1. mayo, 2015 Autor: IPS
Las mujeres son más vulnerables ante los efectos del cambio climático. A veces, hasta de cuatro a uno es la diferencia de muertes en comparación con los hombres cuando golpean fenómenos meteorológicos. Sin embargo, son las mujeres las que, con su trabajo en las zonas rurales, más combaten el efecto invernadero. Al mismo tiempo, son las que menos recursos reciben para enfrentar el cambio climático
Amantha Perera*/IPS
Bali, Indonesia. Las estadísticas cuentan
la historia: en algunas partes del mundo mueren cuatro veces más
mujeres que hombres cuando hay inundaciones. Y algunas veces, tienen 14
veces más probabilidades de perder la vida en desastres naturales.
Un estudio realizado por la organización
humanitaria Oxfam en 2006 concluyó que murieron cuatro veces más mujeres
por el tsunami que sacudió a Asia en 2004. Y en Sri Lanka, de hecho,
ellas representaron dos tercios de las 33 mil personas que fallecieron o
desaparecieron.
Según una evaluación del Banco Mundial,
dos tercios de las casi 150 mil personas que murieron en Birmania en
2008, durante el ciclón Nargis, eran mujeres.
Además, para la población femenina
también es particularmente duro el periodo posterior a un desastre
ambiental, cuando debe hacer frente a las malas condiciones sanitarias, a
las varias privaciones y dedicarse al cuidado de los niños.
Las mujeres desplazadas por eventos
climáticos también son las más vulnerables a la violencia y a los
abusos, como quedó documentado en el Plan Internacional para la sequía
que aquejó Etiopía en 2010, cuando mujeres y niñas debían caminar largas
distancias en busca de agua y sufrían agresiones sexuales.
En los contextos posteriores a un
desastre, la alimentación de la familia suele recaer en las mujeres, y
muchas se ven obligadas a ocuparse del sustento del hogar cuando los
hombres emigran en busca de trabajo.
El esquema se repite en cada crisis ambiental que haya en el mundo.
Un informe publicado en marzo por el
Fondo Global Greengrants (GGF, por su sigla en inglés), la Red
Internacional de Fondos de Mujeres y la Alianza de Fondos concluyó que
“las mujeres en todo el mundo son particularmente vulnerables a las
amenazas del cambio climático”, pero tienen menos probabilidades de
recibir recursos para recuperarse, adaptarse o protegerse de los
peligros de desastres ambientales.
Elaborado tras la Cumbre sobre Mujeres y
Cambio Climático, realizada en agosto de 2014 en la isla indonesia de
Bali, donde se reunieron unos 100 activistas y especialistas, el
documento revela “que sólo 0.01 por ciento de los fondos destinados a
proyectos de apoyo se vuelcan a iniciativas que cubran los derechos de
las mujeres y el cambio climático”.
Hay un gran déficit de fondos, aseguran
especialistas, justo cuando la comunidad internacional redobla sus
esfuerzos para lidiar con el cambio climático, que cada año cobra mayor
urgencia.
La investigación de la organización
Germanwatch concluyó que entre 1994 y 2013, “más de 530 mil personas
murieron como resultado directo de unos 15 mil eventos climáticos
extremos, y las pérdidas [en el mismo lapso] ascendieron a casi 2.2
billones de dólares”.
Conectando donantes con comunidades de base
“La mayoría de los financiadores carecen
de programas o de sistemas adecuados para ayudar a las mujeres con
soluciones climáticas. Los hombres reciben muchos más fondos para
iniciativas climáticas porque [los donantes] tienden apuntar a esfuerzos
públicos y de mayor escala, mientras los proyectos para mujeres suelen
ser más locales y menos visibles”, concluye el informe de GGF.
El
problema no es la falta de fondos, sino la ignorancia o la falta de
voluntad de parte de los donantes u organizaciones contribuyentes para
canalizar recursos hacia iniciativas y proyectos más efectivos.
“El nuevo informe es una guía para los
contribuyentes sobre cómo identificar y priorizar proyectos para que las
mujeres puedan salir de situaciones peligrosas”, explica a Inter Press
Service (IPS) el director ejecutivo de GGF, Terry Odendahl.
En un intento por conectar a los donantes
con las mujeres que trabajan en su propia comunidad, la cumbre de Bali
reunió a activistas y organizaciones que entregan unos 3 mil subsidios
al año en 125 países por unos 45 millones de dólares.
La idea de la cumbre fue que las experiencias y las ideas de las mujeres de base marcaran la agenda de los donantes.
Entre las muchas prioridades se destaca
la necesidad de aumentar la participación femenina en la toma de
decisiones a escala local, nacional e internacional, atender las
amenazas climáticas más urgentes que afectan a las mujeres rurales y
reconocer su capacidad inherente, en especial de las indígenas y
campesinas, para frenar las emisiones de gases invernadero y proteger
ambientes sensibles.
“Las mujeres ahora prácticamente tienen
que gritar para que las escuchen”, dice a IPS la activista Aleta Baun,
de la isla indonesia de Timor occidental, quien ganó en 2013 el Premio
Ambiental Goldman por organizar la protesta de una comunidad en un sitio
de extracción de mármol en bosques protegidos en el monte Mutis.
Su incansable trabajo de décadas le valió
un gran reconocimiento, pero también la expuso a varios peligros. Ella
recuerda que hace 10 años, cuando recibió amenazas de muerte, no tenía
una red de apoyo, ni local ni internacional, a la cual recurrir en busca
de ayuda.
Proteger a las activistas
Instrumentos como el informe de GGF
pueden servir para acortar la brecha y conectar actores y organizaciones
que funcionan por separado.
La
directora ejecutiva de la Red Internacional de Fondos de Mujeres,
Emilienne de Leon Aulina, dice a IPS: “Es un proceso lento. Comenzamos a
trabajar; lo que tenemos que hacer es crear conciencia entre los
tomadores de decisiones y los resultados vendrán solos”.
Un ejemplo es el posible proyecto entre
el Fondo de Acción Urgente y el Instituto Samadhana de Indonesia, para
mapear el impacto de las amenazas contra defensoras del ambiente, las
que registraron un perturbador aumento en la última década.
Un estudio de Global Witness, Ambiente mortal,
que analiza los ataques contra defensores de los derechos a la tierra y
activistas ambientales, concluyó que entre 2002 y 2013, por lo menos,
903 personas dedicadas a esas actividades fueron asesinadas, un número
comparable a los periodistas fallecidos en el mismo lapso.
Como las defensoras del ambiente suelen
concentrarse en asuntos locales y trabajar a escala comunitaria, los
peligros a los que están expuestas no están bien documentados.
Para alguien como Baun, quien sufrió
múltiples amenazas de muerte y por lo menos una de violación en grupo,
tanto la generación de conciencia como la distribución de fondos llegan
con lentitud.
“Sufro esto desde hace 15 años, y recién
ahora la gente comenzó a darse cuenta. Pero por lo menos se dan cuenta,
es mucho mejor que el silencio”, reconoce.
Amantha Perera*/IPS
*Traducción de Verónica Firme
[Sección: Línea Global]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario