El diagnóstico está hecho. El
cambio de gobierno en Washington implica una radicalización de la gran
amenaza blanca que, dada la escala global de los tiempos, se cierne
sobre el mundo entero. Las riendas del imperio en decadencia (económica,
moral, política, social), pero con más poder que nunca (militar,
mediático, comercial), cayeron en manos de una pandilla de estúpidos, y
perdón por lo de pandilla, tan de súbito que ni ellos lo esperaban.
Listos son, zorros mayores, basta ver sus fortunas, su poder
adquisitivo, su impunidad. Pero si uno escucha lo que dicen, dan ganas
de echarse a correr. Nos escandalizábamos con las idioteces de Nixon o
Reagan. Los Bush and Company nos daban calosfríos. Y asistimos
aliviados a las debacles de Goldwater y Wallace, anteriores candidatos
supremacistas blancos llenos de odio y ladridos que palidecerían ante
los trumpianos de la hora. Por ello la conformación del gabinete de
Donald Trump ha sido una cita a ciegas con el abuso y la guerra. Quedó
establecida una junta empresarial-militar como ninguna antes.
Millonarios, fanáticos políticos y generales viejos. Justo lo que
necesitábamos.
Hay improvisación ahí. De por sí son apostadores, juegan vidas y
destinos como en ruleta. Su éxito marca el daño causado por el
capitalismo tardío implantado y aprovechado precisamente por gente como
Rex Tillerson, el T. Rex de los hidrocarburos, cabeza de Exxon,
bajo distintos nombres la firma más depredadora del siglo pasado. No le
faltan competidores, montones de firmas pugnan por ser la más bestia,
igual que hacen las pandillas. Lo suyo es la extracción vampírica y
suicida. El que reina en las pandillas controla el casino. Hoy su
gerente general será el representante diplomático de Estados Unidos para
el mundo.
Los negocios, negocios son. Y sus planes necesitarán del negocio de
la guerra (tipo Siria o Yemen, o tipo México, o lo que venga). Por
añadidura, en un tiempo de migraciones (como dijera John Berger), el
hombre blanco declara su odio a los migrantes.
¿Así o más claro? Habría que prepararnos, lo que implica dos
acciones: pensar (nuevas ideas se necesitan urgentemente) y organizarnos
(de maneras que hasta ahora no hemos logrado). El frente inicial del
nuevo poder está bien anunciado: los territorios indígenas de Estados
Unidos. Y con un muro que no nos separará sino subordinará más a esta
gente impresentable, vienen inmediatamente sobre los territorios
indígenas de México, a título propio o bajo siglas
nacionalesprestadas.
En el resto de América la competencia se les complica, por eso
vamos mano. De Guatemala a la Patagonia abundan jugadores de China,
Europa y de una Rusia disfrazada de británica, canadiense o local.
Pretenden los territorios para extraerles más de lo que por sí ya; para
decorarlo en función del turismo con divisas; para edificar, invertir,
armar, vender mercaderías.
Ya adelantaron los asesores de Trump que irán sobre las reservaciones
indias, resulta que codiciadas luego de ser las migajas del genocida
blanco para la población originaria, al cabo de una estrategia de
masacres, tratados y traiciones que tomó todo el siglo XIX y parte del
XX. De otros modos lo mismo, acá viene sucediendo con ejidos,
comunidades y territorios primordiales en todo México. Allá, el próximo
Standing Rock se encontrará con otro tipo de Estado, uno de sordera
selectiva y mecha corta que no andará con miramientos, a punta de balas
de goma, de plomo y de Twitter, las cárceles prometen llenarse (otro
mercado a futuro en plena alza en Wall Street) y mediante simples y
llanas expropiaciones presidenciales tan beautiful como el muro
que pagará Méxicoo se desatará una guerra de los pasteles de la que ni el Banco Mundial ni el FMI podrán salvarnos. Beautiful como el aeropuerto que por decretazo condenó al pueblo de Atenco y a toda una región privilegiada de Texcoco.
Los nuevos amos de Washington lucen impacientes, imprudentes,
iluminados. Sus planes no incluyen la opinión de nadie fuera de su esfera. Y el Estado mexicano, servil e impotente, padece un alarmante síndrome de Estocolmo. Si seguimos viendo de a cómo a hard rain is gonna fall sin mover un dedo, ratificaremos eso de Leonard Cohen de que future is murder. Aunque el presente ya lo sea. Mumia Abu Jamal lo pone así:
Bienvenidos al Nuevo Fascismo, que una vez desencadenado sumará a las fuerzas más racistas, más perversas y más nacionalistas en Estados Unidos.
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