Tradicionalmente
el Estado recubría su condición de “legitimidad” tal cual su fe
burguesa encomiaba a cumplir con rigurosa norma demócrata sin mayores
contratiempos que el contenido de farsa y fraude electoral
insustituibles de cada contienda. La rigidez electoral era fiel a la
condición del otrora poderoso Estado mexicano y su gran burguesía, pero
con su desmantelamiento y crisis la democracia electoral llegó a su
final, el circo dio paso a la descomposición, la reforma electoral se
probó y reprobó.
Las elecciones llevaban a un equilibrio de
fuerzas al interior de esta vieja república devorada por el capitalismo
internacional, aunque cada vez con menos éxito la burguesía recobraba
el impulso para continuar con su largo proceso de expropiar, explotar y
doblegar a las mayorías. El derecho podrá decir misa y las retóricas
que quiera, el caso es que siempre los burgueses y sus políticos se
beneficiaron de cada proceso electoral, reforzaron la dominación social
y prolongaron el suplicio de las mayorías.
Ante la vista está
una realidad en la que este último proceso queda comprometido en las
inercias y condiciones que definen la descomposición del Estado y las
pugnas de poder de partidos y burguesía monopolista teledirigidos por
el imperialismo yanqui.
Esto consiste en la prevalencia del
contratismo monopolista, los manejos de partidos y plataformas
electorales por políticas oligárquico-financieras, el impulso de
futuras reformas de despojo, promesas de cambio cuyos protagonistas
electos seguirán comprometidos con el gran capital, una función pública
integrada a las reglas del juego capitalista, un obstinado
incumplimiento de sus leyes electorales, y un corrimiento
ultraderechista en las políticas de contención al pueblo.
El
mercado electoral pasó a formar parte integrante de esta realidad
operativa expresada en las clásicas artimañas de campaña, las agresivas
relaciones de poder entre sus actores, las maniobras interburguesas
para posicionar a sus testaferros y asegurar los compromisos,
reforzándose como un modelo agotado, de un sistema parlamentario y de
administración pública que no puede hacer otra cosa con las demandas
populares que no sea rechazarlas sistemáticamente considerándolas
opuestas a su llamado interés público, en síntesis, ya no son
representantes de los sectores del pueblo.
Lo estratégico se
exhibe en el desespero de la oligarquía por asegurar que los núcleos de
sus coaliciones arriben con grandes ventajas al haber sido probados
como firmes sostenes de la dictadura capitalista, tales como las
alianzas políticas del PRI-PAN y del PRI-PVEM-PANAL. Pues aunque la
socialdemocracia del PRD demuestra lealtad, aún esperan de ella más
incondicionalidad en la medida que siga acentuando su estructura
piramidal y corrupta, en tanto se replantean por otro lado ir cubriendo
ese camino para el caso de MORENA. Pero los retrocesos de esas alianzas
se han dejado notar en medio de campañas descoloridas, sólo salvadas
por el derroche de recursos en todo este proceso (8 mil millones de
pesos algo así como 516.5 millones de dólares), por lo demás el
escenario nacional cargado de represiones, asesinatos del ejército y
policías, reaccionarismo gubernamental contra América Latina, la
corrupción rampante a todos los niveles de gobierno y que comprometen
por diversos hilos a más de un candidato, con un telón de fondo
económico-social de ruina en las mayorías de un país a la deriva
económica, saturado de desequilibrios y anarquía en los diversos ramos
económicos, entre repuntes y fracasos del neoliberalismo.
La
lucha social no se hizo esperar ni logró ser desarraigada del panorama
al contrario de otras contiendas electorales, por lo que el discurso
oficial con sus acostumbradas promesas y garrotes nada pudo arreglar,
sectores importantes como el magisterial y el entorno a la lucha por
los 43, por primera vez, a gran escala consolidó una política de boicot
activo. Contadas pero serias figuras al interno de la contienda también
contribuyeron al debate político aunque con escasas posiciones hacia el
horizonte revolucionario, pero al fin y al cabo así sea en forma
limitada, siembran ideas de rechazo al sistema, estas enfrentarán, de
ser electas, una dura labor de resistencia por su dignidad, por la
fidelidad a sus bases y para marchar a compromisos estratégicos de
lucha. El régimen sacó sus garras, al final soltó amarras, ya nada
importó su clásica paz de fiesta electoral o su susodicha generosidad
de gobierno, de nada le sirvió la ofensiva contra Carmen Aristegui.
Como las cosas no anduvieron nada bien, ya no solo para un partido,
sino para el conjunto del proceso de recambio de los 2179 cargos
públicos, el proceso y sus actores se vieron desequilibrados entre las
prioridades del sistema, el saqueo del presupuesto y la cándida
política de presentar la inmaculada democracia electoral.
La
descomposición no hizo más que brotar, la narco-política jugó y sigue
jugando por sus candidatos dejándose sentir a su estilo de violencias y
compras. Las clases burguesas aquí y allá llenaron las charolas como
siempre, reclamaron sus derechos exigiendo que sus caballos no le
jueguen sucio cuando se instalen en sus puestos y cumplan sus
compromisos, que para eso se mocharon. Las instancias del poder
electorero más allá de sus competencias (partidos, INE, FEPADE,
Tribunal electoral) disputaron por lo suyo en medio de una composición
estructural del despilfarro ausente de criterios democráticos reales,
quejas y demandas se suceden por miles, se empapelan quedando sin
respuestas concretas, millones de personas rechazaron participar como
funcionarios de casilla por indolencia las unas, por rechazo las otras.
