El incendio de la Guardería ABC ocurrió un 5 de junio, seis años después, Juanita, Héctor y Adriana narran su historia.
lasillarota.com
HERMOSILLO, SONORA (La Silla Rota).- Cuatro días después del incendio de la Guardería ABC, Juanita Luna Hernández estaba sentada en una butaca de un cine junto a su hija Janomi de cuatro años para ver la película Cars, pese a que su hijo menor Jonathan, había muerto en ese siniestro.
“La vida sigue”, cuenta una de las madres de los 49 niños fallecidos
el 5 de junio de 2009, porque no pudo negarle a su hija llevarla a
pasear ese día y en el lugar, sólo imaginaba que Jonathan estuviera a
su lado porque era una de sus películas favoritas.
“A veces tenemos miedo a sonreír, porque viene mucho la crítica, la
sociedad nos quiere ver cabizbaja, hay altibajos como en todas las
familias. Es un día a la vez, con ánimo firme, afortunadamente tenía
una hija y fue mi motor para seguir impulsando, porque entras en un
estado de shock. A mi hija no pude infundirle odio”, expresa.
Conserva de su hijo, un par de tenis y fotografías que los ha
colocado en la credenza del comedor de su casa y en una repisa de la
sala algunos juguetes y su loción, la cual abre cada cierto tiempo para
recordar su olor. Las prendas de ropa dice que se quedaron guardadas en
una cajonera en el cuarto del domicilio de su madre, donde vivían ese
2009.
“Aunque casi no la visito para no ver todo en ese cuarto, pues son muchos recuerdos ahí”, comenta.
Después de seis años espera aún la respuesta por la Procuraduría General de la República (PGR)
sobre el caso, asegura que no se ha dado por falta de voluntad de los
representantes, para ella las leyes son claras pero no desean
“cumplirlas”.
“Aquí a protección civil se le señalaron muchas cosas y no hicieron caso los dueños, por tapar un cosa con la otra. Se hizo una Ley 5 de Junio, mientras sigamos viviendo en que no pasa nada, todo sigue igual”, expone.
“Llamar un accidente” al incendio de la Guardería ABC es una
resolución que jamás ha contemplado, para ella el siniestro fue
provocado porque así se lo determinó la nueva línea de investigación
del 17 de abril del 2013, donde se expone que fue intencional prender
fuego a la bodega de la secretaría de Hacienda, que estaba contigua.
Por tal motivo, el gobierno del estado debe responder por esta
tragedia asegura Juanita Luna y que la única persona que puede dar
cumplimiento y ordenar no se detenga la investigación es el presidente Enrique Peña Nieto.
“Invitaría al presidente, a la procuradora y a su mejor elemento,
que me dieran una hora para que vean lo que está en la investigación,
tienen todo para que se ejerza una acción penal, tal vez explicarles
paso a paso, eso necesitamos, es voluntad del presidente de que se haga
justicia, fue un compromiso que él hizo”, asevera.
Para Juanita Luna una resolución al caso es lo que daría por
terminado este caso, pese a que el dolor y la ausencia de su hijo, así
como del resto, jamás será recompensada.
“Nadie mueve nada sin una orden (...) Nos satisface como madres, que
esto ya terminara que la procuraduría emitiera su respuesta, el caso ya
se cerrara, para bien o para mal, si van a ser absueltos o sentencia,
que ya se termina. Es voluntad del presidente (Enrique Peña Nieto), vez
el expediente y te das cuenta que faltan documentos, a que estamos
jugando, el trabajo de investigar lo hicimos las madres”, reclama.
Dos años después rehace su vida de pareja y procrea a su tercer
hijo, Johan, quien nació en el mismo mes que Jonathan, en febrero y
ahora tiene tres años con tres meses. Dice que son muy diferentes de
carácter.
EL DÍA DE LA TRAGEDIA
“Mamá me voy a ir al cielo”, le dice Jonathan a su mamá la mañana de
ese cinco junio, mientras estaba sentado en sus piernas, cuando ambos
iban a bordo en el lado del copiloto del automóvil que manejaba el
abuelo, padre de Juanita, pues todos los días lo llevaba a la Guardería.
Después de la expresión de su hijo, relata que lo abrazó y le
contesta que eso no pasará, que primero se irá su abuelo, ella y en
muchos años más él, sin embargo Jonathan le insiste que si “me voy a
ir”.
“Ahora digo, ¿por qué no me di cuenta de las señales de ese día?...
Lo dejo en la guardería, no nos dejaban pasar porque estaba lo de la
influenza, me quedo en el filtro y le digo adiós y con esa imagen me he
quedado toda mi vida”, revela.
Después de salir e irse a casa de su prima, donde le daban “ride” a
la universidad, empezó a llorar, cuenta que sintió coraje porque dejaba
a su hijo ocho horas para ir a trabajar, en virtud de que el padre no
la apoyaba económicamente.
