Ángela Solano
Violación sexual: un concepto relativamente nuevo
La mayor expresión de violencia sexual la encontramos en la violación.
Actualmente, la violación se concibe como una ofensa a la persona
violada, hacia su autonomía, no hacia su padre o marido. La violación
se produce cuando el cuerpo de una mujer es asaltado sin su
consentimiento, sin posibilidad de contraatacar o demasiado atemorizada
para negarse, e incluye también la posibilidad de la violación entre
personas LGTBI o dentro del matrimonio; pero estas acepciones son muy
recientes. La violación en el matrimonio no se reconoció como delito
hasta 1990 y durante muchos años, médicos, abogados y jueces no estaban
dispuestos a considerar la negativa de las mujeres durante una
violación si no existían evidencias de violencia, algo que todavía a
día de hoy se pone en tela de juicio.
Para llegar a esta definición, ha sido fundamental el desarrollo de
tres cuestiones básicas: 1) la posibilidad de sufrir una violación
dentro del matrimonio, 2) indicar qué personas son susceptibles de ser
violadas y 3) los indicios necesarios parar probar la falta de
consentimiento. La organización y manifestación activa de hombres y
mujeres para cambiar el significado del consentimiento y ejercer
presión sobre políticos, jueces y fuerzas policiales jugó un papel
importante. Este reconocimiento refleja un crecimiento en los derechos
de las mujeres y de las luchas para alcanzar un mayor grado de igualdad
de la mujer ante la Ley. Pero aunque el capitalismo ha permitido un
espacio para el surgimiento de los derechos del individuo –una
autonomía relativa que se ha logrado por medio de las ideas de igualdad
y libertad burguesas, condiciones necesarias para la aparición del
concepto moderno de violación–, se halla muy lejos de erradicar la
violencia sexual. Más bien al contrario, como veremos a continuación.
Hay dos tipos de violación que están directamente influidos por las
condiciones de la sociedad capitalista: la violación dentro del
matrimonio y la violación por parte de un extraño. Un dato llamativo es
que sólo una minoría de las violaciones son cometidas por desconocidos,
mientras que el 75% de los violadores pertenecen al entorno de la
víctima (novios, citas, amantes, examantes o conocidos), según
demuestra el estudio de Ruth Hall (3), Ask Any Woman. Por otra parte,
la promoción del sexo como reafirmación de la virilidad, así como la
inexperiencia en relaciones personales y sexuales, también juegan un
papel importante. Muchos de esos productos difusores de la “cultura de
la violación” de la que hablábamos al principio –ya sean televisivos,
cinematográficos o incluso literarios– y que naturalizan la figura de
la mujer objeto, van dirigidos a un público adolescente cuya principal
fuente de información sobre sexualidad es a menudo la pornografía,
industria que reproduce actitudes de dominación absoluta del hombre
sobre la mujer, incluyendo en muchos casos violaciones reales o
excediendo los términos del acuerdo previo, como han denunciado algunas
actrices del sector.
En las violaciones por parte de un extraño suele existir un mayor
índice de violencia, muchas incluso se producen en el transcurso de
algún otro crimen. La delincuencia está claramente relacionada con las
condiciones sociales: una sociedad basada en una distribución desigual
de la riqueza favorece los crímenes de propiedad. Bajo el capitalismo,
la mayoría de la población depende de su fuerza de trabajo para cubrir
sus necesidades, si el salario es demasiado bajo o está desempleada, la
única forma de satisfacer sus necesidades es robando o endeudándose. No
sorprende que, en una sociedad que nos bombardea con imágenes de
cuerpos femeninos y alienta a los hombres a reafirmarse a sí mismos
mediante el sexo, una parte de ellos decida “robar” sexo. Llegado este
punto podría sugerirse que las clases con menor poder adquisitivo son
más vulnerables ante cualquier forma de crímenes violentos, incluida la
violación.
Fue Susan Brownmiller (4) la primera en decir, en 1981, que la
violación no es una conducta aislada de individuos inadaptados. Su
teoría era que este “terror” funcionaba como un mecanismo para
condicionar el comportamiento de las mujeres. Desde una perspectiva
socialista, lo interesante de su afirmación reside en la
desmitificación de la figura del violador en relación a un sector
específico y marginal de la sociedad. El mayor mito de todos es creer
que la violación es una aberración en extinción, heredada de las formas
en las que los hombres se acercaban a las mujeres emocional, sexual y
físicamente, y constreñida a un único sector de la sociedad. Pero si la
violación por parte de un extraño es menos común que otras formas de
violación, aunque se denuncie con mayor frecuencia, esto significa que
la mayoría de las violaciones –que son las que se producen en un
entorno conocido– no quedan registradas.
