A partir del
primero de enero de 2017 aumentará hasta en 30 por ciento el precio del
servicio de agua potable en Baja California. En el caso de Tijuana, que
ya tiene la tarifa más alta del país, el metro cúbico del líquido
empezará a costar 99.50 pesos, y las tarifas subirán de manera anual y
sufrirán
actualizacionesmensuales para garantizar las ganancias de las empresas privadas, que obtendrán concesiones por tres décadas, prorrogables por un periodo igual. Estas alzas se encuentran incluidas en la Ley Estatal de Aguas, norma de carácter privatizador propuesta por el gobernador panista Francisco Vega de Lamadrid y aprobada por los diputados locales de los partidos Acción Nacional, de la Revolución Democrática y Movimiento Ciudadano.
El caso de Baja California dista de ser único. Desde la década pasada
se vive en el país una oleada de acciones gubernamentales que, mediante
reformas legislativas o de facto, han privatizado diversos
tramos del manejo de los recursos hídricos a escala municipal o estatal.
Entre las experiencias más recientes se encuentra la de Querétaro, la
ciudad con la segunda tarifa más alta del país y donde el ayuntamiento
decidió privatizar durante 25 años los servicios de agua potable,
drenaje, alcantarillado, tratamiento y disposición de líquidos
residuales. También existen significativos procesos de este tipo en
Aguascalientes, Cancún, Guadalajara, Puebla o Ciudad de México –en esta
última, son empresas privadas las que emiten las boletas de cobro por el
consumo de agua–, por mencionar algunos.
Como suele suceder en los proyectos de privatización de
recursos y servicios públicos, las autoridades y representantes
políticos justifican la entrega de los bienes con la búsqueda de
eficiencia y calidad que, aducen, son características de la iniciativa
privada. Sin embargo, la experiencia internacional en la materia ha
demostrado de manera reiterada que el manejo mercantil del agua no
resuelve pendientes básicos, como la distribución equitativa del recurso
o las fugas en la red de tuberías, mientras genera nuevos problemas
como el alza desmedida y arbitraria de las tarifas, despidos masivos de
personal, ausencia de inversiones en infraestructura, riesgos
ambientales y cortes de suministro a los usuarios de bajos recursos. En
este sentido, datos del Banco Mundial, promotor feroz de la política de
privatizaciones, muestran que el manejo privado del agua tiene la tasa
más alta de fracaso de todas las experiencias de inversión privada en
infraestructura, además de generar los índices más altos de rechazo
entre la población afectada.
Pero más allá de las evidencias del fracaso en los experimentos de
privatización del recurso, debe recordarse que el acceso a este líquido
es un derecho humano consagrado en la legislación internacional, por lo
que supeditar su provisión al lucro constituye una violación a las
garantías básicas que protegen la vida de las personas. Revertir la
imposición de criterios mercantiles y tecnocráticos en el manejo del
agua y garantizar el acceso universal a ella es no sólo un imperativo
ético, sino una obligación jurídica para el Estado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario