Eduardo Ibarra Aguirre
Una
semana después del ataque a un convoy integrado por 17 soldados que
escoltaban una ambulancia de la Cruz Roja en la que trasladaban al capo
conocido como Kevin, y en el que murieron cinco militares –dos fueron
incendiados tras asesinarlos– y 10 lesionados a la entrada de Culiacán,
Sinaloa, no se conoce de acción castrense para detener a los autores,
salvo que un centenar de elementos especiales del Ejército fueron
enviados a la capital y Badiraguato, bajo disputa por los hermanos
Beltrán Leyva y los hijos de Joaquín Guzmán. Según los boletines les
propinan “severos daños” en plantíos e infraestructura. Lo de siempre,
desde 1977.
Es comprensible la secrecía después
del publicitado homenaje rendido primero por el titular de la Secretaría
de la Defensa –muy merecido por las víctimas y sus familiares–, más
tarde por el comandante supremo de las fuerzas armadas, el secretario de
Gobernación y el general secretario juntos; además del Senado y lo que
se acumule.
Después del derribo del helicóptero el
1 de mayo de 2015, en el ejido de Villa Vieja, en Villa Purificación,
Jalisco, con la muerte de nueve soldados por sicarios del Cártel Jalisco
Nueva Generación, la de Culiacán es la acción más importante realizada
en contra del Ejército.
Resultan comprensibles
pero exagerados los verbos empleados por Salvador Cienfuegos para
despedir los restos mortales en la sede de la IX Zona Militar, el sábado
1:
“Vamos con todo, con la ley en la mano y la
fuerza que sea necesaria”; “que a la fuerza que apliquen tendrán la
respuesta que corresponda (sic) por parte de la autoridad”;
“esta dolorosa e irreparable pérdida no nos hará bajar la guardia; no
nos amedrentan, por el contrario, nos impulsan a redoblar esfuerzos”.
“La adversidad forja las almas valientes; el daño sufrido es grave, de
ninguna manera diezma la grandeza de la institución militar, que es de y
para los mexicanos”. Exagera el divisionario al equiparar el tamaño de
la provocación criminal con la magnitud de las fuerzas armadas.
Para
rematar hizo un autorretrato de la Sedena que corresponde a la sociedad
hacerlo: “Somos ciudadanos ejemplares que día a día aspiramos a ser
mejores en actitud y comportamiento; somos ciudadanos comprometidos con
el servicio a la patria; somos ciudadanos en uniforme militar que
velamos por la nación y por los nacionales; somos ciudadanos en servicio
que merecemos respeto y respaldo de otros ciudadanos (…) somos
ciudadanos que buscamos el bien común, encaramos nuestros errores y no
aceptamos infundios”. Y eso que todas las encuestas colocan muy alto el
respaldo ciudadano al Ejército.
Enrique Peña
Nieto, por su parte, el día 6 volvió el hospital Militar de Mazatlán que
inauguró apenas el 29 de agosto, sólo que para reconfortar a los
heridos, en medio de estrictas medidas de seguridad –precauciones que
brillaron por su ausencia en Santa Fe, el martes 4, para inaugurar la
Semana Nacional del Emprendedor, y donde un profesor universitario sin
buscarlo quedó a centímetros de él y lo observó “muy delgado y
demacrado”–, para alentar a los heridos y destacar que los militares son
ejemplo “de que la misión no es fácil y hay que tener un gran valor,
una enorme valentía y un gran coraje para seguir al frente y
cumpliéndole a México en estas difíciles tareas”.
Tareas
de seguridad pública que fueron asignadas inconstitucionalmente por
políticos que durante décadas administran y solapan el tráfico y
producción de narcóticos sin atacar las raíces socioeconómicas y
políticas.
@IbarraAguirreEd
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