12/27/2016

Una ekklesía que lo sea


Abraham Nuncio
La Jornada 

En un encuentro al que asistieron varias organizaciones civiles, convocado en Monterrey por la Constituyente Ciudadana-Popular, preguntaba yo a monseñor Raúl Vera, obispo de Saltillo, qué posibilidad había de que la Iglesia pudiese funcionar justamente como lo que significa: una asamblea donde, aparte de la práctica litúrgica, los feligreses pudieran abordar los problemas comunes para tratar de encontrarles solución.
El vocablo ekklesía (del griego, que significa asamblea, en este caso de fieles) refiere a lo más inmediato y primigenio que se ha dado la humanidad desde sus albores para saber dónde está, qué debe hacer para sobrevivir en el día a día y qué providencias tomar para el futuro. En su seno, todos participan en pie de igualdad, con derecho a voz y voto. Es la escuela política, el centro deliberativo donde se toman las decisiones colectivas fundamentales y el tribunal de justicia de la comunidad. En este sentido, si hay algo espontáneo y dialógico en la humanidad es una orientación democrática expresada en ese órgano.
En conversación con algunos de los clérigos más abiertos y cercanos a las causas populares, les he comentado sobre el desperdicio que encuentro en las reuniones eclesiales, que se constriñen a hablar de ejemplos morales sacados de la Biblia y del llamado Nuevo Testamento, sin darles una interpretación actualizada y, por lo general, sin mencionar los correspondientes problemas reales de su entorno y del mundo. La llamada cuestión social –expuesta en la encíclica Rerum Novarum– fue una de las respuestas a los problemas inherentes a la desigualdad evidenciada por la Comuna de París y la efímera toma del Estado por las masas trabajadoras en este movimiento. Desde entonces, la Iglesia católica ha elaborado diversos documentos similares. En los servicios de los templos que visito con alguna regularidad, jamás he visto nada que promueva su lectura. Los hay, sin duda, pero serán unas cuantas ínsulas. Ni la jerarquía católica ni la mayoría de los responsables de las parroquias parecen interesados en difundir su conocimiento. Uno de mis amigos clérigos me hizo llegar a través de Internet algo que ya debía ser práctica cotidiana en la comunicación entre sacerdotes y creyentes, el Compendio de la enseñanza social de la Iglesia. Para quienes se interesen, aquí les paso la liga.
Todas las religiones han surgido de la necesidad de resolver problemas terrenales. De una divinidad a la que se le pide algo concreto, tan genérico como la paz social o tan personalísimo como la correspondencia amorosa, no se espera sino una respuesta específica y verificable. Ahora mismo, ante la violencia que se manifiesta en numerosas regiones del mundo, el papa Francisco ha pedido orar. En su propia oración no ha rogado al Dios de los cristianos que sea él por sí quien haga posible el advenimiento de la paz, con exclusión de los humanos, sino que los ayude, que les enseñe, que los guíe hacia la paz, pues hasta ahora no han podido instaurarla, con sus fuerzas y sus armas. Su intento ha sido en vano. Ora el Papa: “Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: ‘¡Nunca más la guerra!’ Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz”.
Esos gestos concretos son los que producen que la paz o cualquier otro bien que opere en favor de la vida. El Papa argentino lo sabe por su participación para atenuar o evadir algunos de los efectos de la dictadura sangrienta implantada por los militares en su país, según su biografía contada por Daniele Luchetti y dirigida por éste mismo en el filme (luego miniserie) Llámame Francisco. Pero hay que preguntarse si la Iglesia católica, aparte de los gestos de algunos de sus clérigos, se volcó hacia la resistencia y el apoyo a movimientos sociales que, como el de las Madres de Plaza de Mayo, fueron creando la conciencia del apremio para devolver primero, y juzgar después no sin dificultades y frustraciones, a los militares responsables de la brutalidad y la saña letal de su corporación en el poder.
La sola idea de que a los militares se les pueda dar cabida en cuestiones de la incumbencia estricta de los civiles en México ya tendría que haber prendido la alerta en diversas instituciones, pero sobre todo en aquellas que se supone, por su formación y los valores que difunden, tienen la capacidad de producir esos gestos concretos de que habla el Papa a efecto de neutralizar tal posibilidad. Y una de estas instituciones es la Iglesia (no sólo la católica).
El obispo Vera me contestó afirmativamente, pero sólo en lo que corresponde al ámbito del que él es responsable. Por ello, aquí insisto: los servicios religiosos de cualquier Iglesia debieran dar lugar a la exposición y propuestas de solución por parte de la feligresía, a los problemas que enfrentamos y que se insinúan con mayor intensidad en el horizonte inmediato. Esforzarse por que la Iglesia sea una asamblea y no sólo el conjunto de un líder y un coro que reitera los mismos rezos, le daría una dimensión renovada a esta institución.
Las fórmulas pueden ser variadas para no convertir a ese tipo de asamblea en una extensión de los espacios políticos. Nada extraordinario ni que llame a escándalo, pero sería de la mayor importancia que a la ecclesia le fuera devuelto su papel de guía para conocer y actuar en beneficio de la comunidad por las organizaciones religiosas.

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