En el caso de
mujeres de la tercera edad, las razones para migrar suelen estar ligadas
a contextos de violencia, pobreza, aislamiento social, falta de acceso a
servicios de salud y ausencia de redes de apoyo. Estas condiciones
estructurales no solo vulneran su derecho a una vejez digna en sus
países de origen, sino que además las empujan a enfrentar nuevos
escenarios de exclusión en contextos de tránsito o destino.
María,
de 74 años, salió de Cuba hace dos años. Lo hizo, dice, porque ya no
encontraba condiciones para envejecer con dignidad: “Cuando yo era niña,
Cuba era linda. Ahora el lío es que no hay nada. Antes, por lo menos te
daban algo pa’ terminar el mes, y aunque no era mucho, con eso más o
menos podías comprar”. Su testimonio da cuenta de una realidad que
afecta a muchas mujeres mayores: sistemas de protección social
debilitados, servicios de salud colapsados y una economía que ha dejado
de reconocer sus contribuciones.
Como ha señalado OnCuba News,
“los bajos ingresos de una franja grande de las personas de la tercera
edad, el aumento de familias en condición de pobreza, la baja capacidad
de la economía para remontar la crisis, el debilitamiento de las
instituciones y la emigración pesan con especial rigor sobre esta etapa
de la vida”.
Muchas de estas mujeres dedicaron toda su vida al
trabajo de cuidados, ya sea remunerado o no. Este trabajo —esencial para
el sostenimiento de las familias y las
comunidades— ha sido
históricamente invisibilizado y subvalorado. Al llegar a la tercera
edad, estas mujeres se encuentran sin pensión, sin protección, sin
reconocimiento.
“Yo únicamente me dediqué a cuidar a mi familia.
Me casé muy chica y mis actividades siempre fueron cuidar a mis hijas y
a mi esposo. Si me preguntas qué cosas me gusta hacer para distraerme,
no sé qué decir, porque nunca hice algo que no fuera atender mi hogar”,
comparte otra mujer migrante cubana.
Según ONU Mujeres, el
trabajo de cuidados representa entre el 10% y el 40% del Producto
Insterno Bruto (PIB) de los países, superando incluso a industrias como
la manufactura o el transporte. En Cuba, se estimó que en 2016 este
trabajo representaba el 19.5% del PIB. Sin embargo, las mujeres que lo
realizan siguen estando fuera de los sistemas de seguridad social, lo
que incrementa su vulnerabilidad y limita sus posibilidades de autonomía
económica.
Migrar no resuelve, por sí solo, las causas
estructurales que las orillaron a salir. Al llegar a países como México,
las mujeres mayores migrantes enfrentan nuevas barreras: discriminación
por edad, género, nacionalidad y estatus migratorio. Enfrentan sistemas
institucionales que no contemplan sus necesidades específicas, ni
garantizan su acceso a servicios sociales, de salud o apoyo emocional. A
menudo, quedan fuera de los programas sociales, pese a vivir
situaciones de alta vulnerabilidad.
Muchas intentan construir
redes de apoyo en sus nuevas comunidades. María nos cuenta: “Desde que
llegué a México estoy sola. He intentado hacer amigos y llevarme bien
con las personas de los negocios y con el joven que me renta el
departamento, porque es muy difícil llegar a un país nuevo, ver todo tan
distinto y sentirme sola”.
La salud mental de las mujeres
migrantes de la tercera edad es un tema urgente y frecuentemente
ignorado. El aislamiento, la incertidumbre, la ruptura de redes
familiares y comunitarias, así como las múltiples formas de
discriminación que viven, impactan profundamente en su bienestar
emocional. El acompañamiento psicosocial en estos contextos no es un
lujo: es una necesidad.
Desde el equipo psicosocial del
Instituto para las Mujeres en la Migración, AC (IMUMI) consideramos
indispensable que instituciones gubernamentales, organismos
internacionales y organizaciones de la sociedad civil reconozcan a las
mujeres adultas mayores en movilidad como sujetas de derechos. Esto
implica generar programas transversales con enfoque de género, edad y
salud mental, que respondan a sus necesidades específicas. También
requiere integrarlas en los programas sociales existentes y garantizar
el acceso a servicios de salud, atención psicosocial, vivienda, y
espacios comunitarios que fortalezcan su sentido de pertenencia y
bienestar.
La migración en la tercera edad no debe seguir siendo
invisible. Reconocer y atender esta realidad es parte de una agenda de
justicia social que aún está en deuda.

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