México
DF., 04 may. 15. AmecoPress.- Mayo me duele. No puedo olvidarme de las
movilizaciones de las madres con hijas desaparecidas, asesinadas, sin
justicia; ni ocultar que están ahí las madres de los 43 de Ayotzinapa
que no se consuelan naturalmente; ni desestimar a las que mueren antes,
durante o después del parto. O esas madres que han convertido su
indignación en desesperanza y coraje, como las del incendio de la
guardería ABC en Hermosillo.
A las madres
que me duelen se suman las maestras, las mentoras, las sabias y las
humanas que abren caminos, que además enseñan con su experiencia, las
que aconsejan no más por aconsejar; a las que dan no más por dar o abren
una pequeña puerta para que alguien se desarrolle o sea beneficiada. Y
sólo recibe desagradecimiento y olvido.
Y si las junto:
las madres y las maestras. La primeras madres individuales, las que
queremos o padecemos, reales y simbólicas que en un proceso, no
esencialista, son el ejemplo, el mástil donde apoyarse, las ancestras
que, como Rosario Castellanos, que nació hace 90 años un 25 de mayo, nos
dejó su Eterno Femenino y su Poesía no eres tú; en mayo nuestras
colegas, algunas ya muertas, nos dejaron el 28 para reflexionar por el
día de la salud de las mujeres, un 28 de mayo para saber que la muerte
materna es evitable, como es evitable el conflicto con quien da y
enseña; como evitable es la ingratitud.
En mayo me
duele la ingratitud entre mujeres, tanto como la muerte materna o la
desaparición de una hermana. Y la ingratitud como desagradecimiento, que
Marlene Dietrich reconocía: “Más duro que los reveces de la fortuna, es
la cruenta ingratitud” y Martín Lutero agregaba: ingratitud, soberbia y
envidia, “cuando muerden dejan una herida profunda”, en quien los vive o
siente o contra quien se ejerce. Para Kant la ingratitud es la esencia
de la vileza.
Y es esa
ingratitud que se vive individualmente, de abajo hacia arriba por el
olvido de un favor, de una enseñanza, por el desatino a no reconocer en
esa persona su amabilidad o ayuda y también la ingratitud de arriba, de
las que tienen poder o conocimiento con las de abajo, como sus asesoras,
ayudantes o estudiantes que sin ellas la tarea no podría hacerse. Y la
ingratitud, eso que para José Ortega y Gasset es el defecto humano más
grave, cuando se expresa socialmente es devastadora.
Solamente datos
sueltos en una sociedad adoradora de la madre: todavía cerca del 30 por
ciento de los partos en México no suceden en un hospital; sólo el 8.7
por ciento de las mujeres mayores de 60 años reciben una pensión; unas
700 mil mujeres exponen su vida al interrumpirse un embarazo porque esa
interrupción es un delito y hay muchas de ellas enfrentando procesos
judiciales.
Yo que las
pienso, a las que son miles y a las concretas, me duele que no exista,
como decía Rosario Castellanos, otra forma de ser humanas y libres. Mayo
me recuerda que las mujeres de mi vida me dieron fuerza física y moral;
confianza en el corazón y en los sentimientos; apoyo y crítica
profesional, sin las cuales no sería nada.
Lo que
María-Milagros Rivera Garretas llama el orden simbólico de la madre.
Como en la historia del mundo, controlada mayoritariamente por los
hombres y el poder, las mujeres, dice María-Milagros, nos han dejado una
genealogía fantástica: muchas mujeres a lo largo de la civilización han
luchado contra las conductas impuestas, han hecho vida aparte del orden
dado y nos han heredado fuerza y capacidad.
Entre ellas, mi
madre y mi abuela paterna, que además de enseñarme la vida, me
enseñaron a trabajar, a pensar en distribuir, a no ser madre tradicional
y confiar en la libertad y el libre albedrio; a elegir y a tener
horizonte; tengo que agradecer infinitamente a quienes me forjaron con
ética e inquietud intelectual y periodística mis maestras: Dolores
Cordero, Adelina Zendejas, María Luisa la China Mendoza y Sara Moirón. A
quien refinó críticamente mi audacia, a mi maestra Teresita de
Barbieri.
Las que me
apoyan, creen en mí, sin sus propuestas no se es nadie. Esas son tantas y
tan variadas que no puedo nombrar. Con toda humildad, sabiendo que la
gratitud no es vasallaje, y que tampoco la gratitud disminuye mi
capacidad e inteligencia, tengo que reconocer en el mes de mayo a mis
iguales, mis amigas, de quien aprendo, en positivo y negativo, desde
hace lustros, en todos los campos, especialmente el del periodismo y el
feminismo. A ellas este mes las incluye por maestras, madres simbólicas,
hijas indirectas o también simbólicas.
Finalmente,
mayo me hace recordar mi infancia y mi disciplina. Mis libros y mis
amores. Recordar la riqueza de contar con una hija de mis entrañas y
tres nietas, una infinita riqueza donde la trascendencia no es que las
mime 24 horas o las sostenga en su vida cotidiana, sino en esa
oportunidad de establecer lazos humanos que nos conduzcan a espacios
amorosos, sanos y no ingratos, porque como decía la ingratitud conspira
contra la democracia, el bien vivir y el progreso de las mujeres. Así de
simple.
Foto: Archivo AmecoPress.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario