Por Tica Moreno, militante de la Marcha Mundial
de las Mujeres e integrante del equipo de SOF-Sempreviva Organización
Feminista.
En estos meses de pandemia, la situación de aislamiento social revela muchas cosas que, desde hace tiempo, son parte de nuestra critica feminista al capitalismo racista y patriarcal. Se hacen más
evidentes los trabajos esenciales para la vida, los cuidados
(remunerados o no), la producción de alimentos y todos los trabajos
cotidianos, muchas veces invisibilizados, que garantizan que la vida
siga. Todo ese trabajo es hecho de diferentes formas: en su mayoría por
mujeres con baja renta y muchas veces sin derechos, en el ámbito
comunitario, con relaciones de cooperación y solidaridad (como las ollas
populares, cocinas y comedores comunitarios en varios países) y en la producción campesina y agroecológica que es fundamental para alimentar a la mayoría de la población.
Mas, ante la ganancia de los grandes empresarios que ponen en riesgo la vida del pueblo, vemos que identificar lo que es esencial depende mucho de la perspectiva.
Para el capital (y por lo tanto para las empresas trasnacionales) lo
esencial es el lucro. Y para los movimientos sociales, el desafío es
colocar la economía al servicio de la vida, o sea, colocar la vida por encima del capital.
Las disputas en relación con los ejes del conflicto del capital contra la vida son estratégicas en la apuesta por las
luchas emancipadoras, que tienen el desafío de enfrentar la coyuntura
sin perder el horizonte de transformación estructural que orienta
nuestro feminismo anticapitalista. Por eso, en este contexto, la Marcha
Mundial de las Mujeres realiza una vez más, el día 24 de abril, una
acción (en esta ocasión virtual) de solidaridad feminista contra el
poder de las empresas trasnacionales. Este día recordamos la muerte de
mas de mil mujeres en el derrumbe del edificio de Rana Plaza, ocurrido en 2013, quienes trabajaban en talleres de confección para grandes marcas textiles trasnacionales.
Estas empresas se organizan cada vez más
en cadenas globales de producción, con subcontratación, tercerización y
desplazándose por varios países. En esas dinámicas están
interrelacionadas la división internacional social, sexual y racista del
trabajo. El objetivo es uno solo: reducir los costos de trabajo para
ampliar los lucros de las empresas. Las transnacionales acumulan hoy más recursos que muchos de los países.
Grandes grupos económicos, generalmente con sede en los países del Norte,
controlan desde la extracción de materia prima hasta la producción y
distribución de bienes y servicios. Como parte de su actuación,
destruyen la naturaleza, violentan y expulsan a las personas de los
lugares donde siempre vivieron. Impulsando instrumentos como los
tratados de libre comercio
y de inversión, colocan a los Estados a su servicio, en un proceso de
captura corporativa en el ámbito nacional e internacional.
Durante la pandemia de la COVID-19,
las empresas trasnacionales se mueven en la misma lógica de siempre
para ganar dinero y profundizar la acumulación, aún en este momento de
crisis. La pandemia también pone en evidencia la tentativa de las
grandes empresas de legitimarse como sujetos centrales de la
organización de la vida, de las salidas de esta crisis e inclusive como
referencia para una ciudadanía global.
Esto fue evidente en una trasmisión de shows con grandes nombres de la música internacional, en inglés y la participación de artistas del Sur
global, articulada por la organización no gubernamental (ONG)
internacional Global Citizen, por la Organización Mundial de la Salud
(OMS) y con el apoyo de muchas trasnacionales y sus fundaciones
filantrópicas como Procter & Gamble, Johnson & Johnson, PepsiCo,
Microsoft y la Fundación Bill y Melinda Gates. Este ejemplo no inaugura ninguna práctica nueva, pero ilustra muy bien como las empresas trasnacionales se articulan para capitalizar en todas las situaciones.
Otro ejemplo del oportunismo de esas empresas es cómo, considerando el crecimiento del feminismo en varias partes del mundo, muchas trasnacionales han incorporado el discurso del “empoderamiento” individual y de la “diversidad” en sus eslóganes.
Se trata de un “maquillaje lila” que intenta ocultar la violencia y la
explotación de la acumulación capitalista. Esa estrategia queda
evidenciada en propagandas y productos de muchas empresas que tienen a
las mujeres como público objetivo principal, como las líneas de jabones
de Dove, de champú Pantene o de las toallas sanitarias Always. Esas
marcas, que han hecho esas propagandas basadas en el empoderamiento,
son de las mismas trasnacionales (Unilever y Protecr & Gamble) que,
en otras “submarcas” focalizadas a los consumidores masculinos,
continúan haciendo propagandas con mensajes de sumisión de las mujeres
(como el desodorante Axe). Esto sin mencionar la explotación de las
trabajadoras de esas empresas, que, ciertamente, no están nada
empoderadas en sus trabajados precarios.
