La Jornada
Editorial
El martes por la tarde
elementos de la Policía Federal Ministerial detuvieron al abogado Juan
Collado Mocelo y lo trasladaron al Reclusorio Preventivo Norte de la
Ciudad de México, donde quedó a disposición del juez Jesús Eduardo
Vázquez Rea. Ayer por la mañana, el juez dictaminó que existen elementos
suficientes para vincularlo a proceso, otorgó a la Fiscalía General de
la República (FGR) seis meses para concluir la investigación
complementaria y dictó la prisión preventiva oficiosa al acusado, debido
a que los delitos que se le imputan no permiten su libertad bajo
fianza.
De acuerdo con la FGR, la orden de aprehensión contra el litigante y empresario deriva de una denuncia por
participar en una organización delictiva dedicada a la suplantación de identidad para adquirir bienes y luego ocultar los ingresos ilegalmente adquiridos en el sistema financiero nacional, en la cual están involucrados como cómplices José Antonio Rico Rico, José Antonio Vargas Hernández, Roberto Isaac Rodríguez Gálvez y Tania Patricia García Ortega, todos requeridos por la justicia.
Para dimensionar el significado que tiene la detención de Collado
Mocelo, debe considerarse que entre sus clientes se cuentan el ex
presidente Enrique Peña Nieto, Raúl Salinas de Gortari, Mario Ruiz
Massieu, Diego Fernández de Cevallos, Manlio Fabio Beltrones, Emilio
Gamboa, Carlos Ahumada, Rosario Robles Berlanga y el líder del sindicato
de Petróleos Mexicanos, Carlos Romero Deschamps, con quien se
encontraba comiendo en el momento de su detención.
En suma, se trata de
un personaje estrechamente vinculado con integrantes prominentes del
régimen neoliberal, un vínculo que al parecer rebasa lo profesional o
anecdótico: de acuerdo con Sergio Hugo Bustamante, quien presentó ante
el Ministerio Público una de las denuncias que llevaron a la detención
de Collado, éste fungía como testaferro del mencionado Peña Nieto, del
también ex mandatario Carlos Salinas de Gortari y del actual gobernador
de Querétaro, Francisco Domínguez Servién, quienes serían los verdaderos
dueños de Caja Libertad, la entidad financiera usada por el abogado
para efectuar operaciones de lavado de dinero (como se conoce
coloquialmente a ocultar en el sistema financiero ingresos adquiridos de
manera ilegal).
Lo que la detención del poderoso abogado saca a la luz trasciende con
mucho sus presuntas actividades y obliga a plantear dos
consideraciones: la primera es que con la denuncia de Sergio Bustamante
se abulta el registro de señalamientos que en meses recientes han
implicado a Enrique Peña Nieto en actos ilícitos, pues cabe recordar que
su nombre también salió a relucir en la investigación seguida al ex
director de Petróleos Mexicanos (Pemex) Emilio Lozoya, en el juicio
realizado en Nueva York contra Joaquín El Chapo Guzmán, así como en declaraciones recientes del ex gobernador de Veracruz Javier Duarte.
Adicionalmente, gracias a diversas investigaciones periodísticas
realizadas durante el sexenio pasado y a los datos revelados durante el
presente por la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de
Hacienda, han llegado al conocimiento de la ciudadanía toda suerte de
quebrantos perpetrados contra el Estado –algunos de los más notorios son
el robo de combustible a Pemex, la denominada estafa maestra o
las condonaciones fiscales irregulares por casi 2 billones de pesos–
sin que hasta el momento se haya señalado a los responsables.
Así, por una parte, se tiene una serie de señalamientos contra
quienes ocuparon las instancias más altas del poder público en el pasado
reciente y, por otra, un conjunto de casos de desfalcos a gran escala
sin aparentes culpables. Con estos indicios, resulta ineludible que la
Fiscalía General de la República emprenda una investigación no de casos
individuales, como se han presentado hasta ahora, sino de todo el
esquema de corrupción que llevó a niveles insólitos de descomposición
institucional, pues sólo de esta manera será posible despejar las
sospechas existentes o dar cauce a un megaproceso para terminar con la
estela de impunidad con la cual se ha saldado hasta ahora la inmensa
mayoría de dichos episodios.
Por último, debe recordarse que, al margen de las posturas
presidenciales referentes a evitar la corrupción en el futuro sin
emprender una persecución contra quienes hayan incurrido en ella en el
pasado, la Fiscalía cuenta con la autonomía para emprender esta tarea,
lo cual no sólo es su obligación, sino una perentoria exigencia social.
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