6/06/2015

La insuficiencia del concepto “femicidio”

Cuando la realidad supera a la legislación
El Desconcierto

Durante años, algunos sectores se han resistido a la idea de definir bajo un término específico aquellos crímenes cometidos en contra de las mujeres y cuyo motor es el sometimiento y/o control de éstas. Hoy, el concepto es insuficiente a la hora de evidenciar la violencia de género que aún impera con fuerza en Chile y que terminó con la vida de nueve mujeres durante las últimas dos semanas.

"¿Y por qué femicidio? ¿Acaso existe el masculinicidio?“, bajo esta y otras reflexiones similares se sustenta -todavía- el cuestionamiento hacia la idea de otorgar una categoría diferente al delito que termina con la vida de una mujer, bajo razones específicas de dominación y control sobre el género.
Para algunos, la existencia del concepto “femicidio” carece de sustento y podría sugerir un menosprecio al delito de homicidio cuando es cometido en contra de algún hombre. Sin embargo, la mayoría de los críticos desconoce -por ignorancia o desinformación- que dicha definición surge como respuesta a la necesidad de evidenciar la violencia de género hacia las mujeres, lo que permite que el fenómeno pueda ser relativamente cuantificado y la utilización de dicho material para la elaboración de políticas públicas para enfrentarlo.
La noción fue promovida por sectores feministas en diversas partes del mundo a partir de la década de los ’70. Mucho más tarde, en 1994, se crea la primera ley de violencia intrafamiliar en Chile. Sin embargo, no es hasta el 2010, bajo el mandato de Sebastián Piñera, cuando se promulga la Ley de Femicidio, que sintetiza dicho delito como “la muerte violenta de una mujer por el abuso del poder de género y que se produce en el seno de una relación de pareja, actual o pasada”.
El concepto, sin embargo, era utilizado desde 2001 gracias a las campañas impulsadas por las organizaciones feministas que fueron pioneras en la utilización del término y la denuncia de violencia de género. Hasta hoy, bajo dicha definición legal, consignada en el Código Penal, se contabilizan las víctimas “oficiales” de violencia de género en el país, aunque no sin problemas.
“En ese momento, el conjunto de actores institucionales, no tenían idea de qué era el femicidio y por qué era necesario usar un término preciso para dar cuenta de una realidad en particular, que es que las mujeres tienen un riesgo de morir sólo por el hecho de ser mujeres, a manos de sus parejas, ex parejas, familiares, clientes -en el caso de trabajadoras sexuales-, etcétera. Esa realidad puede prevenirse, porque tiene causas culturales, no es una enfermedad. La relación de poder y el deseo de dominación sobre las mujeres explica este fenómeno, la violencia en general y el femicidio como su expresión extrema”, explica Camila Maturana, abogada de Corporación Humanas.
Si no es cometido por su pareja, no hay femicidio
Cuando se discutió la Ley de Femicidio en Chile, las organizaciones interesadas en el tema valoraron la importancia de identificar el fenómeno como una realidad específica, pero advirtieron que una solución penal no sería suficiente para enfrentar un problema de Derechos Humanos de las mujeres.
En opinión de Lorena Astudillo, coordinadora nacional de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres, los legisladores del país suelen tomar conceptos y acomodarlos a lo que ellos creen, algo que explica la insuficiencia del concepto en la actualidad.
Nuestro país es un país familista, todo está pensando en la familia y parece ser que el único rol válido de una mujer es dentro de una. Por lo tanto, se entiende que solamente se comete un femicidio cuando la mujer es asesinada por su pareja, con quien convive, tiene un hijo o está casada. No en las relaciones de pololeo. Con esto confunden completamente lo que significa el concepto de femicidio”, enfatizó.
Además, agregó que “el término de femicidio, en la forma en que fue legislado, es un término pobre, que invisibiliza la finalidad que tiene. Hay una cantidad enorme de femicidios frustrados (108 durante el 2014), que significa que las mujeres estuvieron a punto de morir y sobrevivieron. Tampoco hay políticas públicas destinadas a hacer una reparación del daño que ellas han vivido”.
Un ejemplo reciente de esto se evidenció tras la muerte Tania Águila, una joven de 14 años que fue asesinada a golpes por su pololo en Puerto Varas. Según la investigación del fiscal Naim Lamas, su agresor la golpeó con puños y pies antes de culminar su ataque con piedrazos en el rostro. Tras los hechos, un comisario de la PDI aclaró que el delito no constituía un femicidio, ya que ambos jóvenes vivían en sus respectivos hogares.
Por ahora, dicha situación no es aclarada, ya que existen ciertos antecedentes que aseguran que los jóvenes llevaban varios días viviendo juntos, lo que podría cambiar la figura del delito penal. Sin embargo, tras ella, existen numerosos casos de violencia de género invisibilizados, al no ser considerados parte de la categoría estrecha que la legislación chilena hace del femicidio.
Astudillo explicó que “si hay una niña de 5 años que es violada y luego asesinada, sin duda hay un uso de ese cuerpo y un desprecio por la vida de esa niña hasta matarla. Sin embargo, según nuestros legisladores, eso no es femicidio”. Para ellas, la definición no es mucho más compleja: “El hombre que asesina a las mujeres está basado en una creencia de la superioridad que él tiene sobre ella y de la pertenencia de la mujer hacia él y el desprecio a su vida. No cualquier asesinato de una mujer es un femicidio. Tampoco cualquier hombre es un agresor: es el hombre machista”.
