Miguel Concha
La Ciudad de México es frecuentemente
identificada como una entidad en la que los diferentes movimientos y
reivindicaciones sociales han permitido avances que la distinguen del
resto del país, por el reconocimiento que en ellas se da de los derechos
humanos de grupos de personas que, debido a la desigualdad y violencia
estructural, han enfrentado discriminación y vulneración a su
integridad. La discriminación, entendida de manera amplia, tiene que ver
con distinciones que atentan contra la dignidad humana y tienen como
consecuencia la negación de derechos. De manera afortunada, ha sido
considerada como principio fundamental para la convivencia y una de las
bases para la formulación e interpretación de leyes y políticas
públicas. Ello no obstante, percibimos que el tema tiene aún muchos
pendientes, y que la reflexión es tanto más necesaria cuando nos
enteramos de que ocurren hechos como los de días pasados durante la
inauguración del Centro de Protección Internacional para Adolescentes en
el Camino.
Como se sabe, dicho albergue, en la colonia El Recreo, de la
delegación Azcapotzalco, abrió sus puertas recientemente para
proporcionar estancia y acompañar a niñas, niños y adolescentes
migrantes con destino a Estados Unidos. Sin embargo, su apertura hizo
otra vez visible el enorme desconocimiento y la poca sensibilidad de la
sociedad en general que dan pie a que se produzcan actos de
discriminación y de violencia, como el altercado ocurrido ese día,
cuando grupos inconformes llegaron incluso a golpes para manifestar las
supuestas consecuencias negativas que el lugar conllevaría para la
colonia, según relatan testigos y notas periodísticas. Los argumentos
que dichos grupos esgrimían se basan en imaginar ese lugar de acogida a
los migrantes como un
foco de violencia, asumiendo además que las personas centroamericanas en tránsito por nuestro país traen
mañas y peligroa la Ciudad de México.
Llama la atención que esos prejuicios motiven la desaprobación del
albergue por parte de vecinas y vecinos de la zona, que incluso han
reunido firmas con la intención de solicitar que sea cerrado, y los
jóvenes
regresados a su país. Este tipo de conflictos es la confirmación en la ciudad de la difícil situación que enfrentan las personas en tránsito, en medio de un sistema de gobierno que no les garantiza el ejercicio pleno de sus derechos. Lo anterior se agrava cuando se generan políticas públicas y distorsiones en medios de comunicación de hechos relacionados con la migración, que tienen su origen en actitudes racistas, políticas y discriminatorias. Ante esto cabe recordar que la Ciudad de México debe ser incluyente, en la que se reconozcan el derecho a la movilidad humana y social, por lo que toda persona pueda transitar por su territorio y decidir libremente su residencia, lugar de trabajo o estancia, sin ser criminalizado e independientemente de su situación migratoria. Para ello las autoridades deben adoptar medidas de todo tipo, que les garanticen entre otras cosas integridad personal, seguridad jurídica y acceso a servicios públicos con enfoque de hospitalidad. Y tampoco hay que olvidar que entre las obligaciones generales de los estados en materia de derechos humanos se encuentra protegerlos contra vulnerabilidades que lleven a cabo terceros, particulares o colectividades.
Este tipo de situaciones muestra también que las personas
migrantes siguen siendo una población que no sólo encara el riesgo de
las fallas y lagunas de un sistema jurídico mexicano que muchas veces no
los protege y de una política gubernamental que los criminaliza, sino
además el rechazo de sectores de la población civil, lo que aumenta su
vulnerabilidad y la proliferación de actos que a todas luces son
discriminatorios, por la pertenencia a grupos de diversas identidades
culturales, por el color de la piel, el sexo, el origen nacional o la
condición de pobreza. La problemática es compleja, ya que se corre el
riesgo de multiplicar este tipo de discursos xenófobos y abiertamente
antimigrantes, como los que se escuchan en el marco de las elecciones en
Estado Unidos.
Es contradictorio que mientras desde nuestro país se condenan
expresiones xenófobas en el vecino, simultáneamente quedan casi
desapercibidas en nuestra sociedad acciones con las mismas motivaciones
discriminatorias y de rechazo a la diferencia. Ante esto es preciso
reconocer que la diversidad sociocultural enriquece a nuestro país, y
que la misma Ciudad de México es el resultado de la interculturalidad
sustentada en las identidades de los pueblos originarios que la habitan,
de las personas que desde diferentes puntos del país la hemos poblado, y
de las personas que con diferentes orígenes, lenguas, nacionalidades y
creencias han conformado una población, cuya identidad debe ser la
diversidad y el reconocimiento de los otros. De esa forma es como debe
ser reconocido y respaldado institucional y socialmente el trabajo de
las personas que defienden y dan atención a las y los migrantes; no
atacado y rechazado, como ha ocurrido con el albergue inaugurado en
Azcapotzalco.
En la labor de defensa de los derechos humanos es necesaria la
participación activa de las autoridades para proteger también los
derechos de quienes se organizan para acompañar a migrantes o a
cualquier otro grupo de atención prioritaria. Los gobiernos, en sus
diferentes niveles, deben cumplir con sus obligaciones de respeto,
protección, promoción y garantía de todos los derechos reconocidos en la
Constitución y en los instrumentos internacionales, colaborando en la
implementación de una cultura basada en el respeto de los derechos
humanos, mediante la implementación de leyes, políticas, programas y
acciones que reconozcan la dignidad de todas las personas.
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