Miguel Concha
Como
si su destino fuera estar en trámite permanente, la reforma política
del Distrito Federal (DF) ha dado sólo un paso más en su aparente
eterno camino hacia su realización. El pasado martes 28 de abril, el
Senado aprobó la reforma constitucional que permitiría al DF
convertirse en Ciudad de México, y con ello, como las demás entidades
de la Federación, contar con una Constitución propia y decisiones en el
contexto de la soberanía de sus ciudadanos. El camino elegido por la
Cámara de Diputados –en este caso Cámara revisora– para dictaminar la
minuta que le turnara el Senado, hace previsible que, salvo la
convocatoria a un periodo extraordinario en los próximos meses, la
actual legislatura ya no la aprobará, y que este proceso tendría que
aguardar hasta el siguiente periodo, ya con otra legislatura, y con una
correlación de fuerzas modificada. Lo que conducirá a una resolución
poco previsible en este momento. Sin duda, uno de los aspectos que más
pesó en los diputados para tomar esa decisión –seguramente más
preocupados por los equilibrios partidarios que por la participación
ciudadana-, fue el amplio malestar en la opinión pública causado por la
decisión de los senadores de añadir una suerte de tutelaje al proceso
de elaboración de la Constitución de la Ciudad de México, al establecer
que 40 por ciento de los constituyentes fueran designados por los
órganos legislativos federales y por los ejecutivos federal y local,
con lo cual reducen por este solo hecho la decisión de los
constituidos, es decir la ciudadanía del hasta ahora DF, del 100 por
ciento, como ocurre en toda democracia, a únicamente el 60 por ciento,
dejando ver con ello la persistencia de una visión que nos ubica como
ciudadanos incompletos, tutelados y restringidos en nuestra democracia.
Se trató en este aspecto –corrigiendo la expresión de una senadora–
de una decisión de partidos para partidos, cuidando solamente sus
intereses. En este caso, que el predominio del partido gobernante a
nivel federal compensara el peso que el electorado le ha negado en el
ámbito local. Sin embargo, y dicho lo anterior, hay que seguir alertas,
para que no por los absurdos entuertos del Senado desechemos la demanda
de soberanía para los ciudadanos y ciudadanas del DF, que se expresa en
la voluntad firme de tener una Constitución propia, lo que no puede
reducirse a un simple acto burocrático ni es solamente un asunto de
políticos. Que la sociedad civil lo ha demando de manera categórica y
propositiva, queda claro con sólo algunas de las muchas referencias que
podrían hacerse. En noviembre de 2013 diversas organizaciones civiles y
sociales elaboraron una propuesta de modificación de artículos
constitucionales que se convirtió en iniciativa formal, al ser asumida
y presentada al pleno por los senadores Encinas, Bartlet, Camacho y
Sansores. En esta iniciativa se establecía que la Constitución de la
Ciudad de México debía tener como fundamento la garantía de los
derechos humanos; ser además elaborada por un constituyente electo por
la ciudadanía, integrado por los diversos sectores de la sociedad,
exclusivamente para ese fin; asegurar la más amplia participación
ciudadana en todo el proceso de elaboración del texto constitucional, y
culminar con su aprobación por un referéndum constituyente.
Llama
poderosamente la atención que en el dictamen de las comisiones
conjuntas del Senado de diciembre de 2014, y contrariamente a lo que
establecen los procedimientos parlamentarios, no se haya tomado en
cuenta esta iniciativa. Pero, lo peor de todo, que subrepticiamente
haya introducido artículos que afectaban fuertemente los derechos
laborales no sólo de los trabajadores del DF, sino los de todo el país.
Ante ello, de nueva cuenta la sociedad civil se movilizó, denunció esta
situación, y, retomando sus propuestas, hizo un llamado público al
Senado, suscrito también por el jefe de Gobierno y por organizaciones
sindicales y civiles, académicos y abogados laboristas (publicado en La Jornada
el 17/4/15), en el que volvían a establecer que la Constitución de la
ciudad debe estar orientada por el principio de progresividad en todos
los derechos humanos, lo que hace inaceptable cualquier regresión; que
la Constitución debe ser elaborada por un constituyente originario
electo por la ciudadanía, y que es ineludible la participación de la
sociedad civil en todo este proceso. El Senado retomó las dos primeras
demandas, aunque la segunda con el dislate señalado, y de la tercera no
hizo el mínimo caso. Viendo hacia el futuro, el reto para la ciudadanía
es claro: aprovechar la situación generada para presionar por la
corrección de los renglones torcidos y sospechosos del Senado,
reconociendo también que se avanzó parcialmente respecto del dictamen
de diciembre. En primer lugar hay que presionar para eliminar el afán
tutelar, y por lo contrario aceptar la voluntad de los electores como
el criterio último de legitimidad –como en cualquier democracia que se
precie realmente de serlo–, eliminando a los constituyentes designados;
y, con la misma importancia, establecer como criterio del proceso
constituyente la más amplia participación de la ciudadanía en la
elaboración de la Constitución, culminando con la más alta expresión de
la voluntad popular, el referéndum constituyente. Sería de esperarse
que en esta demanda los senadores que han avalado las propuestas
ciudadanas, y el mismo jefe de Gobierno del DF, que suscribió el
llamado de las organizaciones civiles y sociales, apoyen el esfuerzo
ciudadano por convertir una decisión de partidos en un instrumento
ciudadano para la democracia y la garantía de sus derechos humanos.
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