Editorial
La Jornada
El fin de semana la
prensa británica divulgó una serie de reportes confidenciales enviados a
su gobierno por el embajador de Londres en Washington, Nigel Kim
Darroch, los cuales rápidamente levantaron polémica por la manera cruda
en la que el diplomático caracteriza al presidente Donald Trump y a su
gabinete. De acuerdo con los memorandos, Darroch habría informado a Downing Street que el magnate
irradia inseguridad, que para tratar con él es necesario presentar cualquier punto
de forma simple, que su gobierno es
disfuncional,
impredeciblee
incompetentey sus funcionaros se encuentran envueltos de manera constante en
peleas a cuchilladas.
Aunque Kim Darroch dista de ser la primera persona que ha tratado con
el gobierno de Trump en describirlo en términos semejantes y en
advertir sobre el riesgo que su administración supone para la paz
mundial –ya antes lo han hecho ex integrantes del gobierno
estadunidense, como el cesado director de la Oficina Federal de
Investigaciones, James Comey–, el que se trate de un representante
acreditado ante la Casa Blanca ha causado una lógica tensión con Gran
Bretaña, tal como sucedió en México cuando el portal de filtraciones Wikileaks
dio a conocer cables enviados por el entonces embajador estadunidense
en México, Carlos Pascual, en los cuales éste daba cuenta del desorden
en el gabinete de Felipe Calderón y de la sumisión con que seguía las
directrices de Washington.
Sin embargo, como cabía esperar por su actuación a lo largo de dos
años en el poder, el ex presentador de televisión decidió capitalizar el
conflicto para abrir un nuevo frente y mantener el estado de permanente
crispación con actores externos mediante el cual apela a la unidad de
su electorado chovinista y patriotero, tal como ha hecho de manera
cíclica con nuestro país, Irán, China e incluso con sus tradicionales
aliados europeos.
De manera predecible en lo general, aunque siempre susceptible de
sorprender con nuevos extremos de indelicadeza en lo particular, este
guion se desarrollará con un escalamiento de las tensiones, una serie de
declaraciones incendiarias e irresponsables, la obtención de
concesiones que se habrían producido sin necesidad de exabruptos –en
este caso, la salida de Washington de Kim Darroch, a quien la filtración
colocó en una situación insostenible–, la vuelta a una relativa
normalidad y la presentación de todo lo anterior como un gran triunfo
alcanzado por el magnate gracias su
liderazgoy
habilidades negociadoras.
Desde México, el actual episodio debe observarse como una
advertencia, en el entendido de que, en cualquier momento del futuro
inmediato, Trump puede voltear de nueva cuenta la mirada hacia su
frontera sur en busca de nuevos pretextos tanto para desviar la atención
de sus problemas domésticos como para exacerbar los ánimos del sector
más retrógrada de la ciudadanía estadunidense de cara al proceso
electoral del año entrante.
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