Para hacer frente al pago de requerimientos financieros, el gobierno
quiere un superávit primario pero éste es insuficiente y dañino. Los
agresivos recortes sólo conducen a reducir un poco el ritmo de
endeudamiento pero son recesivos, es decir, llevan a un menor
crecimiento económico. Tener un sobrante de ingresos antes del pago del
servicio de la deuda no garantiza poder estabilizar las finanzas
públicas ya que con anterioridad se había elevado demasiado la cuantía
relativa del débito. En pocas palabras, el país tiene un grave
desequilibrio.
El Banco de México supone que con mayores tasas de interés se puede
frenar la compra de dólares. Esa medida eleva la prima de riesgo que
paga el país a los poseedores de bonos pero sin aminorar la salida de
capitales líquidos. Por otro lado, aumenta el rédito y obstaculiza la
inversión privada. Un desastre.
En casi todos los países pobres las deudas se han convertido en una
limitante para el ejercicio de la soberanía nacional. El capital dinero
concurre a las economías en pos de obtener seguridad y renta. Su cuantía
ha servido para estabilizar las cuentas nacionales pero cuando los
ingresos por exportaciones bajan o los gobiernos hacen pésimos cálculos,
los dueños del dinero emprenden la emigración, la cual opera como una
presión para reducir el gasto público con el propósito de servir la
deuda acumulada. Así opera el capital-dinero especulativo en manos de
extranjeros y de nacionales.
El modelo de adelantar inversiones, es decir, financiarse con débito,
es impecable teóricamente pero el capital especulativo ha demostrado
que puede llegar a ser un elemento de las crisis. El problema es mucho
mayor cuando los países cubren con deuda parte de su gasto corriente y
cuando las inversiones en infraestructura no dan los resultados
macroeconómicos esperados, tal como ha ocurrido en México, donde ya
empezó el galope de aumento de la tasa de interés con lo cual se ofrecen
altos réditos ante la falta de “confianza”, aumentando con ello la
sangría económica.
El mundo tiene que cambiar. Se hace indispensable que los países
pobres modifiquen el modelo de financiamiento del desarrollo, repudien
la contratación de deuda en mercados abiertos y rescaten ingresos de sus
grandes empresas y capitalistas para promover la inversión.
Esto quiere decir que sí es indispensable aumentar impuestos y crear
nuevos. La bandera de no afectar a los grandes ricos (en México son muy
pocos pero demasiado ricos) mantiene a los países pobres en su
desdichada condición. Lo estamos viendo ahora, el gobierno está pagando
más intereses a sus acreedores con tal de que no saquen su dinero pero
lo van a seguir sacando. De esa forma trabajamos para el capital
especulativo y no realizamos las inversiones que se requieren para
expandir la economía: es el peor de los escenarios. Estamos a las
puertas de otra crisis.
Enrique Peña Nieto, titular del Ejecutivo. Foto: Miguel Dimayuga
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