llegar porque es nuestro dinero público el
que se disputan, pero debe llegar gradualmente sin afectar el
funcionamiento de los aparatos judiciales.
A 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, además
de poner sobre todas sus diferencias nuestro derecho a la protección
judicial, nos conviene recordar su otra cara: abrazar las cosas que nos
unen, no las que nos dividen. Sería el colmo que mientras se propone
“punto final” frente a quienes sistemáticamente han lastimado al pueblo
de México, se camine sin sentido a un pántano en el que el Poder
Judicial federal se enfrente al resto del gobierno. Si el pueblo manda y
la Patria es primero, entonces debemos encontrar un justo medio.
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