Por: Carmen R. Ponce Meléndez*
En México la participación del trabajo en el ingreso nacional –como factor de producción, masa salarial– es muy baja, apenas del 30 por ciento, mientras que la del capital alcanza el 70 por ciento restante; en el capital están reflejadas las ganancias.
Situación muy diferente a la que prevalece en los países desarrollados (Francia y Reino Unido), donde la proporción es justamente a la inversa.
Pero esta participación de las remuneraciones al trabajo no sólo es baja, sino que además en los últimos 30 años ha sido decreciente. Es muy importante porque ésta resulta determinante en el origen de la desigualdad, por tanto también en el desarrollo.
Las causas de esta masa salarial tan baja es la debilidad del empleo formal y la caída constante de los salarios. En ambos casos las más afectadas son las mujeres, tienen una participación minoritaria en el empleo formal y sus salarios son más bajos que los masculinos, es decir, existe una brecha de género.
La debilidad del empleo formal es clara. Durante la década 1960-70 la tasa de crecimiento del empleo formal era 10.8, 40 años después (2000-2010) esta tasa se desplomó a 1.3 puntos porcentuales. La generación de empleos formales es insuficiente, frente a la demanda provocada por el crecimiento demográfico, generando desempleo.
Para el largo plazo las remuneraciones al trabajo y el empleo formal se han rezagado con relación al ingreso nacional.
En el desempleo son las mujeres las que tienen las tasas más altas. Un desempleo que se compone de mujeres con experiencia en un 84.01 por ciento, así como de niveles de educación media superior y superior.
Aunque hay que señalar que en el grupo de desempleadas sin experiencia el número de mujeres es casi el doble que el masculino; cada vez son más las mujeres interesadas y necesitadas de ingresar al mercado laboral.
Su participación en la informalidad también es superior a la masculina. Datos de ENOE-Inegi indican que en marzo pasado la tasa de informalidad masculina alcanzó 57.7, frente a 58.4 puntos de la femenina.
En lo concerniente a la dinámica de los salarios y su influencia en la masa salarial, éstos han mostrado una clara tendencia a la baja, en especial a partir de la crisis de 2008. No es casual que durante los últimos 30 años (1981-2010) el PIB per cápita sea de apenas 0.63 puntos porcentuales.
Hay una precarización del empleo que se expresa claramente en el crecimiento del número de trabajadoras y trabajadores que sólo perciben hasta tres salarios mínimos, aproximadamente 6 mil pesos mensuales y son más de la mitad de la población ocupada.
Los puestos de trabajo creados desde fines de 2008 son mayoritariamente de bajo salario, en tanto que los de más de tres salarios mínimos han seguido reduciéndose. De acuerdo con la ENOE, en el primer trimestre de 2014 el número de empleos de más de tres salarios mínimos era de 1.5 millones inferior al registrado más de cinco años de iniciada la crisis, en el tercer trimestre de 2008.
Para las trabajadoras la situación es más crítica: de 2009 a 2014 (segundo trimestre) el número de trabajadoras que perciben hasta tres salarios mínimos pasó de 10.3 a 12.1 millones, un incremento del 17.5 por ciento. Aquí es necesario hacer hincapié que estas trabajadoras representan más de la mitad de la población ocupada, 61.1 en 2009 y 64.2 por ciento para 2014 (datos de ENOE-Inegi).
Simultáneamente el número de trabajadoras y trabajadores que perciben más de cinco salarios mínimos se reduce drásticamente, pero en mayor medida en las mujeres. Es un ingreso mensual de aproximadamente más de 10 mil 300 pesos mensuales (ver gráfica).
En 2008 había 1.4 millones de trabajadoras que ganaban más de cinco salarios mínimos; para 2014 esta cifra ya había disminuido a 971 mil 824, una caída de 46.7 por ciento, prácticamente la mitad menos. Como proporción de la población ocupada pasaron de representar el 8.4 al 5.2 por ciento.
Para la población masculina la situación también es grave: en 2008 el 13.5 de los trabajadores tenían un ingreso de más de cinco salarios mínimos, seis años después esta proporción bajó a 7.7 puntos porcentuales.
Sin embargo sigue siendo superior el porcentaje de trabajadores que percibe este nivel de ingresos; en las mujeres es menor la proporción de trabajadoras con ese nivel. La brecha de género ha disminuido pero persiste; las mujeres ganan cada día menos y trabajan más.
VER GRÁFICA AQUÍ
En el marco del Día Internacional del Trabajo, exigir mejores condiciones para las mujeres trabajadoras es una asignatura pendiente, pero requiere que las necesidades se conviertan en demandas.
Twitter: @ramonaponce
*Economista especializada en temas de género.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | México, DF.-
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