Editorial La Jornada
El sábado pasado, tras el
desplome de un anuncio espectacular en la alcaldía de Iztapalapa, en la
que resultaron lesionadas cuatro personas, la jefa del Gobierno de la
Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, advirtió que no se permitirá
la proliferación de esta modalidad publicitaria; asimismo, exhortó a
buscar alternativas
que no generen estos riesgos, e informó que se trabaja en la modificación de la ley y del reglamento de Publicidad Exterior, así como en la elaboración de un padrón para determinar cuáles de estas instalaciones se encuentran en situación regular y cuáles, no.
Ayer el presidente de la Asociación de Publicidad Exterior, Ricardo
Escoto Núñez, respaldó esos señalamientos, se manifestó por un
reordenamiento general de esta clase de publicidad e instó a
poner ordena las empresas que han instalado anuncios luminosos a lo largo del Anillo Periférico en sus tramos Norte, Centro y Sur.
A juzgar por la frecuencia con la que colapsan –especialmente en las
épocas del año en las que se presentan vientos fuertes en el valle de
México–, los anuncios espectaculares representan un peligro para la
población en general, independientemente de las características de sus
estructuras.
Adicionalmente, su instalación en las vías rápidas de la urbe es un
evidente riesgo de distracción para los conductores. Por lo demás, estos
anuncios, que han proliferado de manera desmedida y sin control en años
recientes, rebasando toda prudencia en sus dimensiones y peso,
constituyen un fenómeno reconocido nacional e internacionalmente como
contaminación visual, que es un factor de degradación del entorno y de
la calidad de vida.
Por otra parte, aunque se instalen en propiedades privadas, los
espectaculares conllevan cierta forma de apropiación del espacio
público, una más de las muchas que ha sufrido la ciudad capital.
Es claro que tras la multiplicación anárquica de anuncios aéreos hay
jugosos negocios y poderosos intereses y connivencias en las oficinas
públicas, y esos factores han impedido la regulación estricta que debió
llevarse a cabo hace mucho tiempo.
Ahora, el reordenamiento de los espectaculares resulta una tarea
imperiosa y según puede verse, existe la voluntad política para hacerlo;
no sólo en lo que se refiere a la modificación de leyes y reglamentos y
su posterior aplicación estricta para evitar la instalación de más
anuncios como los referidos sino, lo más complicado, retirar los que han
sido colocados de manera irregular. Por el bien de la ciudad capital y
de sus habitantes, cabe esperar que esos objetivos se consigan.
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