El saldo de las elecciones 2015
Terminada
la etapa de las campañas del proceso electoral mexicano de 2015 resulta
indispensable reflexionar acerca de sus particularidades, de las
‘novedades’ y de sus consecuencias. En general, los actores políticos
coinciden en señalar la enorme desconfianza que el proceso electoral
suscita entre los votantes así como las violaciones sistemáticas
efectuadas por los partidos políticos, los candidatos y las autoridades
electorales. A lo anterior habría que agregar la participación macabra
del crimen organizado, el cual ha ejercido su derecho de veto a
candidatos que no son de su agrado (nada personal, son solo negocios)
y, al mismo tiempo, el apoyo financiero a sus preferidos, aunque esto
no sea una novedad en sentido estricto. Pero 20 asesinatos de
candidatos y personas colaborando con partidos en campaña no es un dato
menor.
El contexto social y político en el que se han venido
desarrollando las campañas es al mismo tiempo causa y consecuencia de
lo anterior. El ‘mexican moment’ impulsado por las reformas
constitucionales impuestas gracias al Pacto por México no ha logrado
contener el deterioro de la economía popular (argumento utilizado por
el Peña y Videgaray para lograr el ‘consenso’ en el congreso) sino todo
lo contrario. A este hecho habrá que agregar el crimen de estado
cometido en contra de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, los
escándalos de corrupción del presidente y su círculo interno, las
matanzas de Tlatlaya y Tanhuato, las movilizaciones de jornaleros en
San Quintín, por mencionar los agravios más visibles de los últimos
meses.
La coyuntura electoral tiene como escenario un país
agraviado y empobrecido, al grado de que un defensor recalcitrante de
la democracia liberal, José Woldenberg, no tuvo más remedio que admitir
que “En estas elecciones la esperanza es más corta y más débil por el
hartazgo en relación a los políticos, los gobiernos y congresos”. La
esperanza, motor fundamental para que la gente vote, no está jugando el
papel que le corresponde. Cómo olvidar que por mucho tiempo, buena
parte de los votantes acudían a las urnas con la esperanza de abrir una
nueva época. Así fue como presidentes como Luis Echeverría, Carlos
Salinas o Vicente Fox lograron ganar elecciones. El sistema político
mexicano se reciclaba cada sexenio a partir de promover la idea de que
ahora si viene el bueno, el presidente que va a resolver todos los
problemas, honesto, progresista, etc.
El desgaste es
inocultable por lo que la vieja fórmula no aplica más. Las
consecuencias están a la vista de todos y peor aún, parecen beneficiar
al PRI y su principal aliado, el PVEM, el cual con el apoyo de Los
Pinos y el duopolio televisivo ha introducido una táctica ‘novedosa’ en
el amplio catálogo del fraude electoral mexicano. De que otro modo se
puede comprender la táctica de violar la norma electoral y pagar la
multa para volver a hacerlo una y otra vez y además hacerse la víctima.
Sale más barato pagar las multas que respetar la ley electoral para
sumar votos. Pero para lograrlo, el PRI-PVEM tenía que contar con el
apoyo de los órganos electorales que, en lugar de cortar de tajo con la
perversa maniobra electorera se dedicaron a alimentar
‘involuntariamente’ la certeza de su contubernio con el régimen. Cuesta
trabajo pensar que la ‘innovación’ electoral no será mejorada en las
elecciones de 2018, dado su enorme éxito para posicionar a un partido
menor entre las primeras cuatro fuerzas políticas del país.
El debate provocado por la corriente de opinión favorable al voto nulo
y a la abstención no es nuevo en México pero en estas elecciones ha
cobrado fuerza, al grado de que se le ha agregado un nuevo elemento: el
boicot. El binomio agravio-impunidad ha radicalizado la postura de
actores políticos como el magisterio opositor en Guerrero y Oaxaca -y
en menor medida en estados como Veracruz, San Luis Potosí, Chiapas y
Michoacán- los cuales a menos de una semana de la elección han
efectuado una serie de acciones contundentes para obstaculizar los
comicios o de plano impedirlos. Los partidos de oposición al PRI han
coincidido en denunciar la inacción del gobierno federal para detener
el boicot como una táctica perversa para alejar a los votantes de las
urnas y maximizar el voto duro del partido del presidente.
Por todo lo anterior, las elecciones de 2015 pasarán a la historia
marcadas por la impunidad y por el malestar social que el proceso
electoral sólo ha conseguido acrecentar. Diseñadas para contener y
amortiguar los efectos del descontento, las elecciones del próximo 7 de
junio están muy lejos de lograr su misión en el marco del estado
liberal. Son claramente un proceso que abona directamente al deterioro
del régimen y a la confrontación social. ¿Será éste hecho una evidencia
más de la decadencia del liberalismo?
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