Leonardo García Tsao
Ayer
escribía yo que cualquier película podría ganar la Palma de Oro. Y, en
efecto, ganó una película cualquiera. En años anteriores, el francés
Jacques Audiard había competido en Cannes con un par de títulos sólidos
–Un profeta (2009) y Metal y hueso (2012)– y no había
ganado el premio mayor. Ahora el jurado presidido por Ethan y Joel Coen
decidió regalarle la Palma, tal vez en compensación, por una cinta tan
plana y convencional como Dheepan.
No fue el único premio importante obtenido por el país anfitrión. El
premio de interpretación masculina fue justamente otorgado a Vincent
Lindon por La loi du marché, de Stéphane Brizé, mientras el de interpretación femenina fue dividido ex aequo entre las antípodas de la actuación: la francesa Emmanuelle Bercot por sus mohínes histéricos en Mon roi, de Maïwenn, en contraste con la emotiva contención de la estadunidense Rooney Mara en Carol, de Todd Haynes.
Los demás premios quedaron dentro de lo comprensible. El Grand Prix, o sea el segundo lugar, fue para el húngaro Saul fia,
del debutante László Nemes, el drama situado dentro de Auschwitz que,
francamente, hubiera sido un ganador más meritorio.
Mientras el premio
al mejor director fue para el taiwanés Hou Hsiao-Hsien, por el bello
pero incomprensible espectáculo de Nie Yinniang. (Hou ya había ganado la Palma de Oro en 1993 por El maestro de títeres, que yo recuerde nunca exhibida en México.)
El Premio del Jurado fue para The Lobster, del griego Yorgos Lanthimos, que tenía muchos adeptos entre la crítica.
El primero en anunciarse fue el premio al mejor guión, que correspondió a Michel Franco por Chronic.
Eso significa que en las últimas tres veces que una película mexicana
ha competido en Cannes se ha llevado algún premio, lo cual no está mal.
En cambio, el gran perdedor fue el cine italiano. Ni un reconocimiento
fue dado a las películas respectivas de Mateo Garrone, Nanni Moretti y
Paolo Sorrentino, a pesar de que el segundo gozaba de los favores de la
crítica francesa.
La Cámara de Oro, premio para la mejor opera prima, decidido por otro jurado, fue para la colombiana La tierra y la sombra,
de César Augusto Acevedo, que ya había ganado un premio en la Semana de
la Crítica.
Eso se suma a los premios ya reportados para el documental
chileno-mexicano Allende, mi abuelo Allende, de Marcia Tambutti Allende;
la también colombiana El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, y la argentina Paulina, de Santiago Mitre, para confirmar el buen papel desempeñado por el cine latinoamericano en todo el festival.
Por el lado sentimental, una Palma de Oro Honorífica fue entregada a
la octogenaria realizadora Agnès Varda, única miembro femenina de la
Nueva Ola francesa y una de sus últimas sobrevivientes.
Aunque duró poco más de una hora, la ceremonia del palmarés se
sintió larga y cansada porque, bajo la influencia de Hollywood, ahora
se incorporaron bailes y canciones. También porque los discursos de
agradecimiento fueron eternos. Sobre todo, los franceses Bercot y
Lindon no parecían querer soltar el micrófono.
Por si a alguien todavía le interesa, la película de clausura La glace et le ciel (El hielo y el cielo)
no pudo haber sido más de relleno escogido a última hora. Dirigido por
el francés Luc Jacquet, se trata de un documental biográfico sobre el
glaciólogo Claude Lorius, que desde los años 50 ha estudiado las capas
de hielo en la Antártida y ha sido una de las voces más perentorias
sobre el cambio climático. Muy meritorio, sin duda. Pero el documental
es como uno de esos programas especiales que se ven más bien en canales
de cable, como National Geographic o Discovery Channel. No para
clausurar el que se supone es el festival cinematográfico más
importante del mundo.
Twitter: @walyder
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