El poder ejecutivo más mal que bien cumplió con la sugestión
de progreso y crecimiento económico, un discurso de tolerancia y
honestidad poco creíble cuando las calles se manchan de sangre, en fin,
hasta en medio de la tormenta postuló medidas anticorrupción que ya se
fueron con el primer huracán de la temporada, para presentarse cuando
otra ocasión lo requiera. Nueva guerra sucia electoral, mientras tanto
la burguesía saqueando el país, aniquilando los reductos del estado
mexicano, insinuando con atrevimiento que sus estadistas viven allende
la frontera norte, reflexionando en México como un protectorado rinden
más pleitesía a Obama, Roberta Jacobson o cualquier potentado
imperialista que a Benito Juárez o Lázaro Cárdenas.
El
insólito caso de Lorenzo Córdova dejó de ser insólito excepto para
alguna minúscula conjura de ilusos, su racismo institucional, que hubo
quienes acusaron de trivial reflejó más allá del espionaje una
consistente política de negación a nuestros pueblos originarios
rechazados por el sistema electoral en tanto no les reconoce
representación pública en cuanto tales, que además desprecia y
manipula. Caso de manipulaciones singulares, los verdes aventaron esta
contraofensiva de grabaciones porque el consejero caballero del INE e
instancias correspondientes osaron multar sus excesos; en tanto lo
inaudito sería aportado por Rigoberta Menchú que con mucha facilidad se
prestó y vendió al caballero Córdoba para disque lavar la imagen del
INE, pero nada que se dijera de la ausencia de candidaturas por
nuestros pueblos originarios, sólo juegos del poder en el escenario
electoral. Córdoba rebasó tanto sus competencias que fue capaz de
maniobrar e influir con la SEP, Los Pinos y la Secretaría de
Gobernación una prórroga evaluativa del magisterio con tal de no
desalentar votos ni caldear los ánimos de uno de los sectores populares
constantemente agredidos por el sistema; lo que no es del agrado de la
rancia oligarquía temerosa de que el clamor popular eche abajo sus
reformas en otras áreas económicas. Una fuerte contradicción se
consolidó entre la partidocracia y el INE, la cual acentúa las disputas
del poder político.
El sistema defendió sus postulados,
parecía que su retórica centrada en la disyuntiva del autoritarismo vs
democracia, tendría efectos deslumbrantes, la vida social la hizo
crujir, mal parada quedó la frase de que votar es el antídoto contra el autoritarismo
en días de tanto despotismo estatal y partidista, las propias
elecciones hicieron parte del totalitarismo capitalista imperante, y la
democracia el ausente. Sigue la mata dando, si los partidos cierran
bien la compra-venta de votos cual corresponde a esta semana final pues
más fe dará a los testimonios de la crisis de la democracia burguesa
mexicana. Sea cual sea el resultado de la manufactura electoral el
régimen quiere canalizarlo para apuntalar sus postulados y controles,
negará toda derrota en las distintas formas que se presente, sea
abstencionismo, reducción de votos para sus principales alianzas o el
rechazo público y notorio a sus campañas, el gran fracaso del régimen
ante el estado de confrontación del país y las formas de lucha que se
desarrollan con mayor audacia como el boicot y las nuevas formas de
organización popular, política y representativa de nuestros pueblos.
En torno a la estructuración del dominio capitalista las cosas marchan
con tremendas dificultades para que los pobres del campo y la ciudad
sean oídos por la clase en el poder, los compromisos de los victoriosos
de hacer mejores leyes tienen una condición de clase, ni duda cabe, es
el designio de la democracia de un sistema corrupto y corruptor; aun
así, el ámbito electoral como proceso actual converge distintas líneas
de acción que cuestionan a la clase y sus circunstancias dominantes.
Aconteceres todos de la lucha de clases, este proceso electoral puede
marcar el comienzo, o la profundización de la insurgencia, de nuevas
acciones con mayor confianza en la "ilegitimidad" del régimen, o en
nuestros términos, de la pérdida de base social del sistema. Las tareas
y demandas que se le presentan a las clases explotadas y oprimidas que
componen al pueblo cimbran la política burguesa destacando las
tendencias revolucionarias por: una dirección política de clase social
en sentido que incline las luchas a procesos revolucionarios de cambio
por una democracia proletaria y popular por su esencia, de pensamiento
de clase opuesto al dominio ideológico del individualismo y espíritu de
enriquecimiento actualmente predominante, la cohesión política de los
pueblos del país hacia una perspectiva de socialismo, la confrontación
con el régimen represivo entregado al gran capital, la unidad de los
frentes de lucha: estudiantiles, obreros, magisteriales, indígenas,
guerrilleros, campesinos, urbano-populares, político-organizacionales.
La unidad es difícil pero necesaria, la supervivencia popular la
reclama, requiere banderas de lucha lo menos dependiente de los
dogmatismos o grupismos seudo-hegemónicos; lo más abiertas a la lucha
amplia y abnegada por centrarse en rechazar a la burguesía sus
políticos, sus estructuras, canalizando los logros posibles en
cualquiera de sus formas para acentuar la lucha social siempre en
perspectiva.
Felipe Cuevas Méndez es Militante del Partido comunista de México.
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