Ante la represión, no tuvieron otra opción que la lucha armada
A
mediados del siglo pasado, las ideas contrarias a las impuestas por el
Estado mexicano eran acalladas a punta de golpes, desapariciones
forzadas y ejecuciones extrajudiciales… en ese contexto de represión,
muchas mexicanas rebeldes pasaron de niñas a guerrilleras.
Influenciadas por sus familias, que tenían una formación o pensamiento
socialista, o empujadas por la situación de exclusión en la que vivían,
muchas mujeres se integraron desde muy corta edad a los movimientos
armados de los años 60 y 70.
Una de ellas fue Marta Piña, quien desde la primaria y secundaria fue
testigo de la brutalidad con la que maestras y maestros eran
silenciados.
Como ella misma cuenta en el libro “Guerrilleras” –de reciente
publicación–, en ese México de mediados del siglo XX las y los niños
vivían cotidianamente las represiones, pues “la policía montada entraba
a las aulas normalistas a golpear y reprimir a nuestros maestros”, lo
que sin duda dejó una huella importante en la vida de todas y todos los
que presenciaron esos actos.
Por eso –según su relato– muchas y muchos decidieron iniciar a temprana
edad la lucha social. Hasta menores de 12 años “nos enlistábamos en los
grupos de izquierda para trabajar políticamente por una necesidad
personal de lucha”, narra Marta Piña.
Años después, la joven Marta se integró a la Liga Comunista Espartaco,
que trabajó políticamente en fábricas y sindicatos, y también entre
estudiantes universitarios.
Bertha Lilia Gutiérrez Campos también cuenta en “Guerrilleras” que
cuando era niña los movimientos sociales eran la regla, por lo que su
infancia transcurrió entre mujeres y hombres que querían una mejor
condición de vida.
La guerrillera recuerda que el movimiento médico surgido en 1968 “por
primera vez movió a los sectores médicos privilegiados confrontándolos
con su realidad de trabajadores”.
Fue precisamente en medio de esa protesta que ella empezó su disidencia
política, justo “cuando cada vez era más claro que por las vías
institucionales no se llegaba lejos y había que avanzar de otras
formas”.
En la secundaria, Bertha conoció a Arnulfo Prado Rosas “El Compa”,
quien le enseñó un aspecto totalmente desconocido para ella en ese
momento: la política. Luego se sumó al Frente Estudiantil
Revolucionario (FER), integrado por jóvenes que tenían el propósito de
democratizar la Universidad de Guadalajara.
Tras un enfrentamiento armado con la policía, de víctima pasó a ser
perseguida política, pero ella no dejó de pertenecer al movimiento.
Ya para 1974, “el oportunismo, la infiltración policiaca y nuestros
propios errores habían contado con creces una cuota de muerte,
desaparición forzada y encarcelamientos”. En ese momento ella
pertenecía al movimiento de mujeres del FER.
Fue presa política en el penal de Oblatos, Jalisco, donde de inmediato
se puso en contacto con Hilda Dávila, quien estaba al frente de la
brigada de mujeres del FER. Su compañera le facilitó la vida
carcelaria; pasaron más de cuatro años para que ella pudiera salir de
prisión como parte de la Ley de Amnistía aplicada a las y los
perseguidos políticos.
Durante los años de militancia, cuenta Bertha Lilia, “hubo momentos en
que pareciera que los sentimientos estaban prohibidos; los duelos no se
podían vivir completos, llorar a los nuestros era un lujo que no se
podía dar sin correr riesgo”.
Entre quienes pasaron de niñas a guerrilleras y cuentan su historia en
el libro también están Rosa María González Carranza, Marta Maldonado,
Minerva Armendáriz, María de la Luz Aguilar Terrés y Guillermina
Cabañas.
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Anaiz Zamora Márquez
Cimacnoticias | México, DF.-
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