Cuando la realidad supera a la legislación
El Desconcierto
Durante años, algunos sectores se han resistido a la idea de definir bajo un término específico aquellos crímenes cometidos en contra de las mujeres y cuyo motor es el sometimiento y/o control de éstas. Hoy, el concepto es insuficiente a la hora de evidenciar la violencia de género que aún impera con fuerza en Chile y que terminó con la vida de nueve mujeres durante las últimas dos semanas. |
"¿Y por qué femicidio?
¿Acaso existe el masculinicidio?“, bajo esta y otras reflexiones
similares se sustenta -todavía- el cuestionamiento hacia la idea de
otorgar una categoría diferente al delito que termina con la vida de una
mujer, bajo razones específicas de dominación y control sobre el
género.
Para algunos, la existencia del concepto “femicidio” carece de sustento
y podría sugerir un menosprecio al delito de homicidio cuando es
cometido en contra de algún hombre. Sin embargo, la mayoría de los
críticos desconoce -por ignorancia o desinformación- que dicha
definición surge como respuesta a la necesidad de evidenciar la
violencia de género hacia las mujeres, lo que permite que el fenómeno
pueda ser relativamente cuantificado y la utilización de dicho material
para la elaboración de políticas públicas para enfrentarlo.
La
noción fue promovida por sectores feministas en diversas partes del
mundo a partir de la década de los ’70. Mucho más tarde, en 1994, se
crea la primera ley de violencia intrafamiliar en Chile. Sin embargo, no
es hasta el 2010, bajo el mandato de Sebastián Piñera, cuando se
promulga la Ley de Femicidio, que sintetiza dicho delito como “la
muerte violenta de una mujer por el abuso del poder de género y que se
produce en el seno de una relación de pareja, actual o pasada”.
El concepto, sin embargo, era utilizado desde 2001 gracias a las campañas impulsadas por las organizaciones feministas que fueron pioneras en la utilización del término
y la denuncia de violencia de género. Hasta hoy, bajo dicha definición
legal, consignada en el Código Penal, se contabilizan las víctimas
“oficiales” de violencia de género en el país, aunque no sin problemas.
“En
ese momento, el conjunto de actores institucionales, no tenían idea de
qué era el femicidio y por qué era necesario usar un término preciso
para dar cuenta de una realidad en particular, que es que las mujeres
tienen un riesgo de morir sólo por el hecho de ser mujeres, a manos de
sus parejas, ex parejas, familiares, clientes -en el caso de
trabajadoras sexuales-, etcétera. Esa realidad puede prevenirse, porque
tiene causas culturales, no es una enfermedad. La relación de poder y el deseo de dominación sobre las mujeres
explica este fenómeno, la violencia en general y el femicidio como su
expresión extrema”, explica Camila Maturana, abogada de Corporación
Humanas.
Si no es cometido por su pareja, no hay femicidio
Cuando
se discutió la Ley de Femicidio en Chile, las organizaciones
interesadas en el tema valoraron la importancia de identificar el
fenómeno como una realidad específica, pero advirtieron que una solución
penal no sería suficiente para enfrentar un problema de Derechos
Humanos de las mujeres.
En opinión de Lorena Astudillo, coordinadora nacional de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres,
los legisladores del país suelen tomar conceptos y acomodarlos a lo que
ellos creen, algo que explica la insuficiencia del concepto en la
actualidad.
“Nuestro país es un país familista, todo está
pensando en la familia y parece ser que el único rol válido de una mujer
es dentro de una. Por lo tanto, se entiende que solamente se comete un
femicidio cuando la mujer es asesinada por su pareja, con quien convive,
tiene un hijo o está casada. No en las relaciones de pololeo. Con esto
confunden completamente lo que significa el concepto de femicidio”,
enfatizó.
Además, agregó que “el término de femicidio, en la
forma en que fue legislado, es un término pobre, que invisibiliza la
finalidad que tiene. Hay una cantidad enorme de femicidios frustrados
(108 durante el 2014), que significa que las mujeres estuvieron a punto
de morir y sobrevivieron. Tampoco hay políticas públicas destinadas a
hacer una reparación del daño que ellas han vivido”.
Un ejemplo reciente de esto se evidenció tras la muerte Tania Águila,
una joven de 14 años que fue asesinada a golpes por su pololo en Puerto
Varas. Según la investigación del fiscal Naim Lamas, su agresor la
golpeó con puños y pies antes de culminar su ataque con piedrazos en el
rostro. Tras los hechos, un comisario de la PDI aclaró que el delito no
constituía un femicidio, ya que ambos jóvenes vivían en sus respectivos
hogares.
Por ahora, dicha situación no es aclarada, ya que
existen ciertos antecedentes que aseguran que los jóvenes llevaban
varios días viviendo juntos, lo que podría cambiar la figura del delito
penal. Sin embargo, tras ella, existen numerosos casos de violencia de género invisibilizados, al no ser considerados parte de la categoría estrecha que la legislación chilena hace del femicidio.
Astudillo
explicó que “si hay una niña de 5 años que es violada y luego
asesinada, sin duda hay un uso de ese cuerpo y un desprecio por la vida
de esa niña hasta matarla. Sin embargo, según nuestros legisladores, eso
no es femicidio”. Para ellas, la definición no es mucho más compleja:
“El hombre que asesina a las mujeres está basado en una creencia de la
superioridad que él tiene sobre ella y de la pertenencia de la mujer
hacia él y el desprecio a su vida. No cualquier asesinato de una mujer es un femicidio. Tampoco cualquier hombre es un agresor: es el hombre machista”.
