El martes pasado,
Víctor M. Toledo, titular de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos
Naturales (Semarnat), recalcó en nuestro diario la urgencia de prohibir
la utilización de agroquímicos en México. Uno de ellos, el glifosato,
que se ha usado por largo tiempo en cultivos como el aguacate. Ahora
está prohibida su importación. A ese compuesto químico me referí al
censurar al gobierno de Colombia por utilizarlo de nuevo para eliminar
las siembras de coca, de las que viven decenas de miles de familias
campesinas e indígenas. La hoja de coca tiene múltiples usos
tradicionales en las culturas de los Andes: para preparar el té que
reduce el
sorocheo mal de altura; son reconocidas sus propiedades analgésicas, como leve estimulante cuando se masca y reprime el hambre, la sed y el dolor. Por ello, en 2017 el ex presidente de Bolivia Evo Morales legalizó la siembra de dicha planta con fines sociales en una amplia extensión. El disgusto de Estados Unidos fue mayúsculo.
Por falta de espacio, al describir el lunes el fracaso de la guerra
contra las drogas ilegales emprendida por Estados Unidos y que respaldan
algunos países y la Organización de las Naciones Unidas, no cité otros
factores que explican por qué no funciona el modelo vigente para
disminuir la producción de cocaína y su consumo por miles de adictos.
Uno muy visible en los países productores y consumidores es la
complicidad de funcionarios y políticos con la delincuencia. Por
ejemplo, Genaro García Luna, poderoso funcionario durante el sexenio de
Felipe Calderón y ahora señalado hasta por la ex embajadora de Estados
Unidos en México de haber tenido nexos con los narcos.
No es el único: al general Jesús Gutiérrez Rebollo el presidente
Ernesto Zedillo le encargó la lucha contra el narcotráfico. Fue
encarcelado al comprobarse que, a cambio de sobornos millonarios,
protegía al cártel de Juárez. Como con García Luna, Estados
Unidos se mostró complacido con la designación de ese general. En el de
Miguel de la Madrid, uno de sus colaboradores fue señalado de proteger
con tropa el rancho El Búfalo, sembrado con miles de hectáreas de
mariguana. En la lista de cómplices también hay ex gobernadores de
Tamaulipas, Nayarit, Sinaloa, Quintana Roo, Chihuahua y Veracruz, entre
otras entidades. Y algunos funcionarios de alto nivel y políticos.
Otro elemento fundamental en el fracaso de esa guerra es no tocar en
su base al sistema financiero utilizado para lavar el dinero del tráfico
de drogas. A dicho sistema lo acompañan negocios diversos a fin de
legalizar los recursos mal habidos. Esa maquinaria purificadora
desciende por toda América Latina hasta la parte más débil y más
numerosa: los millones de personas que integran la economía informal y
la venta de mercancías que ingresan a los países legalmente. O de
contrabando con su parte de productos
piratas. Además, las poderosas armas que proceden de Estados Unidos y usan los grupos criminales para imponer su ley y causar miles de muertos.
Mientras se apresa a líderes del narco, pronto remplazados
por otros; mientras en Estados Unidos crece el consumo de drogas
ilegales y de opiáceos y funcionan las redes que las distribuyen, en
México están en la cárcel miles de personas por el delito de portar más
de cinco gramos de mariguana para consumo personal. En promedio, a
escala internacional, se permiten 28. Dos de cada cinco presos portaban
sustancias ilícitas con un valor inferior a 500 pesos. La mayoría son
jóvenes. Otros miles son extorsionados por la fuerza pública para no ser
consignados.
También es delito cultivarla a mínima escala. La señora Vanesa
Cabrera, de 39 años, madre soltera con dos hijos y que vendía ropa
usada, está presa desde hace más de año y medio en el penal Neza-Bordo.
Su presunto delito: cultivar en una maceta varias plantas de mariguana
en el área común donde vivía. Ella lo niega.
Su caso lo dio a conocer La Jornada. Vanesa denunció en el
canal 8 de noticias, que le negaron cárcel domiciliaria pese a tener
problemas de salud, lo que la expone a contraer el Covid-19 por la
insalubridad que existe en ese penal. La denuncia la hizo a través de un
teléfono celular. Como represalia, fue maltratada y vejada por las
celadoras de la cárcel y recluida en una celda de castigo.
En el sexenio anterior se reconoció la necesidad de evitar la
detención y criminalización de los consumidores. ¿Qué espera el actual
para hacerlo?
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