La comunidad tojolabal
de Guadalupe Tepeyac en Chiapas es emblemática. No en balde, el pasado
sábado, el presidente Andrés Manuel López Obrador envió desde allí un
mensaje a los zapatistas. Ante unos 300 campesinos, el mandatario
expresó su respeto a los rebeldes y llamó a la unidad.
El llamado presidencial se produjo en el contexto de un incremento de
la militarización en territorios zapatistas. Más aún, la llegada del
Presidente a Guadalupe Tepeyac estuvo precedida por el traslado de
tropas a la comunidad. Desde dos o tres días antes aumentaron las
patrullas en cantidad y frecuencia. Soldados llegaron a hablar con
quienes trabajan en el hospital.
Según el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas,
desde fines de 2018 se duplicó el número de incursiones del Ejército en
la sede del caracol de La Realidad, incluyendo sobrevuelos en comunidades (https://bit.ly/2GTfvp3). También aumentaron las acciones de grupos paramilitares que asesinan y desplazan a la población (https://bit.ly/2xz1Oas). El mandatario niega que la denuncia del Bartolomé de las Casas sea cierta.
Para entender el simbolismo de Guadalupe Tepeyac es necesario hacer
un poco de historia. El ejido representó la esperanza en una
transformación pacífica y profunda del país. Pero, después, se convirtió
en emblema de la traición y represión gubernamental.
A raíz del levantamiento del EZLN la comunidad funcionó como capital
informal de los rebeldes, símbolo de la revuelta global contra el
neoliberalismo. Fue una especie de Meca libertaria a la que viajaban
figuras políticas para reunirse con la comandancia rebelde. Como lo
recordó el Presidente, él mismo estuvo allí hace años para conversar con
el finado subcomandante Marcos, hoy Galeano.
Situado en el municipio de Las Margaritas, el ejido Guadalupe Tepeyac
se fundó en 1957. Cuatro meses antes de la insurrección de 1994,
rodeado sin saberlo de cientos de zapatistas sin uniforme, el entonces
presidente Carlos Salinas, inauguró allí un hospital para tratar de
frenar, inútilmente, el levantamiento armado.
Sus habitantes, migrantes que colonizaron la selva, se presentaron al
mundo durante la entrega del general Absalón Castellanos Domínguez, el
16 de febrero de 1994. En diciembre de ese año, el EZLN lo rebautizó
como San Pedro Michoacán.
Durante julio de 1994, se construyó en esas tierras, un barco pintado con los colores de la esperanza: el primer Aguascalientes.
Cerca de 6 mil delegados de casi todo el país efectuaron en agosto de
ese año la Convención Nacional Democrática (CND), una apuesta para
transitar a la democracia y abrir veredas a la paz, convocada por los
zapatistas.
El barco de la CND intentó navegar en las aguas de la transición
pacífica. Sin embargo, naufragó el 9 febrero de 1995. Ese día, el EZLN
aguardaba la llegada del entonces secretario de Gobernación (y hoy
secretario de Educación de la 4T), Esteban Moctezuma, para seguir
conversando sobre el proceso de paz. A traición, en lugar del
funcionario arribaron miles de soldados para arrestar al subcomandante Marcos.
Una de las demandas de los rebeldes era la reposición de las elecciones
en Tabasco, para reparar el fraude electoral perpetrado contra Andrés
Manuel López Obrador.
Un día después, el Ejército entró al ejido. Quince minutos antes de
las 10 de la mañana se oyeron los primeros helicópteros militares
sobrevolando Guadalupe Tepeyac. Primero cuatro, luego 20. Muchos de los
hombres del poblado se habían internado en la selva desde la noche
anterior. Sus órdenes eran replegarse.
Minutos después llegaron 2 mil 500 soldados, en unos 100 vehículos
blindados y artillados, con el apoyo de helicópteros y aviones. Dos
horas más tarde, arribó el general Ramón Arrieta Hurtado, jefe de la
Sección de Paracaidistas y responsable de la operación. Encontró un
pueblo desolado, con parte de sus habitantes refugiados en el hospital.
El 23 y 24 de febrero de 1995 decenas de militares bajo el mando del general Guillermo Martínez Nolasco demolieron el Aguascalientes.
En ese mismo lugar se levantó un cuartel militar, que funcionó hasta el
20 de abril de 2001. Guadalupe Tepeyac se convirtió entonces en la
encarnación de la ignominia. En respuesta, los zapatistas edificaron
cinco Aguascalientes en otras regiones del estado.
¿Desde cuál de los dos Guadalupe Tepeyac envió el presidente López
Obrador su mensaje al EZLN? ¿Desde el símbolo de la lucha emancipatoria o
desde el emblema de la traición gubernamental? Imaginemos cómo se
interpretaría el que Donald Trump lanzara un mensaje de amistad con
México desde el fuerte de El Álamo.
En su discurso, el Presidente habló de las dos vías para transformar
el país: la pacífica-electoral y la armada, y puso al EZLN como ejemplo
de la segunda. Ciertamente, los zapatistas se levantaron en armas y,
gracias a eso, el país volteó a ver a los pueblos indígenas. Sin
embargo, desde que se declaró la tregua, aunque los rebledes conservan
las armas, no las han usado. En cambio, se han volcado a construir una
experiencia ejemplar e inédita de autogestión y autonomía indígena. La
precisión no es artificio.
Es importante que el Presidente hable directamente al EZLN. Pero no
parece suficiente. Para distender la relación, se necesitan dar otros
pasos sustantivos en la dirección correcta.
Twitter: @lhan55
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