Luis linares Zapata
El sistema de convivencia
social, económica y política está plagado de desbalances. Unos provienen
del juego de partidos que, al presente, apunta hacia una hegemonía de
Morena a expensas de la tradicional tríada que, durante décadas, dominó
el ámbito nacional. Otros desbalances emergen a consecuencia de la
situación geográfica donde se sitúan los estados. Los más avanzados al
norte y parte del centro frente a los del sur, que experimentan cruentas
desventajas. Nada se diga de los desbalances en ingresos que sufren las
distintas capas de la sociedad.
Los estratos sociales gozan, o padecen, marcados desbalances
educativos. El reparto y la apropiación de las oportunidades también se
encuentra mal distribuido y genera inequidades notables en los derechos
humanos. Las ventajas que extraen las grandes empresas respecto al
numeroso contingente de las medianas y pequeñas acusan abismos injustos.
La enumeración bien podría seguir sin aparente reposo. Se apunta,
solamente, algunos que, constantemente, brotan en la realidad del país.
Uno de los desbalances que es prudente tratar, en especial por estos
movidos días, apunta hacia el aparato de comunicación. En él, el
desequilibrio existente es imposible de ocultar. La misma posesión de
los bienes y las concesiones otorgadas a los permisionarios quedan
situados en unos pocos grupos de interés. Son ellos, estos propietarios,
los que inducen profundas diferencias entre aquellos que tienen acceso a
los micrófonos o pantallas y todos los demás. Incluso los medios
impresos ponen su parte en tan cruciales desbalances. Aquellos que son
empresas constituyen mayoría y, sus lectores o compradores –cotidianos,
semanales o mensuales–, son afectados de muy distintas maneras. Las
visiones, creencias y actitudes de las audiencias van reflejando, de
manera creciente y hasta beligerante, las formas diversas al
interiorizar tal proceso comunicativo. Las audiencias experimentan, bajo
influjo de los medios, distancias entre clases sociales a las que
sienten pertenecer o a las que aspiran arribar. Los lectores, escuchas o
espectadores, responden a escalas de valores e intereses a los que,
continua, machaconamente, son inducidos, muchas veces a costa de las
propias creencias o deseos. Los propietarios de medios, representantes y
el tropel de colaboradores de muy diferente tesitura, llevan a cabo una
labor que mucho tiene de polarizante aunque tal fenómeno sea achacado a
cualquier otro emisor.
Si se observa a detalle el aparato de comunicación puede
distinguirse, con claridad y en primera instancia, la uniformidad de los
mensajes difundidos. Dichos mensajes afectan concepciones, conductas e
intereses que bien podrían, o deberían, ser múltiples y, sobre todo,
diversos en sus contenidos y tonos. Lejos de corresponderse con el
conjunto plural de opiniones y actitudes existentes de la sociedad,
introducen, por la misma integración de los propietarios, sesgos
notables y, no pocas veces, irreconciliables.
La conformación de este fenómeno comunicacional ha sido abordado en
numerosas ocasiones por los estudiosos. Pero, no había sido puesto en un
contexto donde la misma sociedad en su conjunto se ve afectada por
diferencias políticas, partidarias o ideológicas específicas.
En la actualidad, se observa una marcada desproporción entre
definidas visiones y posturas en el cuerpo social y político. Por una
parte, se presenta la irrupción de un nuevo gobierno, emanado desde la
más aguerrida y tradicional oposición y, por la otra, todo un sistema
establecido de poder que desea y trata de mantener las prerrogativas
adquiridas. Se ponen así en movimiento tanto los instrumentos privados
como aquellos que, por su situación dentro del gobierno, se les
considera públicos. A raíz de las recientes decisiones de la
administración federal, algunos medios han empezado sus tareas con
atingencia e imaginación. El Canal 11, adscrito al IPN, ha sido punto de
conflicto derivado de sus avances programáticos. Diputados de oposición
solicitan se saquen del aire recientes lanzamientos de crítica y humor.
Se aprecia, de inmediato, que tales emisiones han causado escozor entre
personajes y personeros de intereses del sistema imperante. No han
recapacitado en la brecha enorme entre los que defienden posturas del
régimen, en vías de achicarse, y los que inician innovaciones con
agendas e intenciones diversas. Sostener convicciones implicará afirmar
la ruta impulsada por el voto mayoritario sin menoscabo de su
conveniencia y, sobre todo, de su legitimidad.
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