El hecho de que las mujeres se sientan más seguras para denunciar
cuando se trata de un desconocido es lo que explica que las
estadísticas basadas en informes policiales perfilen al violador como
un hombre joven de clase baja, lo que a veces se traduce como persona
inmigrante. También define a las víctimas. Según el estudio de Ruth
Hall, dos de cada cinco mujeres negras entrevistadas en Gran Bretaña,
fueron asaltadas por su etnia o su nacionalidad. Muchas de estas
mujeres también se sienten “señaladas y marcadas con un estereotipo
racista” como exóticas y sexuales. Al racismo y sus dificultades
económicas se suma, en el caso de las inmigrantes sin papeles, el miedo
a ser deportadas si acuden a la policía. Las mujeres de clase media y
alta, en cambio, cuentan con una mayor seguridad para enfrentarse a
este tipo de violaciones que las mujeres de clase trabajadora, dado por
un lado su posición en la sociedad y por otro factores
circunstanciales: los lugares que frecuentan no son los mismos, ni
tampoco su uso del transporte público, sus horarios de trabajo, la
ubicación de su residencia y similares. Por otra parte, Sharon Marcus
asegura que “la habilidad de un violador para atacar depende más de
cómo se posiciona socialmente en relación con la mujer que de su
supuesta fuerza física superior”.Mecanismos para abarcar la violencia sexual
Existe una importante contrapartida cuando se asume que la violación y
la violencia son algo innato a la naturaleza masculina: el foco vuelve
a colocarse sobre nosotras. A las chicas se les enseña a “tener
cuidado”, pero no a defenderse. Así, desarrollamos un miedo y una
incapacidad de respuesta que recuerda al síndrome de indefensión
aprendida del que hablaba Seligman, convirtiéndonos en “víctimas
potenciales”. Los hombres y la calle se convierten en amenazas, lo que
consecuentemente limita la autonomía y la libertad sexual de las
mujeres. Sin embargo, tal y como afirma la socióloga Lohitzune Zuloaga
(5), “el miedo que sentimos las mujeres a ser víctimas de una agresión
sexual grave es muy desproporcionado en comparación con las
probabilidades reales que tenemos de sufrirla”.
Por otro lado, la victimización resulta perjudicial para la
recuperación de la persona que ha sufrido una agresión, traumatizándola
y estigmatizándola a la vez. Sharon Marcus lamenta que, ante estas
situaciones, se inste a las mujeres a no oponer resistencia, algo que
también repercute en la autoestima, la seguridad y confianza. Según
ella, dicho razonamiento convierte a las mujeres en “objetos de
violencia y sujetos del temor”, y aporta datos acerca de que una
resistencia activa frente al violador bloquea gran parte de las
agresiones. Maitena Monroy (6) apoya esta reflexión: para ella, este
tipo de mensajes “transmiten que la única solución a la violencia es
que las mujeres dejen de hacer cosas, lo cual implica negar derechos
como el de estar solas”. Según Monroy, nuestro objetivo debe ser que
las mujeres adquiramos “la actitud vital de reclamar nuestro derecho a
existir sin violencia”, refiriéndose a todas esas agresiones machistas
que vivimos diariamente y que hacen que las mujeres caminemos más
inseguras por las calles, haciéndonos más vulnerables y dependientes.
Esto también significa analizar la forma en la que las mujeres ocupamos
el espacio público, y para ello contempla la necesidad de identificar
las agresiones a las que se enfrenta la población femenina en todos los
ámbitos, buscar el origen de esa violencia y entonces armarse de
recursos para enfrentarla.
Algunos sectores del feminismo explican la posición de las mujeres en
base a una violencia masculina ejercida a nivel individual, pero esta
aproximación oscurece lo que necesitamos explicar y reduce procesos muy
complejos a la dimensión del comportamiento masculino. En lugar de
contemplar la continuidad de la violencia sexual como el resultado de
una falta de poder en la mayor parte de la población, indistintamente
de su sexo, ciertas teorías atribuyen dicha permanencia al poder
masculino. El resultado es dirigir la atención de las mujeres a
combatir el sexismo en sus vidas personales sin llegar a combatirse con
eficiencia las ideas de la clase dominante. Para lograr un cambio a
nivel global, debemos atajar el problema de raíz, localizando el origen
de la violencia sexual en el contexto de los cambios producidos en la
sociedad capitalista y en la vida de las mujeres dentro de este
sistema. Debemos desarrollar estrategias para luchar contra la opresión
de la mujer en el plano individual, pero sobre todo colectivamente,
buscando soluciones concretas a problemas concretos. Se trata de aunar
fuerzas para superar una sociedad –la capitalistaque ha creado las
condiciones para que se dé y se perpetúe dicha violencia.
