Por: Guillermo Fabela Quiñones
La
nefasta “guerra” de Felipe Calderón contra los cárteles del
narcotráfico sigue manifestándose con un dramatismo creciente. Así lo
patentiza el repunte del secuestro de migrantes, delito que no existía
hace tres décadas. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de
Migración (INM), en 2013 se reportaron 62 denuncias relativas a dicho
delito, mientras un año después la cifra se elevó a 682 casos. El
Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), considera que esta
modalidad delictiva deriva de la escisión de los grandes cárteles, los
cuales recurren al secuestro y la extorsión de migrantes para compensar
las pérdidas que sufren por la desorganización del mercado de
estupefacientes.
Dicho fenómeno, aunado al
aumento de la pobreza en el país y en América Central, ha dado por
resultado que la ola migratoria siga en aumento, a pesar del incremento
de medidas contra migrantes indocumentados implementadas por el
gobierno estadounidense. La gran mayoría de los migrantes afectados por
los delincuentes son de países centroamericanos, lo que hace pensar que
a la par de los cárteles se encuentran organizaciones controladas por
agencias del país vecino, en coordinación sin duda con agentes
migratorios nacionales, para amedrentar a los migrantes que no temen
exponer su vida con tal de llegar a Estados Unidos.
Sin embargo, por más acciones
que pongan en marcha los gobiernos de México y Estados Unidos, para
tratar de minimizar el trasiego de migrantes indocumentados, el
problema seguirá incrementándose, por la sencilla razón de que quienes
se ven obligados a emprender una aventura tan riesgosa no tienen nada
que perder. Se trata de un fenómeno social producto del neoliberalismo,
que sólo podrá erradicarse en la medida que dicho modelo pase a la
historia y haya verdadero crecimiento y desarrollo en América Latina,
particularmente en las naciones más afectadas, como México y las que
conforman América Central.
La “guerra” contra el
narcotráfico es una de las manifestaciones más hipócritas y perversas
de la ultra derecha. Obviamente, no se avanzó un milímetro en el
objetivo central del régimen de Calderón, pero en cambio se agravó la
violencia como nunca antes, la descomposición del tejido social tomó
características jamás vistas, y lo peor, se desmembraron los cárteles
que tenían el control no sólo del mercado y el trasiego de
estupefacientes, sino que con ello surgieron miles de células formadas
por delincuentes comunes, sin ningún conocimiento del trasiego de
drogas ilícitas, cuya única finalidad es enriquecerse de la noche a la
mañana.
Todo se complicó en el país
cuando Calderón ordenó la “guerra” contra los cárteles que tenían pleno
control del trasiego, contaban con amplio apoyo social y sus dirigentes
eran los más interesados en mantener la paz social en sus regiones.
Sucedió lo mismo que en una región de Australia, cuando los ganaderos
decidieron acabar con los coyotes para mayor seguridad de sus reses. En
pocos meses la zona se llenó de liebres que acabaron con las cosechas
en los campos y el mal fue mucho mayor. Los cárteles, con ser un mal
social, no lo eran tanto como las células delictivas de la actualidad,
que han convertido el problema en una crisis social que parece
incontrolable.
Sin duda lo es, al igual que
el problema de la corrupción y el de los migrantes que arriesgan su
vida sin temor a sufrir lo que sea; y lo seguirá siendo mientras no se
corrijan las causas de fondo de ambos flagelos, las cuales tienen su
origen en un modelo económico que tiene grandes semejanzas con el
fascismo, en cuanto que está estructurado para concentrar la riqueza en
la cúpula de la pirámide social. Por ello es un factor imprescindible
minimizar las instituciones de carácter democrático, y fortalecer
aquellas que ofrecen mayores posibilidades de lograr el gran objetivo
de concentrar la riqueza con una orientación monopólica.
No es fortuito entonces que
repunte el secuestro de migrantes, que las injusticias sociales se
recrudezcan de manera cada vez más dramática, que la pobreza se
generalice al igual que la polarización social. Sin embargo, como
quienes tienen el control del sistema político y de la economía, lo que
les sobra es el dinero y también cuentan con fuero e inmunidad, no
tienen empacho en gastar lo que sea para que la gente común tenga la
percepción de que todo va muy bien el país.
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