El caso argentino: la violencia de género existe en el espacio público y privado
Las diferencias en la conceptualización de femicidio se manifiestan en las cifras. Hoy, el Sernam maneja un catastro de 17 mujeres asesinadas, mientras que las organizaciones feministas, con una definición que abarca también la violencia de parte de los agresores aunque éstos no sean pareja de la víctima, contabiliza 27 femicidios durante el 2015.
En comparación a nivel regional, las cifras parecen engañosas. En Argentina, por ejemplo, se contabilizaron 277 víctimas durante el 2014, mientras que Chile contabilizó 40 femicidios. Sin embargo, apunta la coordinadora de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres, en el país vecino se cuenta con “una ley integral de violencia en contra de las mujeres, en donde se ha recogido el concepto y se ha entendido que la violencia de género pasa en lo público y en lo privado. Además, se reconoce que existe un odio machista en estas sociedades”.
Camila Maturana, abogada de Corporación Humana señaló que hay países que han definido “un conjunto de indicadores de dominación y control, de hombres hacia mujeres, que les permite calificar que es un crimen en donde la causa es que ella sea mujer”. Además, asegura, con altas penas en el sistema judicial no necesariamente se enfrenta el problema si no hay políticas públicas de prevención.
Durante el pasado miércoles, los argentinos marcharon masivamente contra la violencia hacia las mujeres, en una movilización que incluso fue apoyada por la iglesia del país transandino. En Chile, recuerdan, han muerto 9 mujeres durante las últimas dos semanas y, hasta ahora, ninguna autoridad -ni siquiera la ministra del Sernam, Claudia Pascual- se han pronunciado públicamente.
“La cantidad de femicidios que hemos tenido durante las última semanas y el nulo pronunciamiento de las autoridades para reconocer esta violencia patriarcal que está en la sociedad chilena, es gravísimo y mantiene a las mujeres en estado de permanente control y temor”, recuerda Maturana. Y Astudillo complementa: “Para nosotras éste es un silencio cómplice”.
“La mató por celos”: la responsabilidad de los medios y autoridades
Nueve femicidios han ocurrido en Chile en sólo 10 días: Susana Bustillos Silva (38 años), fue asesinada a golpes por su ex marido el pasado 18 de mayo en Maipú. Frauleín Alfaro Díaz, también de 38, fue estrangulada el 20 de mayo por su marido en La Florida y la misma suerte corrieron sus dos hijas María Jesús (7 años) y María de Lourdes (2 años).
El 22 de mayo, Carla Jara Tapia (21), con ocho meses de embarazo, fue estrangulada por su pareja en Buin. Dos días después, Gladys Donaire fue baleada por su esposo en San Felipe.
El 25 de mayo, una mujer de 88 años, de iniciales H.G.N.B fue asesinada a golpes por su sobrino en Viña del Mar. Durante el mismo día, en Melipilla, Carolina Torres, de 34, murió calcinada por su pareja. El último femicidio registrado -aunque su categoría aún está en discusión para las autoridades- fue el de la pequeña Tania Águila, de 14 años, quien fue golpeada con piedras por su pololo en Puerto Varas.
Tras la muerte de la menor, el comisario de la PDI José Sáez declaró que “los motivos del homicidio son de orden sentimental, evidenciados celos”, generando el rechazo de los activistas por el fin de la violencia de género. Semanas atrás, La Tercera publicó “Historia de un femicida“, un relato que parecía escarbar los motivos por los cuales Luis Reyes asesinó a Vania Tartakowsky con 19 puñaladas durante el 2014.
“Esta es la historia de cómo un médico, sindicado como un hombre tranquilo y de familia, admirado por sus colegas, termina cometiendo un crimen violento”, señalaba el artículo en su bajada. La publicación fue criticada incluso por Claudia Pascual, ministra del Sernam, a través de una carta pública y evidenció el tono en que los medios de comunicación suelen justificar los femicidios con expresiones patológicas o sentimentales.
Astudillo aseguró que los medios podrían ser grandes aliados para educar a la población. Sin embargo, “cuando informan de este tipo de asesinatos siempre lo hacen buscando algún tipo de justificación. Hay estudios que demuestran que cuando se informa acerca de los asesinatos de mujeres es cuando se usa más adjetivos. Dicen: “Loco de amor no soportó los celos y la mató”. Con eso justifican en la pasión un asesinato o patologizan al agresor. Eso da a entender a las personas que los celos pueden permitir eso, como si fuera algo natural. Ponen: “ira incontrolable”, pero resulta que esta ira sólo les nació en contra de sus parejas”.
Los victimarios, recuerda, no son todos enfermos. De hecho, sólo el 2% de los agresores tienen algún tipo de patología asociada. El resto, explica, son personas normales. “Hombres que se desenvuelven en la sociedad, que trabajan, que van al club deportivo y tienen sus amigos, pero la relación es de superioridad y dominación hacia las mujeres, lo que tiene que ver con la cultura en la que han crecido”.
En este escenario, a la espera de un pronunciamiento público y de medidas concretas de prevención ante los crímenes de género, la violencia machista y patriarcal que los inspira podría seguir arrasando con la vida de otras mujeres y niñas. Tristemente, las nueve víctimas que se contabilizan en los últimos 10 días no han sido suficientes para promover la reflexión y crítica de la sociedad en su conjunto.

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