Pedro Echeverría V.
1. He dedicado varios días a revisar los estudios, ideas y frases de
filósofos y pensadores de la antigüedad hasta nuestros días acerca de la
matanza y asesinatos de animales por los humanos; sobre la importancia
de ser vegetariano en la alimentación y acerca de la especie animal que
para no morir de hambre tiene que matar. Me he encontrado a cientos de
filósofos ilustres que condenan al hombre por el hecho no solo de
matarlos sino además comérselos. Hay quien le llama a los carnívoros
“cementerios”.
2. Después de revisar y reflexionar detenidamente, sobre todo
siguiendo a pensadores admirados de la talla de Voltaire, Einstein,
Gandhi, Cervantes, Pitágoras, Rousseau, Tolstoi, Kundera, que fueron
vegetarianos famosos, no me ha quedado otra idea que condenar esas
corridas donde encierran a un toro para asesinarlo y a cambio de ello la
gente aplaude y lanza prendas al ruedo como si fuera algo maravilloso.
¿Por qué no conservar la corrida pero sin asesinatos?
3. En el capitalismo todas las cosas toman forma de mercancía y todas
las festividades son convertidas en enormes negocios de mercado. En el
caso de las “corridas de toros” no desaparecerían y los cambios serían
elementales pero muy humanos; permitirían que los toreros se lucieran de
otra manera (realmente toreando) y que los productores de toros de
lidia no sacrificaran a las mejores crías. ¿Para qué inventar peleas de
perros y demás salvajadas que nada tiene que ver con los seres humanos?
4. Francisco Martín (Presidente de la Asociación Vegana Española) escribe esta interesante reflexión:
"No hay nada tan patético como una multitud de espectadores inmóviles
presenciando con indiferencia o entusiasmo el enfrentamiento desigual
entre un noble toro y una cuadrilla de matones desequilibrados
destrozando a un animal inocente que no entiende la razón de su dolor…
Un baño de sangre anual de mil millones de euros”
Crueldad y decepción
Las corridas de toros –escribe Martín- son un espectáculo bochornoso
en tres actos, de unos veinte minutos de duración, que escenifica la
falsa superioridad y la fascinación enfermiza con la sangre y la carne
de la que se alimentan, contra toda lógica ética y dietética, quienes
creen tener un derecho divino a disponer a su antojo de la vida de otros
seres sensibles, llegando incluso a justificar y trivializar la muerte
del toro como arte y diversión; un comportamiento patológico que nace de
una incapacidad para afrontar el dolor de las víctimas y una morbosidad
irrefrenable ante la posibilidad de ser testigo directo de alguna
cornada, o de la muerte del matador; un riesgo fortuito, infrecuente (un
torero por cada 40.000 toros sacrificados), y sobre todo evitable que,
sin embargo, incrementa el carácter macabro de la corrida.
Una caridad cruel e insolidaria
Igual que los carniceros y las guerras –reflexiona Martín- las
corridas de toros tienen mala imagen, y no es fácil presentar la muerte
como arte, comida o libertad. Pero si el requisito para un festín es la
matanza de un animal, y los tiros son los precursores de la libertad,
quienes se lucran fomentando la diversión a costa de la vida animal
también necesitan justificar y enfocar la atención de los consumidores y
usuarios en la supuesta utilidad de sus productos y servicios apoyando
obras de interés social; por ejemplo, a través de una corrida de
beneficencia, un acto aberrante e insolidario que, sin embargo, puede
servir de reclamo al tranquilizar algunas conciencias, sobre todo si el
baño de sangre beneficia supuestamente a un asilo de ancianos, las
hermanitas de los pobres, una asociación que defiende a los
discapacitados como la Fundación Padre Arrupe, o instituciones como la
Asociación Española Contra el Cáncer o la Cruz Roja, que también entró a
formar parte del negocio taurino con la explotación del servicio de
alquiler de almohadillas en la plaza de Sevilla. (3/X/16)
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