Alejandro Alemán
El Salón Rojo
Como en pocas películas sucede, resulta muy fácil descartar a Autómata
como una opción para pagar un boleto de cine y perder hora y media de
vida. Estamos frente a una cinta de ciencia ficción, de bajo
presupuesto, dirigida por un español (Gabe Ibáñez) que apenas comienza
su carrera como director y además está protagonizada por Antonio
Banderas. Nada de esto sugiere un buen final.
Incluso durante los primeros minutos de la cinta, resultan tan obvias
las fuentes de las cuales abreva inspiración Gabe Ibáñez (también
guionista del filme, junto con Igor Legarreta y Javier Sánchez) que
esto podría tildarse de una mala copia de clásicos como Blade Runner (Scott, 1982) o de libros como Yo, robot de Isaac Asimov.
En todo caso esto último sería el perjuicio mayor. En nuestra búsqueda
constante por "lo nuevo" o por "sorprendernos con lo nunca antes
visto", ¿debemos descartar una obra porque hace explícita sus fuentes
de inspiración?, ¿no sería mejor esperar ver hacia dónde lleva esas
ideas?
Con todo ello en contra, Autómata
resulta en una grata sorpresa. Estamos ante una película de género que
no intenta negar sus raíces de ningún modo (al contrario, las asume
completamente), pero que aún dentro de su aparente caos (según sus
críticos más acérrimos, que en realidad son todos porque no he visto a
casi nadie que le haya gustado esta cinta) hay una búsqueda honesta no
sólo por encontrar un estilo propio, sino por volverse un referente más
dentro del mismo geńero.
Esto último me parece que lo logra, al menos, en cuanto a la creación
de atmósferas lúgubres, desoladas, que oprimen por su artificio; un
mundo futurista pero quebrado donde los grandes avances tecnológicos
resultan tan emocionantes como comprar un tostador nuevo, toda vez que
en este planeta tierra la constante es sobrevivir a toda costa.
En un futuro muy lejano, el sol deja de ser nuestro aliado para
convertirse en nuestro peor enemigo; la radiación solar aumenta
provocando que la humanidad tenga que buscar refugio en un planeta
tierra convertido en enorme desierto. La humanidad sufre una regresión
tecnológica, los niveles de radiación hacen casi imposible las
telecomunicaciones, por lo que dependemos de otras tecnologías para
sobrevivir.
Los robots, creados originalmente con el objetivo de explorar nuevos
lugares habitables, se vuelven en una necesidad cotidiana, cual si
fueran electrodomésticos. Todo mundo tiene un robot, y es sólo una
compañía, la empresa ROC, quien los construye. Estos robots tienen
únicamente dos directrices: proteger toda forma de vida y jamás
alterarse a sí mismos o a otros robots.
No obstante, un policía sorprende a un robot reparándose a sí mismo una
pierna. El misterio va más allá: este robot al parecer está hecho con
piezas de muchos otros, por lo que la empresa, a través de uno de sus
agentes de seguros (Antonio Banderas), tendrá que investigar quién está
desmantelando sus robots y peor aún, quién les está cambiando sus
directrices.
De un primer vistazo, pareciera que estamos efectivamente de vuelta en
el mundo de Blade Runner, con anuncios de neón del tamaño de edificios,
hologramas por todas partes, lluvia perenne sobre ciudades oscuras y
frías, gente con gabardina a pesar de estar en medio de un desierto,
pero poco a poco, Gabe Ibáñez va encontrando la personalidad propia de
su cinta.
Para empezar, tenemos un diseño de producción completamente orgánico,
donde los robots tienen una estética frágil, incluso me atrevo a decir
que hasta conmovedora, lo cual los convierte en los seres más débiles
de este mundo desolado y a la vez los más competentes para sobrevivir.
El cineasta intenta por todos los medios posibles evitar el uso
excesivo del CGI, logrando así una estética peculiar, muy distante al
"artificio realista" que el cine de Sci-fi de alto presupuesto nos
tiene acostumbrados.
Ibañez logra construir una distopia visualmente dolorosa, no sólo por
su fotografía gris, con pocos destellos de color, sino en el juego
mismo de los robots como seres de segunda: aquel obligado por su dueño
a pedir limosna, o aquellos ya sin piernas o brazos que ante la
imposibilidad de autorepararse, deambulan con muletas, son tratados a
pedradas, cual bestias. Es la miseria humana trasladada al mundo robot.
Si debemos jugar el juego de las referencias, anotemos tal vez una más
cercana al espíritu de esta cinta. En los cortometrajes agrupados bajo
el nombre Animatrix, mismo que funcionaban como pieza de
acompañamiento luego del estreno de la Matrix
original, había uno llamada "El Segundo renacimiento"; ahí se explicaba
el origen del encono entre las máquinas y los humanos, haciendo un
paralelismo entre los robots y ciertas escenas enigmáticas en la
historia humana como la guerra de Vietnam o la protesta en la plaza de
Tiananmen.
Ibañez logra plasmar la gravedad de esa idea. Ahí en medio del
desierto, está el humano, que intenta sobrevivir no sólo por instinto
sino porque sabe que en casa su esposa está dando a luz. Él ha creado
vida, mientras que los autómatas reclaman como suyo el derecho a seguir
vivos, activos, encendidos. Si bien Autómata
no busca (ni podría) trascender sus propias influencias, tampoco es un
trabajo a desdeñar, siendo por sí misma una versión superior a esa
fallida pieza de acción vestida de Sci-Fi llamada I, robot (2004, Proyas).
Por supuesto, las ideas que detonan esta cinta son viejas, pero aquí
son tratadas con cierta elegancia y melancolía, una desesperación
callada que perturba, una sencillez emotiva que surge de quien menos lo
esperas: aquellos robots en apariencia inexpresivos pero conmovedores.
Los críticos de esta cinta (que son legión), hablan de temas
derivativos, trillados o cansinos. Ojalá ese mismo rigor lo aplicaran
en otras cintas, como por ejemplo, cualquiera basada en cómics, ¿o qué
puede ser más trillado hoy en día que otra cinta pasada por la
manufactura precisa de la Marvel?
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