Por todo esto, resulta imprescindible la organización y la solidaridad
entre mujeres, pero también la implicación de nuestros compañeros a la
hora de combatir la violencia sexista y cuestionar la concepción
tradicional de los roles de género. Esta tarea no debe delimitarse
únicamente a espacios feministas, sino que debemos manifestar nuestro
rechazo a la violencia sexual de cualquier clase a diario y en todos
aquellos ámbitos en los que intervenimos, especialmente el laboral.
Pongamos en jaque al capitalismo, también a través de la igualdad.Notas:
1 M., María, 2013: “La cultura de la violación”. Proyecto Kahlo,
1/08/2013. Disponible en:
http://www.proyecto-kahlo.com/2013/08/la-cultura-de-la-violacion/
2 McGregor, Sheila, 1989: “Rape, pronography and capitalism”. International Socialism 2:45, Winter 1989, pp.3-31.
3 Mc Gregor, Sheila, 1989: op.cit.
4 Renton, David, 2013: “Three essays on violence: When did rape
begin?”.
http://livesrunning.wordpress.com/2013/10/08/when-did-rape-begin/
8/10/2013.
5 Fernández, June, 2013: “No vayas sola, te puede pasar algo”, eldiario.es, 13/10/2013.
6 Goti, Nerea, 2011: “Igualdad de derechos contra la violencia sexista”, Gara, 25/11/2011
Ángela Solano (@Angela_Freebird) es militante de En lucha / En lluita
Fuente: http://lahiedra.info/violencia-sexual-y-capitalismo-un-circulo-vicioso/
La Hiedra Cuando hablamos
de violencia sexista, tendemos a centrarnos en la violencia más
visible, la física, y no es de extrañar. Según el Consejo de Europa, la
violencia de género es la primera causa de invalidez y muerte para las
europeas de entre 16 y 44 años. En el Estado español, 48 mujeres
perdieron la vida a manos de su pareja en 2013; entre enero y marzo de
2014, ya han sido asesinadas 18. Sin embargo, existen muchos tipos de
violencia contra las mujeres, aquí nos centramos en la violencia
sexual.La violencia sexual hace referencia a cualquier acto que
coaccione a otra persona para manifestar una determinada conducta
sexual en contra de su voluntad. Puede ir desde el mal llamado piropo a
la violación. Aunque en distinto grado, siempre se trata de presumir
que el cuerpo femenino es un espacio que cualquiera puede tocar y del
que puede opinarse libremente. Se trata de un reflejo del sexismo que
las mujeres sufrimos a diario, una violencia que se ejerce contra
nosotras en todos los ámbitos: el doméstico, el laboral y también en la
calle. Cuando hablamos de “la cultura de la violación” (1), en realidad
nos estamos refiriendo a esto. Podemos detectarla en canciones,
películas y chistes; los medios de comunicación y la publicidad la
normalizan, visualizando a una mujer objeto, complemento de su homólogo
masculino, cuyo cuerpo hipersexualizado se expone públicamente como si
de una invitación se tratara.
A menudo tenemos tan interiorizado este tipo de violencia que ni
siquiera nos damos cuenta, pero su aceptación supone la banalización de
la desigualdad entre hombres y mujeres, lo que conlleva que el foco se
ponga demasiadas veces en la responsabilidad de estas últimas,
culpabilizándonos en cierto grado de las agresiones sufridas. De hecho,
las declaraciones de Michael Sanguinetti –policía que durante una
conferencia en 2011 sobre seguridad civil en la Osgoode Hall Law School
de Toronto sentenció que “las mujeres deben evitar vestirse como putas
para no sufrir violencia sexual”– dieron lugar a la primera de las
Marchas de las putas, organizadas en más de 60 ciudades del mundo para
reclamar el derecho de las mujeres a vestirse como quieran sin sufrir
agresiones sexuales por ello.
