Leonardo García Tsao
El
consenso fue que la edición 68 del festival de Cannes fue, por mucho,
una de las mejores en varios años. Estamos hablando, claro, del clima.
Por una vez, el sol brilló a lo largo de todo el festival –la lluvia,
ligera y breve, sólo se hizo presente durante una mañana. Y ni siquiera
hizo el calor excesivo que también se torna agobiante. La temperatura
fue idealmente templada.
Esa fue la mejor cualidad de un festival que, por otra parte, no
cumplió las expectativas de calidad en su programación. De alguna
forma, los autores prestigiados decepcionaron con sus nuevas
realizaciones, mientras sólo pocos de los nuevos nombres estuvieron a
la altura del reto. Por ejemplo, el debutante cineasta húngaro László
Nemes en realidad merecía la Palma de Oro por su Saul fia (El hijo de Saúl) que, aunque controvertida, fue seguramente el drama más estrujante de la competencia.
Pero este año, parecía que por designio, el triunfo le pertenecía a
los franceses. No obstante que en el jurado, sólo un miembro –la actriz
Sophie Marceau– pudo haber ejercido el chovinismo, la Palma de Oro a Dheepan,
de Jacques Audiard, sólo se podía explicar en términos de favoritismo
local. ¿Tan fuerte fue la influencia de Marceau que, además, los
premios de actuación fueron también para ciudadanos galos?
Pero la tendencia estaba marcada desde la selección misma, con un
exceso de cinco producciones francesas en la competencia. (Antaño, los
beneficiados eran los visitantes de Hollywood.) Eso no es todo. Las
coproducciones con Francia también fueron tan abundantes que 12 de los
19 títulos seleccionados –incluyendo la mexicana Chronic, de Michel Franco– fueron cofinanciados con capital francés. Business is business (frase que desconozco si tiene un equivalente galo).
A pesar de esa marrullería industrial, el cine latinoamericano
–programado en dosis pequeñas, repartidas en las secciones principales
del festival– sobresalió con premios a casi todas las películas
participantes. Estos incluyeron el premio al mejor guión para la ya
citada Chronic, en el palmarés oficial, la prestigiada Cámara de Oro para la película colombiana La tierra y la sombra, de César Augusto Acevedo, y el primer premio al mejor documental, L’Oeil d’Or, al documental chileno mexicano Allende, mi abuelo Allende, de Marcia Tambutti Allende. O sea, que el promedio de bateo del cine latinoamericano fue altísimo.
El
documental sobre Salvador Allende fue parte de la programación de la
Quincena de Realizadores que, a diferencia de la sección oficial,
presentó una de sus mejores ediciones. La sección a cargo del crítico
Edouard Waintrop presentó una sugestiva diversidad de títulos, algunos
tan satisfactorios que uno se preguntaba cómo pudieron escapar de los
ojos de los programadores oficiales. Por desgracia, el deber
periodístico de cubrir la competencia impedía asistir con más
frecuencia a las proyecciones de la Quincena.
En términos de negocio, la parte fundamental de Cannes, pero
disfrazada por la pompa y circunstancia de las actividades
faranduleras, las compraventas se reportaron como saludables. Incluso,
un título tan difícil de vender como Saul fia aseguró varios
territorios, apoyado en su buena recepción crítica, su Grand Prix y la
demanda que pueden tener los dramas sobre el Holocausto entre públicos
especializados. Un buen año del Marché du Film puede significar que la crisis, al menos en algunos países, se ha atenuado.
Total, un festival de Cannes poco memorable al menos para los que
nos la pasamos de proyección en proyección, y no en la playa, que era
lo más sensato.
Twitter: @walyder
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