Miguel Concha
Cumpliendo con su atribución de
colaborar en la educación de la población contra la discriminación, el
Consejo Nacional que previene su realización publicó un análisis sobre
los mitos o prejuicios que suelen darse en el mundo contra la migración,
los cuales más allá de las reales expresiones de sensibilidad,
comprensión y solidaridad que han acompañado preponderantemente al éxodo
centroamericano en nuestro país, han tenido, sin embargo, diversas
manifestaciones en algunos individuos y grupos de México.
En primer lugar, el estigma de calificarlos como
personas analfabetas, pobres, holgazanas, pandilleras, asesinas, lo peorcito, expresiones clasistas y xenofóbicas que reproducen el odio y la discriminación que en otras latitudes se ejerce contra nuestros propios connacionales. Y ello sin siquiera asumir o percatarse que no representan la opinión de la mayor parte de nuestra población.
En efecto, en México, según datos de la Encuesta Nacional 2017 sobre
Discriminación (Enadis) más de la mitad (53 por ciento) opina que a los
migrantes se les debe dar refugio hasta que puedan regresar a su país y
una tercera parte (33 por ciento) piensa que se les debe documentar para
que puedan vivir y trabajar aquí.
Por lo demás, la opinión de que deberíamos cerrarles la frontera y
devolverlos a su país es francamente irrelevante (1 y 12 por ciento,
respectivamente).
En segundo lugar, su criminalización, culpabilizándolos por ejercer
su derecho a existir, huyendo, en la mayoría de los casos, de sus
lugares de origen como única alternativa, y sin tomar en cuenta que
estas personas no son sólo víctimas en sus propios países, sino también
víctimas potenciales de delincuentes ocasionales, grupos del crimen
organizado y autoridades en sus trayectos.
Ciertamente, de conformidad con diversos diagnósticos, más de 10 por
ciento de las personas migrantes en tránsito por México es víctima de
algún delito que, en la mayoría de los casos, no se denuncia y mucho
menos se persigue legalmente.
En tercer lugar, el no considerar y rehuir la responsabilidad
jurídica y política que tiene México a brindar, mediante una acogida
integradora, atención humanitaria a quienes necesitan refugio y
protección internacional, así como a colaborar regionalmente en la
búsqueda de soluciones para combatir las causas estructurales que
propician la migración irregular, el desplazamiento forzado y el tráfico
de migrantes.
El ayudar a estas personas y no a las nuestras nos perjudica, es otra
de las supuestas razones completamente falsas, pues lo que
verdaderamente nos ha hecho mucho daño desde hace años es la desigualdad
de oportunidades y el déficit en el ejercicio pleno de derechos, con su
consiguiente falta de recursos. Pensar lo contrario es simplemente
defender los privilegios de algunas minorías, hacer caso omiso de
nuestras obligaciones éticas, jurídicas y políticas, no participar en la
disminución de las migraciones en Centroamérica, y negarse a aprovechar
las aportaciones económicas, sociales y culturales de la región.
Es igualmente cuestionable el hecho de argumentar que la migración
nos quita empleos, pues en primer lugar ésta es una de sus causas, no la
única, además de que la evidencia internacional demuestra que no
implica competencia por los puestos de trabajo de la población nativa,
ya que se concentra en segmentos laborales muy específicos en la base de
la pirámide o en empleos muy especializados.
El que la migración se nos presente ahora como masiva, por la
búsqueda organizada de seguridad por parte de los migrantes, no
significa comparativamente con otros países en el mundo que se trate de
una invasión, pues son menos de 10 mil personas, la mayoría de las
cuales ni siquiera busca establecerse en México como primera opción.
Además, tal cantidad equivale apenas a 0.008 por ciento de nuestra
población; es decir, únicamente 1 por ciento de la población mexicana
nacida en el extranjero, cuando con cifras de 2017 el Alto Comisionado
de las Naciones Unidas para los Refugiados estima que alrededor de 68.5
millones de personas se encuentran desplazadas a la fuerza en todo el
mundo, y que, de ellas, alrededor de 40 millones son desplazadas
internas, en el caso de 25.4 millones se trata de personas refugiadas, y
3.1 millones solicitantes de asilo político. Como contraste con nuestra
realidad, Alemania, Irán y Líbano han recibido alrededor de un millón
de refugiados cada uno; Pakistán y Uganda cerca de millón y medio cada
uno, y Turquía ha acogido a más de 3.5 millones.
Finalmente, el pensar que si dejamos que entren éstos, llegarán más,
tampoco es razón que valga para negarnos a la migración, pues a decir
del Acnur, y en comparación con la población mundial, el número de
migrantes internacionales y personas refugiadas y asiladas se ha
mantenido relativamente estable desde la década de los años 60 del siglo
pasado: alrededor de 3 por ciento.
De cualquier manera, la solución no consiste en el cierre de
fronteras y el rechazo a este flujo, sino en realizar los cambios que se
requieren para evitar su emergencia.
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