Autora del poemario “El Dorso del cangrejo”
Natalia Toledo es de las poetas mexicanas más leídas en el extranjero.
Ha erigido impresionantes murales de letras a un tiempo impenetrables y
claros como el agua; poesía misteriosa que rescata la esencia del México
remoto y mágico tan oculto a ojos de aquellos para quienes fue hecho.
Su más reciente libro, El dorso del cangrejo (Deche bitoope, en
zapoteco) es un impresionante despliegue de recursos poéticos, pero
también una reescritura de esa cosmovisión que llega a resultarnos casi
extranjera por nuestro ensimismamiento en la tecnología y la
ultramodernidad.
Ser indígena
Natalia siempre escribe dos versiones: primero en juchiteco e
inmediatamente después traduce al español: “A veces inicio en español,
pero por lo general el proceso es como hacer una fotografía: la tomo en
zapoteco y la revelo en español”, asegura.
“No siempre me pregunté qué representaba ser indígena. Empecé a hacerme
esa pregunta hace muchos años, cuando lo del movimiento zapatista, y vi
todos esos rostros cubiertos ascendiendo una montaña y la gente empezó a
preguntarme qué tan distinta me siento por ser indígena. Tuvieron que
pasar muchas cosas para sentirme autorizada a responder: ser indígena es
poseer un universo y nunca renunciar a él”, apunta Natalia, que a los 8
años de edad se vio forzada a abandonar su natal Juchitán para radicar
en la Ciudad de México.
Pero, ¿hasta qué punto Natalia es la misma en este nuevo título que en sus obras previas?
“Sigo siendo esa misma que de niña se preguntaba, al asomarse en la
tinaja de agua y ver reflejado su rostro, quién era esa niña —responde
sonriente— Con el tiempo esa niña creció y vivió una serie de hechos muy
importantes que hicieron de ella una poeta pues necesitaba explicar su
vida, poner sobre el papel lo que esa niña dejó y tanto extrañaba al
salir de Juchitán. La diferencia es que el tiempo me ha vuelto más
consciente de otros idiomas, como el zapoteco, y escribirlo lo mejor
posible para que los niños lo lean sin problemas. Me interesa recuperar
algunas cosas que tienen que ver con ser zapoteca y compartirlas con los
que hablan español, y sepan de esta cultura tan bella y tan única y que
todos los mexicanos tenemos derecho a conocer”.
Infancia y erotismo
“La infancia es muy erótica —señala Natalia—. Es la etapa del
descubrimiento del cuerpo; cuando cada cosa se vive a flor de piel. En
Juchitán nadie tiene, contradiciendo a Virginia Woolf, “una habitación
propia”; todos vivimos en espacios reducidos, aunque tengamos patios y
corredores… pero todo mundo convive y suda con los otros. De niña me
tocó ver jóvenes recién casados haciendo el amor, imposible no darse
cuenta. A eso le llamaba “gente amándose””.
“Las mujeres juchitecas —agrega Natalia— somos muy eróticas al hablar;
siempre estamos haciendo alusión a la sexualidad de las mujeres, muy
abiertas en ese sentido. No sé qué les parezca a otras personas esta
erotización de la infancia, pero para otras culturas existe libertad en
el habla y en el proceder, y nosotras somos como nuestro clima:
habitadas por el sol, donde todo el tiempo estamos jugando, y el
erotismo es parte de ese juego de palabras”.
¿A qué te refieres —pregunto a Natalia— cuando te declaras como “tu única hija” en otro de tus poemas?
“Me pensé como un invento mío aunque, por supuesto, soy el invento de
mucha más gente. Es una especie de reafirmación. Escribí ese poema
durante una residencia en Australia como una forma de acompañarme, de
decirme que no necesitaba una mamá —que recientemente falleció, por
cierto— que yo podía ser esa madre pues soy la única que me acompaña a
todas partes”, ríe la poeta.
Retornando la infancia, momento clave de muchos de estos poemas, Natalia
rememora también su estancia en un internado de monjas a los 11 años.
“Estuve en un internado en Valle de Bravo. Ya había sido movida de
Juchitán para venir a la Ciudad de México. Luego de un año interna
aprendí a querer y abrazar tanto a mis compañeras como a las religiosas.
Todo lo que viví ahí me marcó, especialmente los juegos. Las monjas
realmente querían hacer su papel de mamás. Naturalmente solo convivía
con mujeres. Esta experiencia me enseñó, entre otras cosas, a ser
solidaria. Mis padres creyeron que Dios les haría el milagro y me
convertiría en alguien mejor”, ríe de nuevo Natalia.
La muerte en zapoteca
¿Se considera Natalia Toledo “una feminista”?, le pregunto.
“La verdad es que no termino de entender en todo el término. Tengo
amigas feministas a las que adoro, que me han hecho consciente de muchas
cosas; me han enseñado del lenguaje de la auto agresión contra las
mujeres, por ejemplo, y defiendo lo que defienden ellas. También
considero, como mis amigas, que no es válida la agresión contra nadie.
Se trata de una lucha por la equidad de la justicia”.
Natalia señala que su educación fue marcada por los trovadores del
Istmo, que cantan en zapoteco, y la misma importancia tuvieron las
historias provenientes de la oralidad y los cómics que su padre le
mandaba desde varias partes del mundo, en muchos idiomas.
“Más tarde —dice— empecé a leer a la gente que escribía en zapoteco, o
sobre los zapotecos, y leí a los juchitecos. En la adolescencia comencé a
leer a los románticos, a Luis Urbina; no sé cómo fui a dar ahí, siendo
joven, sin saber amar ni sufrir. Amo mucho la poesía de Olga Orozco. Me
sigue invitando y hasta me hace escribir. También Ungaretti, Saint John
Perse y T.S. Eliot. En cuanto a la narrativa me gustan mucho Chejov,
Gogol, Milton, y tantas lecturas que he hecho que no tienen orden”.
Actualmente, Natalia escribe sobre la muerte desde el punto de vista
zapoteca tras haber sufrido la pérdida de su madre: “me puso en el
estado de querer entender más sobre ese tema”.
Natalia Toledo nació en Juchitán, Oaxaca, en 1967, y su poemario El
dorso del cangrejo (Deche bitoope) lo publicó Almadía, México, 2016.
Imagen retomada del sitio pagina3.mx
Por: la Redacción
Cimacnoticias/página3 | Ciudad de México.-
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