Por: Emma Martínez /
6 mayo, 2015
(06 de mayo, 2015. Revolución TRESPUNTOCERO).- Salió de Guerrero hace un año, iba con un amigo con el que trabajaría
en un campo de cultivo de Baja California. Ganaría mucho más que aquí,
tal vez el triple. Juan viajó más de 20 horas, con mucho calor, sin
baño en el camión y sin probar bocado.
Cuando llegó a un enorme rancho, con gente que portaba armas,
pensó que ganaría mucho, se veía que los dueños tenían mucho dinero.
Pero en el momento en que se convirtió en jornalero, no pudo salir,
comían mejor los cerdos que ellos, dormían sobre tablas viejas y con
peligro que algún alacrán se apareciera por ahí. Su trabajo lo hacía
durante más de 9 horas, bajo el sol, sin descansar. Un día simplemente
se fue, lo dejaron irse, sin pagarle algunos días de trabajo, pero no
le importó.
Corrió y buscó ayuda con las autoridades, la Procuraduría estatal
de Derechos Humanos y Protección Ciudadana lo ayudó a volver a su
comunidad, aunque les dijo todo el sufrimiento vivido y agregó que
muchos de sus compañeros estaban enfermos y podían morir, nadie siguió
el caso.
En México 19 estados practican la esclavitud por medio de la
explotación y violación a los derechos humanos de los jornaleros
agrícolas, ocupando así el primer lugar en América Latina del Índice
Global de Esclavitud 2014, con aproximadamente 266 mil 900 víctimas.
El estado de Guerrero ocupa el primer lugar a nivel nacional de
migración interna. Este fenómeno tiene que ver con el alto índice de
marginación que prevalece en la entidad. De los 81 municipios que la
conforman, el 53.09% presentan un grado muy alto de marginación.
“Guerrero es un estado deprimido que se ha caracterizado por
expulsar a familias para convertirlas en grupos de jornaleros, no
solamente por la pobreza, sino también por la marginación y la
exclusión social. La característica no solamente es que viven en zonas
rurales, a esto se une el componente indígena, quienes carecen de toda
atención social por parte de los municipios y del gobierno estatal”,
afirma Margarita Nemecio, coordinadora del área de migrantes del Centro
de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan.
También comenta que las comunidades en donde los habitantes se
convierten en jornaleros tienen como objetivo cubrir las necesidades
más básicas, y dado a que muchas veces no pueden con ellas estando en
sus hogares, abandonan su lugar de origen, ya que por medio de la
migración obtienen una de las pocas alternativas que pueden ayudarlos a
subsistir ante la inminente falta de empleos, lo cual finalmente va
asociado al factor económico, el cual solamente lo consiguen emigrando
cuatro, seis u ocho meses al año.
“Además de la pobreza, la marginación, así como la falta de empleos
formales que prevalece en las comunidades campesinas e indígenas, se
propicia la vulnerabilidad de los derechos de los jornaleros agrícolas
migrantes y sus familias. La Cruzada Nacional contra el Hambre y otras
políticas sexenales, funcionan solamente para captar votos y mantener a
grandes sectores en la miseria”, declara el presidente del
Tlachinollan, Abel Barrera.
Agregando que “la población indígena migrante enfrenta condiciones
de trabajo, normas sanitarias, alojamiento, transporte y educación,
inferiores a lo señalado por las normas internacionales, lo que provoca
que en muchas ocasiones sobrevivan en condiciones infrahumanas”.
Desde el año 2006 a la fecha, el Centro de Derechos Humanos de la
Montaña Tlachinollan y el Consejo de Jornaleros Agrícolas de la
Montaña han documentado la migración de más de 47 mil jornaleros y
jornaleras provenientes de aproximadamente 362 comunidades indígenas,
quienes se trasladaron principalmente a Sinaloa.
“Generar recursos para subsistir cuando trabajan como jornaleros y
cuando regresan a sus comunidades es el único motivo de vida de muchos
indígenas. Aun cuando desde el momento en que salen de su comunidad el
riesgo es muy alto, ya que la gran mayoría de las comunidades están
alejadas de los centros de embarque; la lejanía a veces es de 6 a 8
horas de camino, lo que implica que algunos de ellos hagan este tipo de
recorridos en carros de redila donde suben hasta 7 familias, sin
condiciones optimas, en medio de caminos de terracería que en varias
ocasiones padecen volcaduras”, sentencia Nemecio.
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