Abraham Nuncio
En un encuentro al que asistieron varias
organizaciones civiles, convocado en Monterrey por la Constituyente
Ciudadana-Popular, preguntaba yo a monseñor Raúl Vera, obispo de
Saltillo, qué posibilidad había de que la Iglesia pudiese funcionar
justamente como lo que significa: una asamblea donde, aparte de la
práctica litúrgica, los feligreses pudieran abordar los problemas
comunes para tratar de encontrarles solución.
El vocablo ekklesía (del griego, que significa asamblea, en
este caso de fieles) refiere a lo más inmediato y primigenio que se ha
dado la humanidad desde sus albores para saber dónde está, qué debe
hacer para sobrevivir en el día a día y qué providencias tomar para el
futuro. En su seno, todos participan en pie de igualdad, con derecho a
voz y voto. Es la escuela política, el centro deliberativo donde se
toman las decisiones colectivas fundamentales y el tribunal de justicia
de la comunidad. En este sentido, si hay algo espontáneo y dialógico en
la humanidad es una orientación democrática expresada en ese órgano.
En conversación con algunos de los clérigos más abiertos y cercanos a
las causas populares, les he comentado sobre el desperdicio que
encuentro en las reuniones eclesiales, que se constriñen a hablar de
ejemplos morales sacados de la Biblia y del llamado Nuevo Testamento,
sin darles una interpretación actualizada y, por lo general, sin
mencionar los correspondientes problemas reales de su entorno y del
mundo. La llamada cuestión social –expuesta en la encíclica Rerum Novarum–
fue una de las respuestas a los problemas inherentes a la desigualdad
evidenciada por la Comuna de París y la efímera toma del Estado por las
masas trabajadoras en este movimiento. Desde entonces, la Iglesia
católica ha elaborado diversos documentos similares. En los servicios de
los templos que visito con alguna regularidad, jamás he visto nada que
promueva su lectura. Los hay, sin duda, pero serán unas cuantas ínsulas.
Ni la jerarquía católica ni la mayoría de los responsables de las
parroquias parecen interesados en difundir su conocimiento. Uno de mis
amigos clérigos me hizo llegar a través de Internet algo que ya debía
ser práctica cotidiana en la comunicación entre sacerdotes y creyentes,
el Compendio de la enseñanza social de la Iglesia. Para quienes se interesen, aquí les paso la liga.
Todas las religiones han surgido de la necesidad de resolver
problemas terrenales. De una divinidad a la que se le pide algo
concreto, tan genérico como la paz social o tan personalísimo como la
correspondencia amorosa, no se espera sino una respuesta específica y
verificable. Ahora mismo, ante la violencia que se manifiesta en
numerosas regiones del mundo, el papa Francisco ha pedido orar. En su
propia oración no ha rogado al Dios de los cristianos que sea él por sí
quien haga posible el advenimiento de la paz, con exclusión de los
humanos, sino que los ayude, que les enseñe, que los guíe hacia la paz,
pues hasta ahora no han podido instaurarla, con sus fuerzas y sus armas.
Su intento ha sido en vano. Ora el Papa: “Abre nuestros ojos y nuestros
corazones, y danos la valentía para decir: ‘¡Nunca más la guerra!’
Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la
paz”.
Esos gestos concretos son los que producen que la paz o
cualquier otro bien que opere en favor de la vida. El Papa argentino lo
sabe por su participación para atenuar o evadir algunos de los efectos
de la dictadura sangrienta implantada por los militares en su país,
según su biografía contada por Daniele Luchetti y dirigida por éste
mismo en el filme (luego miniserie) Llámame Francisco. Pero hay
que preguntarse si la Iglesia católica, aparte de los gestos de algunos
de sus clérigos, se volcó hacia la resistencia y el apoyo a movimientos
sociales que, como el de las Madres de Plaza de Mayo, fueron creando la
conciencia del apremio para devolver primero, y juzgar después
no sin dificultades y frustraciones, a los militares responsables de la brutalidad y la saña letal de su corporación en el poder.
La sola idea de que a los militares se les pueda dar cabida en
cuestiones de la incumbencia estricta de los civiles en México ya
tendría que haber prendido la alerta en diversas instituciones, pero
sobre todo en aquellas que se supone, por su formación y los valores que
difunden, tienen la capacidad de producir esos gestos concretos de que
habla el Papa a efecto de neutralizar tal posibilidad. Y una de estas
instituciones es la Iglesia (no sólo la católica).
El obispo Vera me contestó afirmativamente, pero sólo en lo que
corresponde al ámbito del que él es responsable. Por ello, aquí insisto:
los servicios religiosos de cualquier Iglesia debieran dar lugar a la
exposición y propuestas de solución por parte de la feligresía, a los
problemas que enfrentamos y que se insinúan con mayor intensidad en el
horizonte inmediato. Esforzarse por que la Iglesia sea una asamblea y no
sólo el conjunto de un líder y un coro que reitera los mismos rezos, le
daría una dimensión renovada a esta institución.
Las fórmulas pueden ser variadas para no convertir a ese tipo de
asamblea en una extensión de los espacios políticos. Nada extraordinario
ni que llame a escándalo, pero sería de la mayor importancia que a la ecclesia le fuera devuelto su papel de guía para conocer y actuar en beneficio de la comunidad por las organizaciones religiosas.
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