Regresa pasadas las dos de la tarde, observa la que describe una de
las peores escenas de su vida, una guardería en llamas, humo, personas
sacando niños, otros resguardados en una casa y de repente alguien la
reconoce y le informa que su hijo fue trasladado al hospital CIMA,
ubicado a 30 minutos, es el sector sur de Hermosillo.
Al llegar, ve varios padres en busca de los suyos, el personal
médico no le da razón de su hijo, después le informan que fue
trasladado a la clínica Licona, lo buscan pero tampoco lo encuentran,
al rato le aseguran que lo llevaron al hospital San José, al norte de
la ciudad, ya eran como las seis de la tarde.
“Momento, le voy a pedir un favor, su hijo está estable, pero está
mal, tiene el 80 por ciento de su cuerpo quemado”, le dice el médico
antes de permitirle ver a Jonathan, la explicación es que su condición
física pudiera alarmarle y el niño necesita estar tranquilo.
“Cuando lo vi, era él, estaba rosado de su rostro, estaba en una
bolsa térmica, estaba vendado, revise parte de su cuerpo, yo lo veía
bien. Estaba muy hinchado eso sí, pero espiraba un olor que no lo
olvido. Le dije que lo estábamos esperando, que le echara ganas y vi
que de sus ojos salieron lágrimas, que no tuviera miedo y si necesitaba
irse, adelante porque se lo que pasaba”, relata.
Dos días después, el domingo siete junio le informan que falleció su hijo Jonathan, a causa de una paro.
“Llegó el médico con las manos ensangrentadas y me pregunta si lo
quiero ver, le dije que sí, le agradezco no me dejara verlo en las
condiciones en que quedó, lo volvieron a vendar. “Béselo señora” me
dijo, “abrácelo, despídase de él”. No era miedo de la muerte, sino
pensar que lo estaba lastimando”, expresa.
El padre de Jonathan llega después de un año y medio sin verlo y la
apoyó en los trámites ante el Servicio Médico Forense y relacionados
con su entierro.
“Al llegar a mi casa, me traen a mi hija, no la había visto desde
ese día, vivíamos con mi mamá y teníamos una cama en el cuarto, se
asoma, pensaba que su hermano estaba detrás de mí. Le dije: ¿te
acuerdas cuándo falleció tu abuelita, que estaba en una cajita gris?,
pues tu hermano ahora estará en una cajita blanca. Se soltó llorando y
ahí nos quedamos ella y yo”, relata.
Concluye Juanita Luna con la esperanza de que le próximo año, la
marcha ABC sea solemne, no una más para exigir justicia por el
fallecimiento de los 49 niños y niñas.
HÉCTOR MANUEL, SOBREVIVIENTE ABC
Héctor Manuel Robles Villegas es uno de los
sobrevivientes en el incendio de la Guardería ABC, hoy tiene nueve
años, practica taekwondo y su anhelo es ser un jugador de fútbol
profesional, pese a que todas sus extremidades fueron reconstruidas con
injertos.
Tenía tres años y tres meses cuando fue el incendio del 5 de junio
de 2009, hoy lleva 19 intervenciones, cada una de tres a cinco cirugías
al mismo tiempo, la última el pasado mes de marzo para separarle dos
dedos de su mano izquierda, la flexión de ese brazo, la axila derecha,
el ojo del mismo lado y reducción del cuero cabelludo.
Por haberse quemado el 60 por ciento de su cuerpo, tendrá que
someterse a ese tipo de cirugías hasta los 21 años, edad en la cual
termina el crecimiento. Del 40 por ciento restante se toman los
injertos y se utilizan de tres a cinco veces.
“Le fueron rasuradas la piel del estómago, abdomen, glúteos. Es como
si te pelaras la piel con un pelapapas, así queda la piel sangrando, lo
que a él le dolía era la parte que le quitaron. Esto es lo que más
duele y dejaban 17 días para volver a quitar, cada 17 días entraba a
quirófano y fueron casi 5 veces”, comenta su madre, Adriana Villegas.
Héctor es el hermano de menor de dos mujeres, una de 11 años y otra
de 15, hijo de padre deportista, fue marchista olímpico o maestro de
educación física, revela Adriana.
Dice Héctor que la materia que más le gusta son las matemáticas y en
karate es cinta verde avanzada, empezó a los siete años, además de
jugar con sus tres perros y a los videojuegos.
Mientras juega con el celular de su madre, se ríe entre los
comentarios y opina brevemente para aclarar, se muestra atento de lo
que se dice.
“La ventaja que tiene Héctor es que es muy receptor y de aprendizaje
visual… Le encanta el fútbol y haberlo practicado desde chico es algo
que le ha ayudado. En su brazo derecho no tiene la fuerza suficiente,
pero no se queja. En el hospital te dicen que lo van a integrar, no hay
límites, yo nunca se los puse, te va a costar el doble pero tienes que
hacerlo”, dice su mamá.
