El asunto, que ni de lejos es el más relevante para el país –ahí está
la operación de Fuerzas Armadas en atención a delitos del fuero común,
la opacidad respecto al futuro de los bonos relacionados con el
Aeropuerto cancelado, o las dudas sobre el pacto federal, con la figura
de los superdelegados, por ejemplo–, es una maraña de argumentos
políticos y aspectos de legalidad que obligan a coincidir con el
presidente López Obrador, al menos en la afirmación de que estamos en
“el terreno de lo inédito”.
Nadie podría oponerse –y tal parece que, pese a su ruda argumentación
discursiva tampoco se opone el titular del Ejecutivo—a que aquello que
tiene que ver con el tope máximo salarial, se resuelva de conformidad
con el marco constitucional. Y, sin embargo, la polémica ha motivado que
la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Poder Judicial todo,
sean enjuiciados en la discusión pública.
En esto último hay razones profundas. El sistema judicial es, sin
lugar a dudas, uno de los espacios más sucios para el ciudadano común.
Quien se ha visto forzado a un proceso judicial, en cualquier materia
pero descarnadamente en la penal, sabe de los múltiples obstáculos que
debe sortear, los sobornos que le permiten salir bien librado o
derrotado si no estuvo en capacidad de cubrirlos; los atropellos bajo
consigna cuando el litigo implica a un poderoso… Quien lo duda es porque
no conoce las poblaciones penitenciarias, suma de injusticias,
hacinamiento de pobres.
No se trata sólo de la cotidianidad. El Poder Judicial, es el único
que ha escapado al desagravio histórico de la complicidad con el
poderoso en turno, impune brazo ejecutor del presidencialismo
hegemónico y del de la llamada alternancia. Gente de toga para la
inspiración de autoridad, al servicio del autoritarismo, han habitado
los recintos de la injusticia mexicana.
Breve repaso: fueron quienes enjuiciaron a los estudiantes de 1968;
admitieron la consigna para mantener presos políticos durante la llamada
“guerra sucia” o se prestaron a las “purgas” políticas de cada sexenio;
sirvieron a la fabricación de “chivos expiatorios”, en los casos más
hirientes como el asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Aceptaron la consigna, confesa por Vicente Fox, en el proceso de
desafuero para descarrilar al aspirante presidencial López Obrador en
2005 y, cuando no lo lograron, sirvieron para tapar las evidencias de
2006 al impedir la transparencia de las boletas electorales.
Fueron incapaces de frenar la inconstitucionalidad del uso policiaco
de las Fuerzas Armadas en los últimos 12 años y negaron la posibilidad
de una consulta ciudadana sobre la Reforma Energética, garantistas de
los intereses privados y, naturalmente, de la banca.
Sabemos hoy que corrupción e impunidad son el binomio de la indignación
ciudadana, un consenso en el que hay que tener claro que la impunidad
pasa necesariamente por el Poder Judicial.
El debate salarial, ciertamente, debe decidirse en el ámbito del
marco constitucional. Pero ya que está en el banquillo del juicio
popular, es tiempo de abordar, por una parte, aquello que tiene que ver
con la disfuncionalidad del sistema, sus vicios, corrupción e
ineficacia; por otra, el desagravio, un acto de contrición ante su papel
penoso en la historia política del país.
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