Gustavo Gordillo
Recapitulo para avanzar en la conversación. El signo central que define el momento actual es la ausencia de mecanismos de intermediación política y social.
El sistema de partidos está roto y, aunque es previsible y deseable
que se reconstruya, no necesariamente serán los mismos actores
políticos. El PRI necesitaría encontrar otra alma quizás hacia el lado
de las visiones más tecnocráticas y liberales que exhibieron las
administraciones de De la Madrid, Salinas y Zedillo. Pero el personal
político que se mantiene añora el nacionalismo revolucionario a pesar de
que ese legado lo extraviaron hace mucho.
El PAN dividido no encuentra su nueva configuración y dudo que la
encuentra a partir de sus tribus en conflicto, algunas alejadas
orgánicamente de ese partido. Quizás necesite como en los 90 de un
fuerte influjo externo, que lo convierta bien sea en un partido más
orientado a la democracia cristiana –aunque con la crisis alemana no
tiene un modelo–, o bien a un partido claramente de derecha no liberal.
Morena no es un partido, ni partido-movimiento, ni
movimiento-partido. Es una exitosísima coalición electoral que puede
desenvolverse a través de diversas avenidas. Una de ellas, la más obvia,
sería consolidarse como un partido parlamentario de izquierda. Tiene
personal experimentado para ello, hay varios diputados y senadores con
visión estratégica y claridad respecto al mandato para Morena derivado
de las elecciones de 2018. Pero también hay en esa coalición electoral
un fuerte componente de dirigentes y cuadros, regionales y locales, que
se han formado al calor de luchas y movimientos sociales. Otra avenida a
recorrer pudiera ser la de un partido de masas –con presencia electoral
desde luego–, pero con mayor énfasis en las movilizaciones. Y también
habría otra trayectoria –quizás la más relevante–, hacia la construcción
de un partido impulsado y promovido desde el gobierno mismo.
Las representaciones sociales han sufrido enormes desgastes. Sea
entre las organizaciones campesinas, los sindicatos obreros o de
empleados públicos, las asociaciones empresariales o de profesionistas.
Exhiben severos déficits de representatividad.
Los sistemas de inteligencia nacionales o extranjeros, privados o
públicos guiados por sus propósitos geopolíticos o no, puede ser que
tenga una mejor perspectiva de lo que ocurre en el territorio nacional,
pero dudo mucho que compartan esas visiones salvo que sirva a un
propósito específico como capturar a un criminal o defender una
determinada inversión. En cualquier manera, juegan en forma turbia y a
veces perversa, cierta intermediación política.
El proceso de implantar una nueva coalición hegemónica tendrá
seguramente su punto culminante en el sexenio que se inaugura el próximo
primero de diciembre. Habrá personal político diferente y élites
económicas distintas. Pero también habrán integrantes de anteriores
coaliciones. La hegemonía no es sólo instrumental, sino sobre todo
cultural y por tanto lleva tiempo y transporta un sinnúmero de
paradojas. Separar el poder político del económico no implica prescindir
del poder económico, como ya es evidente, sino nuevas reglas y tal vez
una que otra cara nueva. Por cierto, no entiendo la frase elevada a
concepto de
capitalismo de cuates. ¿Alguna vez en algún país ha existido otro capitalismo que no sea de compadres?
En resumen, la 4T es el procesamiento de una nueva hegemonía que
comenzó a despuntar desde movimientos sociales, organismos de la
sociedad civil, grupo empresariales, centros de educación e
investigación; en tanto alternativas –y subrayo el plural– al
pensamiento pretendidamente único.
Este proceso de nueva hegemonía confronta dos obstáculos mayúsculos
frente a la inseguridad y la desigualdad, una exigencia ética y política
frente a la corrupción y la impunidad. Pero todo articulado a través de
un propósito central: recuperar el territorio nacional.
Twitter: gusto47
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