Pero el incremento de la violencia sexual también se relaciona con los
cambios en la concepción de la sexualidad y de la posición de la mujer
en la sociedad capitalista. El impacto del trabajo fuera del hogar, la
disponibilidad de anticonceptivos o el aborto, unido a otras
reivindicaciones feministas, ha proporcionado a las mujeres un mayor
peso social y ha aumentado sus expectativas acerca del control de
suscuerpos y sus vidas. Estos cambios han influido en la familia,
disminuyendo su tamaño. Hoy es posible para hombres y mujeres
experimentar relaciones personales y sexuales antes del matrimonio, hay
algún tipo de educación sexual en las escuelas –aunque insuficiente y
sesgada– y se reconoce a las mujeres como seres sexuales capaces de
experimentar placer por sí mismas. Estas victorias fueron impulsadas
por campañas políticas como el acceso al divorcio y al aborto, así como
contra la criminalización de la homosexualidad, contra el maltrato y la
violencia sexual. Las mujeres queremos ser tratadas en igualdad, con
respeto y dignidad, y mantener relaciones personales satisfactorias.
Sin embargo, los mensajes que se difunden desde los medios y la cultura
dominante continúan retratándonos como objetos sexuales, siempre
disponibles y accesibles para satisfacer a los hombres. La violencia
sexual se recrudece cuando, en este contexto, las mujeres tenemos más
poder y autonomía para decidir sobre nuestra sexualidad, cuestionando
las antiguas formas de dominación.
Violencia y naturaleza humana
Debemos señalar que la violencia no es intrínseca a la naturaleza
humana y que por lo tanto las relaciones entre hombres y mujeres
tampoco han estado siempre regidas por la violencia y la desigualdad;
sino que son susceptibles a los cambios sociales. Desde sus orígenes el
ser humano ha sido un ser social. Engels, en El origen de la familia,
la propiedad privada y el Estado, señala las formas en las que la
sociedad humana ha ido transformándose a partir de cambios cruciales en
sus técnicas de producción. Para Engels, las sociedades cazadoras y
recolectoras que había conocido estaban basadas en una división sexual
del trabajo en la cual hombres y mujeres cooperaban para asegurar su
existencia, pero la división del trabajo era igualitaria, concebida en
función del hábitat y no dictada por el conjunto de los hombres, pues
el trabajo de ambos sexos resultaba imprescindible para la
supervivencia. También señala que estas sociedades eran de pequeño
tamaño, todos se conocían dentro del grupo y no existían distinciones
entre la esfera pública y la privada. De esta forma, promovían la
socialización de hombres, mujeres, niñas y niños basándose en
principios de cooperación libres de violencia interpersonal. La
cooperación económica favorecía la cooperación social en todos los
sentidos: entre ciertos grupos indios norteamericanos, el
reconocimiento del derecho de las y los niños a elegir su rol de género
era algo plenamente aceptado. Teorías similares sobre la socialización
quedan recogidas por Eleanor Leacock en Myths of Male Dominance y por
Colin Turnbull en The Wayward Servant.
Peggy Sanday (2) también afirma que los roles de género son culturales,
no biológicos, y derivan de las circunstancias políticas e históricas
en que las personas interactúan entre ellas y con el medio que les
rodea. De otro modo no encontraríamos la variedad de formas en las que
estos roles han sido repartidos entre distintas sociedades. Pero hace
mucho que los seres humanos no inventamos nuevos caminos de una
generación a otra. De hecho, estamos irremediablemente influidos por
los patrones de nuestros padres y madres y siempre sentimos el peso de
nuestra cultura e historia. Estos roles de género sólo cambian cuando
la cultura es modificada por exigencias sociales o del medio en el que
se desarrollan. En The State Formation in Sumer and the Subjugation of
Women, Ruby Rohrlich habla de la consolidación de las clases sociales
como un proceso simultáneo a la formación del Estado, la subordinación
de la mujer a través de la familia y el fortalecimiento de todo ello
mediante la Ley. La propia existencia de penalizaciones para las
mujeres muestran que se resistieron a esta subordinación y que esa
fuerza legal fue necesaria para acabar con su resistencia: si las
mujeres siempre hubieran estado subordinadas a los hombres, estas
sanciones no habrían sido necesarias.
Podemos concluir entonces que ni la violación ni la violencia contra
las mujeres son premisas universales de la sociedad humana; tampoco son
un producto de la biología masculina. La explotación de clase, la
desigualdad y la violencia sistemática –incluyendo la violencia contra
la mujer–, seguramente aparecieron de forma tardía en las sociedades
humanas. Como afirma Chris Harman, “si hay una naturaleza humana
biológica, sus características deben haberse definido en el presente
período”.
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