Enrique Calderón Alzati*
Mientras en el año mil 500
de la era cristiana, la población humana de la tierra era de 500
millones, al inicio del siglo XXI había superado los siete mil millones
como consecuencia de los avances logrados en la medicina, un crecimiento
de 14 veces en 16 siglos puede parecernos un problema secundario, sin
embargo este aumento constituye hoy un riesgo importante para la
sustentabilidad del planeta entero, en virtud tanto de los niveles de
producción de basura, así como de deshechos contaminantes en el agua y
la atmósfera, a partir de la utilización masiva de combustibles y
plaguicidas capaces de destruir especies animales y vegetales completas y
de modificar las temperaturas del planeta. Hoy sabemos que el número de
abejas ha disminuido a menos de la mitad de las que existían hace 40
años, lo cual significa un decremento significativo en los niveles de
polinización y reproducción vegetal, generado también por el avance del
concreto utilizado en ciudades y carreteras, así como resultado de los
bosques y selvas arrasados para su utilización en sembradíos y
pastizales necesarios para producir alimentos vegetales y cárnicos,
mientras la generación de oxígeno para la atmósfera ha comenzado a
reducirse inexorablemente, aunque ello nos sea desapercibido por su
transparencia del aire.
El fenómeno se intensifica desde luego en las ciudades, donde el
equilibrio ecológico ha sido destruido mediante la emisión constante de
grandes volúmenes de contaminantes producidos por las industrias y los
transportes necesarios para el movimiento de personas y la distribución
de productos a sus centros de distribución, mientras la reducción
continua de áreas verdes, para ser utilizados en la construcción de
viviendas y estacionamientos, así como a dar cauce al tráfico de
vehículos. Pero si esto es cierto en las más de 100 ciudades y en
proporciones desmedidas en las 10 o 12 metrópolis que existen en el
país, qué podemos decir de la Ciudad de México, cuya población superará a
los 25 millones en algún momento de la próxima década. A juzgar por lo
que hemos visto en los pasados años, pareciera evidente que a los
gobiernos anteriores, el crecimiento de la ciudad les ha parecido un
problema menor, con posibilidades de grandes negocios inmobiliarios y
comerciales que les permitiría obtener beneficios personales
importantes.
Entre todos estos negocios destacaba el del nuevo aeropuerto de la
ciudad, ubicado en lo que años atrás fuera el lago de Texcoco, del cual
se afirmaba que generaría varios cientos de miles de empleos, sin
mencionar que ello implicaría necesariamente un crecimiento de varios
millones adicionales de habitantes, tal como sucedió en 1952 con la
inauguración del aeropuerto actual. ¿Era y es importante que la Ciudad
de México cuente con ese nuevo aeropuerto? Mi impresión es que no; lo
que reamente se necesita por ahora, es un estudio de orígenes y destinos
de los usuarios del transporte aéreo, que permita definir nuevas rutas
de aviación, que agilicen los viajes en todo el país sin necesidad de
pasar por la Ciudad de México. Actualmente viajar de Coatzacoalcos, de
Oaxaca o de Tuxtla Gutiérrez a Mérida, implica pasar por México. ¿Tiene
esto sentido? Seguramente los dueños de las empresas de aviación dirían
que sí, sólo porque ello les representa más utilidades, sin importarles
mucho la eficiencia, las pérdidas de tiempo para los pasajeros, ni la
saturación del aeropuerto.
Pero no es esta la única ineficiencia, ni la más importante; si
pensamos que el movimiento diario de personas entre sus hogares y sus
centros de trabajo implican un tiempo medio de dos horas (cuatro en
total para los viajes de ida y vuelta), no es difícil darnos cuenta que
ello afecta y encarece los costos de operación de la mayor parte de las
instituciones y empresas, al tiempo que disminuye los niveles de calidad
de vida de los habitantes e incrementa los índices de contaminación y
el costo mismo de las viviendas. A todo esto, debemos agregar el
abastecimiento del agua y alimentos, cuya demanda seguirá creciendo,
impactando los costos de producción y distribución. ¿Cuánto tiempo más
necesitaremos para darnos cuenta que la Ciudad de México no puede ni
debe seguir creciendo? Por todo esto, el proyecto de López Obrador de
descentralizar el gobierno federal, moviendo las diferentes secretarías a
otras ciudades de la República, constituye una propuesta importante que
se antoja difícil de lograr, sin el apoyo y el entusiasmo de quienes
trabajamos en estas instituciones.
Mover a más de un millón de trabajadores con sus familias constituye
un reto logístico gigantesco, que implica un alto riesgo de fracaso para
el actual gobierno, el cual indudablemente afectaría al resto de sus
programas de transformación económica y social, sin embargo de no darse
este cambio los problemas serán cada vez mayores por el crecimiento
mismo de la población, por ello es necesario un estudio que permita
estimar la viabilidad política y los costos directos e indirectos que
implicaría el movimiento de las secretarías, así como las diferentes
actividades que deban ser realizadas previamente: construcción de nuevas
oficinas, vivienda para los trabajadores, escuelas para sus hijos,
hospitales, oferta cultural y transporte. Un proyecto que debe ser
preparado sin dejar lugar a la improvisación. Un éxito de esta
naturaleza habrá de ser recordado por las generaciones futuras, además
de impulsar las demás acciones del gobierno actual.
*Director del Instituto Latinoamericano de Comunicación Educativa
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