El caso argentino: la violencia de género existe en el espacio público y privado
Las
diferencias en la conceptualización de femicidio se manifiestan en las
cifras. Hoy, el Sernam maneja un catastro de 17 mujeres asesinadas,
mientras que las organizaciones feministas, con una definición que
abarca también la violencia de parte de los agresores aunque éstos no
sean pareja de la víctima, contabiliza 27 femicidios durante el 2015.
En comparación a nivel regional, las cifras parecen engañosas. En Argentina, por ejemplo, se contabilizaron 277 víctimas durante el 2014,
mientras que Chile contabilizó 40 femicidios. Sin embargo, apunta la
coordinadora de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres, en
el país vecino se cuenta con “una ley integral de violencia en contra
de las mujeres, en donde se ha recogido el concepto y se ha entendido
que la violencia de género pasa en lo público y en lo privado. Además, se reconoce que existe un odio machista en estas sociedades”.
Camila
Maturana, abogada de Corporación Humana señaló que hay países que han
definido “un conjunto de indicadores de dominación y control, de hombres
hacia mujeres, que les permite calificar que es un crimen en donde la
causa es que ella sea mujer”. Además, asegura, con altas penas en el
sistema judicial no necesariamente se enfrenta el problema si no hay
políticas públicas de prevención.
Durante el pasado miércoles,
los argentinos marcharon masivamente contra la violencia hacia las
mujeres, en una movilización que incluso fue apoyada por la iglesia del país transandino.
En Chile, recuerdan, han muerto 9 mujeres durante las últimas dos
semanas y, hasta ahora, ninguna autoridad -ni siquiera la ministra del
Sernam, Claudia Pascual- se han pronunciado públicamente.
“La
cantidad de femicidios que hemos tenido durante las última semanas y el
nulo pronunciamiento de las autoridades para reconocer esta violencia
patriarcal que está en la sociedad chilena, es gravísimo y mantiene a
las mujeres en estado de permanente control y temor”, recuerda Maturana.
Y Astudillo complementa: “Para nosotras éste es un silencio cómplice”.
“La mató por celos”: la responsabilidad de los medios y autoridades
Nueve femicidios han ocurrido en Chile en sólo 10 días: Susana Bustillos Silva (38 años), fue asesinada a golpes por su ex marido el pasado 18 de mayo en Maipú. Frauleín Alfaro Díaz, también de 38, fue estrangulada el 20 de mayo por su marido en La Florida y la misma suerte corrieron sus dos hijas María Jesús (7 años) y María de Lourdes (2 años).
El 22 de mayo, Carla Jara Tapia (21), con ocho meses de embarazo, fue estrangulada por su pareja en Buin. Dos días después, Gladys Donaire fue baleada por su esposo en San Felipe.
El 25 de mayo, una mujer de 88 años, de iniciales H.G.N.B fue asesinada a golpes por su sobrino en Viña del Mar. Durante el mismo día, en Melipilla, Carolina Torres,
de 34, murió calcinada por su pareja. El último femicidio registrado
-aunque su categoría aún está en discusión para las autoridades- fue el
de la pequeña Tania Águila, de 14 años, quien fue golpeada con piedras por su pololo en Puerto Varas.
Tras la muerte de la menor, el comisario de la PDI José Sáez declaró que “los motivos del homicidio son de orden sentimental,
evidenciados celos”, generando el rechazo de los activistas por el fin
de la violencia de género. Semanas atrás, La Tercera publicó “Historia de un femicida“, un relato que parecía escarbar los motivos por los cuales Luis Reyes asesinó a Vania Tartakowsky con 19 puñaladas durante el 2014.
“Esta
es la historia de cómo un médico, sindicado como un hombre tranquilo y
de familia, admirado por sus colegas, termina cometiendo un crimen
violento”, señalaba el artículo en su bajada. La publicación fue criticada incluso por Claudia Pascual,
ministra del Sernam, a través de una carta pública y evidenció el tono
en que los medios de comunicación suelen justificar los femicidios con expresiones patológicas o sentimentales.
Astudillo
aseguró que los medios podrían ser grandes aliados para educar a la
población. Sin embargo, “cuando informan de este tipo de asesinatos
siempre lo hacen buscando algún tipo de justificación. Hay estudios que
demuestran que cuando se informa acerca de los asesinatos de mujeres es
cuando se usa más adjetivos. Dicen: “Loco de amor no soportó los celos y la mató”.
Con eso justifican en la pasión un asesinato o patologizan al agresor.
Eso da a entender a las personas que los celos pueden permitir eso, como
si fuera algo natural. Ponen: “ira incontrolable”, pero resulta que
esta ira sólo les nació en contra de sus parejas”.
Los victimarios, recuerda, no son todos enfermos. De hecho, sólo el 2% de los agresores tienen algún tipo de patología asociada.
El resto, explica, son personas normales. “Hombres que se desenvuelven
en la sociedad, que trabajan, que van al club deportivo y tienen sus
amigos, pero la relación es de superioridad y dominación hacia las
mujeres, lo que tiene que ver con la cultura en la que han crecido”.
En
este escenario, a la espera de un pronunciamiento público y de medidas
concretas de prevención ante los crímenes de género, la violencia
machista y patriarcal que los inspira podría seguir arrasando con la
vida de otras mujeres y niñas. Tristemente, las nueve víctimas que se
contabilizan en los últimos 10 días no han sido suficientes para
promover la reflexión y crítica de la sociedad en su conjunto.
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