Hace tiempo que estamos
denunciando a las empresas de cosméticos y farmacéuticas, que lucran con
el malestar de las mujeres en sus cuerpos. Juntos,
la biomédica, las trasnacionales, el machismo y el poder médico venden
ilusiones de bienestar y felicidad, mientras invaden el cuerpo de las
mujeres y niegan su autonomía. El discurso de empoderamiento no impide que las empresas vendan sus productos de siempre. En verdad, son un nuevo elemento para el marketing de aquellos viejos productos.
Además de las propagandas, vemos a
las grandes empresas (como la propia Unilever) financiando proyectos
locales que movilizan mujeres en comunidades con poco acceso a la salud,
incentivando el emprendedurismo y la concientización sobre prácticas de
higiene personal – usando productos fabricados por la propia empresa,
ampliando así el mercado. En el mismo sentido, las empresas a través de
sus institutos
(como Avon, Coca -Cola y C&A), se presentan como promotoras de la
concientización y de los derechos de las mujeres, directamente, o por el
financiamiento de investigaciones y de iniciativas locales de grupos de
mujeres.
Aún cuando esas estrategias
corporativas pautan temas como el enfrentamiento a la violencia o
incentivan el empoderamiento de las mujeres, el abordaje se limita a los
comportamientos individuales: incentivan la idea de que las mujeres
puedan hacer todo lo que quieran (siempre que mantengan intactas las
estructuras del capitalismo en general y los lucros de esas empresas en
particular). Esas mismas empresas se enriquecen con base en la
explotación del trabajo femenino sin derechos (en la tercerización y en
el trabajo por cuenta propia o a domicilio), en el control de los
territorios y del agua, en la creación de nuevas necesidades e
imposiciones sobre el cuerpo y la belleza de las mujeres (siempre y
cuando los nuevos patrones “se abran” para las diferentes identidades y las diversidades).
Todo esto despolitiza el
acumulado del feminismo, transforma el feminismo en un discurso ajeno a
los cambios reales, restringe el feminismo a un comportamiento. No es
casualidad. Esto se da en un momento de creciente negación de la política como práctica colectiva, de criminalización de las luchas sociales, de descalificación y persecución a los movimientos sociales.
Todas estas estrategias aparecen
en los informes de sustentabilidad de las empresas vinculadas al
cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sustentable. La Organización
de Naciones Unidas (ONU) no sólo legitima, sino que construye
instrumentos para que las empresas tengan este tipo de actuación. No es
casualidad que empresas como las nombradas anteriormente también financian a la ONU; un proceso denominado “captura corporativa” por los movimientos sociales.
Por eso
necesitamos mantener siempre la desconfianza y los ojos bien abiertos
ante la actuación de las empresas trasnacionales, no caer en sus trampas y estar atentas, organizadas, para denunciar su actuación e impedir sus crímenes contra la vida.
En estos momentos de crisis, la
economía feminista tiene mucho para orientarnos: para colocar la
sustentabilidad de la vida al centro de nuestras prácticas de
resistencia y de nuestras propuestas de transformación. Enfrentamos la
pandemia del coronavirus y el autoritarismo de muchos gobiernos, y hemos
colocado el desafío de organizarnos aun manteniendo las distancias
necesarias para la prevención.
En la práctica, esto significa:
fortalecer las iniciativas de solidaridad que reconstruyen y refuerzan
los lazos de las comunidades y la autogestión de la vida común;
visibilizar, denunciar y proteger a las mujeres que viven
en situación de violencia; fortalecer y apoyar las movilizaciones de
trabajadoras y trabajadores por derechos y por mejores condiciones de
trabajo; conectar la reivindicación de políticas públicas de combate a
la pandemia con la lucha por transformaciones urgentes en nuestras
sociedades. Eso incluye la reivindicación de sistemas públicos y
universales de salud; el descongestionamiento de las cárceles; el
derecho a vivienda en condiciones dignas; con saneamiento básico; la
reorganización de las prioridades de los recursos públicos y de los
trabajos esenciales; el fin del poder de las empresas del agronegocio y
de los supermercados sobre nuestra alimentación, con reforma agraria y
soberanía alimentaria.
En esta agenda, el
internacionalismo es fundamental. Por eso reivindicamos el derecho a la
autodeterminación de los pueblos, el fin del los bloqueos y sanciones a
países como Cuba y repudiamos las amenazas y operaciones militares de
los Estados Unidos contra Venezuela.
Estos elementos se expresarán el
día 24 de abril en la Acción de Solidaridad Feminista contra el Poder de
las Trasnacionales, impulsada por la Marcha Mundial de las Mujeres. Son
elementos para una agenda feminista anticapitalista.
(CC)
2020 Radio Mundo Real
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