Él fue uno de los niños que lograron ser atendidos en el hospital Shrinners, de Sacramento, California,
pese a que el gobierno estatal y federal se oponían a su traslado,
revela Adriana que ella exigió fuera aceptado, de lo contrario los
responsabilizaría de lo que pudiera pasarle.
Incluso, indica que tuvo que acudir a la Ciudad de México, por
petición del gobierno para que validará la atención que recibiría ahí,
sin embargo el médico especialista le reconoció que en este país la
ciencia lleva un retraso de 10 años comparada con Estados Unidos, razón
suficiente para no dejarlo.
Una de las secuelas que tiene Héctor, es la falta de movilidad del
dedo índice y meñique de la mano derecha, pero no es impedimento para
utilizar los controles de los videojuegos que tanto le gustan.
Recuerda Adriana que la cirugía de reconstrucción del rostro de su
hijo había quedado “perfecta”, sin embargo por una mala práctica para
retirarle el respirador el niño reaccionó al dolor y con su mano se
desfiguró de nuevo la cara. Por ello tuvo dos cirugías faciales, ahora
es recuperarlo con la técnica de expansores para que sea su misma piel.
Una piel del injerto queda dura, cinco días después de colocarlo se
tiene que empezar con la terapia porque si no se pierde, comenta la
terapeuta de Héctor.
SEIS AÑOS DE APRENDIZAJE
“Al principio fue muy difícil porque mamá no estaba aquí y papá iba
a la cirugía y se regresaba con las dos niñas, con base a terapia
psicológica, espiritual, unión de familia, nos dio un giro de 360
grados, pero yo traigo las raíces en la fe y dejándolo todo en manos de
Dios”, expresa Adriana.
Su mayor logro es que Héctor pudo reintegrarse totalmente a su
entorno y eso para ellos como padres es una satisfacción y
tranquilidad, porque el objetivo es que él sea independiente.
Lo único que lamenta Adriana hasta el momento es la falta de voluntad para resolver el caso ABC.
“Siempre he dicho, que el día que Héctor crezca y me pregunte si
alguien pagó por esto, quisiera yo tenerle una respuesta positiva,
decirle que si hubo justicia para él y los demás niños, sin embargo el
sistema ya lo sabemos, desgraciadamente es un caso político desde que
inició y en la política todos se deben favores”, puntualiza.
CON SUS MANOS INTENTÓ ESCAPAR
El respirar el olor a humo lo despertó, en ese momento no pudo ver
bien estaba oscuro, se acerca a la puerta y al colocar la mano en la
perilla se quema pero con la otra se ayuda para salir del cuarto sin
saber a dónde ir, le platica Héctor a su mamá.
Tenía tres años y medio y solo recuerda que mientras corría de un
lado a otro un hombre lo “agarró” y lo sacó del incendio y le cuenta
que su maestra salió corriendo.
Un familiar le avisa a Adriana que hubo un accidente en la guardería
y le dice que se dirija al hospital CIMA, ahí se encuentra a una mamá
de un compañero de su hijo que tampoco sabía dónde estaban.
“Aquel día, yo me despedí de mis dos hijas a las siete de la mañana
porque iban a la escuela y de él (Héctor) a las once. Mi esposo iba a
10 para las tres por él, le tocó pasar niños y mi segunda hija vio
todo. A mis hijas no las volví a ver dentro de cuatro meses, sin saber
que la den medio tuvo un retroceso, ella vio los gritos y todo”, abunda.
EL “ÁNGEL” QUE LO SALVÓ
Héctor ese día usaba tenis con el dibujo del Hombre Araña, con luces
que se encendían mientras caminaba, y por eso se “salvó”, cuenta
Adriana.
A los dos años después del accidente fue con su madre e hijos a
comer a una plaza, cuando pedía la comida, su mamá le habla y le dice
que un joven sentado ahí cerca era quien salvó a su hijo.
“Yo siempre le pedí a Dios que me dijeron quién era el ángel que
salvó a mi hijo. Volteo a buscarlo y veo que esta tirado. Me ve con la
mirada y le pregunto que cómo sabe que salvó a mi hijo y me dice, “doña
yo saqué a ocho niños, los ocho los traigo aquí (señala su cabeza), su
hijo traía short azul, camisa blanca, tenis del spiderman y por los tenis doña, yo saqué a su hijo, porque veía la lucecita y decía, ¿esa madre qué es?”, relata.
Fue en ese momento que abrazó a su hijo para sacarlo, el joven tenía
16 años, agrega que ese día en la plaza se tomaron una foto, la cual
tiene enmarcada con la leyenda de “gracias por salvar mi vida” y
colocada en una mesa de su sala.
Adriana relata que el joven se enteró del incendio, porque una
señora les pidió ayuda y él junto a otros amigos se estaban drogando,
pero en ese momento decidió entrar por una ventana de la cocina para
salvar a quien pudiera.
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