5/31/2015

Autómata

Alejandro Alemán
El Salón Rojo

Como en pocas películas sucede, resulta muy fácil descartar a Autómata como una opción para pagar un boleto de cine y perder hora y media de vida. Estamos frente a una cinta de ciencia ficción, de bajo presupuesto, dirigida por un español (Gabe Ibáñez) que apenas comienza su carrera como director y además está protagonizada por Antonio Banderas. Nada de esto sugiere un buen final.




Incluso durante los primeros minutos de la cinta, resultan tan obvias las fuentes de las cuales abreva inspiración Gabe Ibáñez (también guionista del filme, junto con Igor Legarreta y Javier Sánchez) que esto podría tildarse de una mala copia de clásicos como Blade Runner (Scott, 1982) o de libros como Yo, robot de Isaac Asimov.




En todo caso esto último sería el perjuicio mayor. En nuestra búsqueda constante por "lo nuevo" o por "sorprendernos con lo nunca antes visto", ¿debemos descartar una obra porque hace explícita sus fuentes de inspiración?, ¿no sería mejor esperar ver hacia dónde lleva esas ideas?

Con todo ello en contra, Autómata resulta en una grata sorpresa. Estamos ante una película de género que no intenta negar sus raíces de ningún modo (al contrario, las asume completamente), pero que aún dentro de su aparente caos (según sus críticos más acérrimos, que en realidad son todos porque no he visto a casi nadie que le haya gustado esta cinta) hay una búsqueda honesta no sólo por encontrar un estilo propio, sino por volverse un referente más dentro del mismo geńero.
Esto último me parece que lo logra, al menos, en cuanto a la creación de atmósferas lúgubres, desoladas, que oprimen por su artificio; un mundo futurista pero quebrado donde los grandes avances tecnológicos resultan tan emocionantes como comprar un tostador nuevo, toda vez que en este planeta tierra la constante es sobrevivir a toda costa.
En un futuro muy lejano, el sol deja de ser nuestro aliado para convertirse en nuestro peor enemigo; la radiación solar aumenta provocando que la humanidad tenga que buscar refugio en un planeta tierra convertido en enorme desierto. La humanidad sufre una regresión tecnológica, los niveles de radiación hacen casi imposible las telecomunicaciones, por lo que dependemos de otras tecnologías para sobrevivir.
Los robots, creados originalmente con el objetivo de explorar nuevos lugares habitables, se vuelven en una necesidad cotidiana, cual si fueran electrodomésticos. Todo mundo tiene un robot, y es sólo una compañía, la empresa ROC, quien los construye. Estos robots tienen únicamente dos directrices: proteger toda forma de vida y jamás alterarse a sí mismos o a otros robots.
No obstante, un policía sorprende a un robot reparándose a sí mismo una pierna. El misterio va más allá: este robot al parecer está hecho con piezas de muchos otros, por lo que la empresa, a través de uno de sus agentes de seguros (Antonio Banderas), tendrá que investigar quién está desmantelando sus robots y peor aún, quién les está cambiando sus directrices.
De un primer vistazo, pareciera que estamos efectivamente de vuelta en el mundo de Blade Runner, con anuncios de neón del tamaño de edificios, hologramas por todas partes, lluvia perenne sobre ciudades oscuras y frías, gente con gabardina a pesar de estar en medio de un desierto, pero poco a poco, Gabe Ibáñez va encontrando la personalidad propia de su cinta.
Para empezar, tenemos un diseño de producción completamente orgánico, donde los robots tienen una estética frágil, incluso me atrevo a decir que hasta conmovedora, lo cual los convierte en los seres más débiles de este mundo desolado y a la vez los más competentes para sobrevivir. El cineasta intenta por todos los medios posibles evitar el uso excesivo del CGI, logrando así una estética peculiar, muy distante al "artificio realista" que el cine de Sci-fi de alto presupuesto nos tiene acostumbrados.
Ibañez logra construir una distopia visualmente dolorosa, no sólo por su fotografía gris, con pocos destellos de color, sino en el juego mismo de los robots como seres de segunda: aquel obligado por su dueño a pedir limosna, o aquellos ya sin piernas o brazos que ante la imposibilidad de autorepararse, deambulan con muletas, son tratados a pedradas, cual bestias. Es la miseria humana trasladada al mundo robot.
Si debemos jugar el juego de las referencias, anotemos tal vez una más cercana al espíritu de esta cinta. En los cortometrajes agrupados bajo el nombre ‘Animatrix’, mismo que funcionaban como pieza de acompañamiento luego del estreno de la Matrix original, había uno llamada "El Segundo renacimiento"; ahí se explicaba el origen del encono entre las máquinas y los humanos, haciendo un paralelismo entre los robots y ciertas escenas enigmáticas en la historia humana como la guerra de Vietnam o la protesta en la plaza de Tiananmen.




Autómata pareciera en ese sentido ser una precuela algo lejana tanto de Matrix como de Blade Runner, donde el conflicto es justamente el momento en que las máquinas se vuelven conscientes de su propia existencia y los humanos entienden las consecuencias que ello tendría. "Decir que nosotros no estamos vivos sería tanto como decir que ustedes son sólo unos simios", espeta en algún momento de la cinta uno de los robots que ha alcanzado autoconciencia.
Ibañez logra plasmar la gravedad de esa idea. Ahí en medio del desierto, está el humano, que intenta sobrevivir no sólo por instinto sino porque sabe que en casa su esposa está dando a luz. Él ha creado vida, mientras que los autómatas reclaman como suyo el derecho a seguir vivos, activos, encendidos. Si bien Autómata no busca (ni podría) trascender sus propias influencias, tampoco es un trabajo a desdeñar, siendo por sí misma una versión superior a esa fallida pieza de acción vestida de Sci-Fi llamada I, robot (2004, Proyas).
Por supuesto, las ideas que detonan esta cinta son viejas, pero aquí son tratadas con cierta elegancia y melancolía, una desesperación callada que perturba, una sencillez emotiva que surge de quien menos lo esperas: aquellos robots en apariencia inexpresivos pero conmovedores.
Los críticos de esta cinta (que son legión), hablan de temas derivativos, trillados o cansinos. Ojalá ese mismo rigor lo aplicaran en otras cintas, como por ejemplo, cualquiera basada en cómics, ¿o qué puede ser más trillado hoy en día que otra cinta pasada por la manufactura precisa de la Marvel?

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