Gilberto López y Rivas
La Jornada
Los análisis y las evaluaciones
sobre los primeros seis meses de gobierno de Andrés Manuel López
Obrador no podían ser más disímiles y contrapuestos. La célebre estrofa
del poeta asturiano Ramón de Campoamor:
Que en este mundo traidor / nada es verdad ni mentira. / Todo es según el color del cristal con se mira, no podía ser más oportuna para describir estas dicotómicas perspectivas de la realidad nacional; sobre todo, cuando los colores del cristal refieren a miradas desde distintos y confrontados intereses y adscripciones de clase social, nacionalidad, etnia, género o grupos de edad; desde diferenciados proyectos de Estado en pugna permanente con los sectores subalternos de los Pueblos-Nación.
La intelectualidad orgánica es la que busca encarnar esas
adscripciones y actuar en función de esos intereses. Por ejemplo, para
quienes por convicción política y vocación de vida optan por la defensa
de los derechos de los pueblos originarios de sus territorios, recursos
naturales y procesos de autonomía, los primeros meses del actual
gobierno han significado una continuación e, incluso, en algunos
aspectos, una profundización del proceso de recolonización de los
territorios por la vía de los mega proyectos que se pretenden imponer,
de nueva cuenta, con las violencias propias de la acumulación
militarizada, por medio de la Guardia Nacional, y el uso cada vez más
frecuente de la delincuencia mafiosa como dispositivo armado clandestino
para la ingeniería de conflictos, el desplazamiento de población, el
control y saqueo territorial y, por el camino del terror, el
enfrentamiento de las resistencias y la ejecución de dirigentes opositores.
A esto hay que agregar la puesta en marcha de un aparato burocrático,
el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas que, por la forma de su
constitución al margen de los procesos comunitarios, sus procedimientos
verticales y objetivos institucionales al servicio del gobierno en turno
se parecen cada vez más, a pocos meses de su creación, al vetusto
Instituto Nacional Indigenista, que encarnaba la política de control y
manipulación de los pueblos por parte del Estado. Así, en el análisis de
la actual realidad étnico-nacional puede afirmarse que, en los ámbitos
económicos, político-ideológicos y punitivos, la política del actual
gobierno constituye una virtual declaración de guerra contra los pueblos
que contrasta marcadamente con los desplantes discursivos de
reconciliación dirigidos al EZLN en uno de sus bastiones emblemáticos,
Guadalupe Tepeyac, en el municipio de las Margaritas, Chiapas, el 6 de
julio pasado.
Este mensaje de AMLO al EZLN fue precedido de una larga enumeración
de programas asistencialistas de corte clientelar, con entregas
individualizadas a jóvenes, personas de la tercera edad, trabajadores
agrícolas, entre otros
beneficiados; todo ello, en un territorio donde se han dado profundas transformaciones de la conciencia de miles de indígenas, de al menos tres generaciones, que han permitido establecer un proceso autonómico que asombra al mundo con sus autogobiernos locales, municipales y zonales, cuyos cargos son revocables, rotativos, sin paga, con sus sistemas de administración de justicia, centros de salud alternativos, sistema educativo propio, con los cambios profundos en las relaciones de genero a partir de la Ley Revolucionaria de las Mujeres. Estos procesos autonómicos están basados en la perspectiva de formar seres humanos socializados en la idea de dar un sentido comunitario a sus vidas, en un ámbito de relaciones en el que fraternidad y solidaridad se constituyen en valores predominantes frente al individualismo, egoísmo y darwinismo social que impone el capitalismo. Los pueblos están demandando el cese de cualquier proyecto, acción o concesión que atente contra la propiedad, uso, aprovechamiento e integridad de los territorios, lugares sagrados y recursos naturales y la derogación de todas las leyes y reformas estructurales.
El mensaje presidencial al EZLN en Chiapas ignora o niega estos
grandes logros del movimiento indígena de estas décadas en que se
constituye un sujeto autonómico y se establecen estos bastiones de
resistencia y dignidad que rompen con el clientelismo y el
corporativismo que imponía la tutela del Estado, y donde se establece,
en cambio, el control del territorio desde el abajo comunitario y desde
la izquierda anticapitalista.
Precisamente por su experiencia como funcionario indigenista, se hace
patente en el discurso presidencial una concepción del pueblo indígena
como receptáculo pasivo de la acción estatal, en el contexto de una
estrategia de contrainsurgencia que ha utilizado por décadas los
programas asistencialistas como instrumentos de guerra ideológica de
desgaste. Así, en forma y contenido el mensaje de unidad significó, en
los hechos, no el ofrecimiento de una rama de olivo, sino la continuidad
de la guerra irregular con el cristal de la Cuarta Transformación.
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