Ante las crisis hay quienes ven la oportunidad de medrar, quienes se
resisten al quiebre de un modo de vida y al cambio, y quienes ven en
ellas la posibilidad de impulsar transformaciones o de acelerar
modificaciones ya antes necesarias. En nuestro contexto, prevalece aún
la incertidumbre pero han surgido debates y se van tomando medidas que
conducirán hacia la reproducción con modificaciones del status quo o
hacia el derrumbamiento, quizá gradual, del viejo orden que ha culminado
en el desastre que hoy vivimos.
Como voces que, desde el siglo pasado, han develado y nombrado la
depredación de la naturaleza y del ser humano, impuesta por un sistema
socioeconómico y político que transforma a grandes masas en poblaciones
marginadas o “desechables” y normaliza su devaluación o
des-humanización, mucho tienen que aportar los movimientos ecologistas y
feministas a la clausura del des-orden actual y a la construcción de
nuevas formas de convivencia de los seres humanos y con la naturaleza
(no a costa de ambos).
En esta crisis no es fácil renovar o resignificar el vocabulario que
hasta ahora ha servido a movimientos y pensadoras para explicar el
presente. En el futuro inmediato y mediato, sin embargo, habrá que
reiventar y reiventarnos, más allá de las medidas que, según gobiernos y
expertos, por un tiempo serán necesarias para sobrevivir bajo el virus;
pensar más allá del “distanciamiento físico” y de las adecuaciones que
amenazan con acentuar las desigualdades ya patentes. En lo inmediato, y
en cuanto a la condición de las mujeres en particular, es y será
preciso discutir los efectos de la multiplicación de cargas de trabajo, y
sobre todo el aumento de las violencias de pareja y familiar durante la
cuarentena. Negar éstas y llamar a la convivencia familiar feliz (o
presuponerla), como hacen las autoridades, sugiere resistencia al cambio
y negación de la realidad. Implica también una incapacidad de asumir la
responsabilidad de prever y prevenir, de tomar las medidas necesarias
para evitar la agudización pre-visible de un problema ya muy grave.
A la negación oficial de esta realidad corrosiva, hay que contraponer
no sólo datos sino experiencias de quienes viven esta violencia o
luchan contra ella y recordar que ésta no es la primera emergencia
sanitaria que aumenta los riesgos para mujeres y niñas, se documentó ya
antes para el caso del ébola, como recordó hace poco Lori Heise,
reconocida especialista en violencia contra las mujeres, al plantear que
no hacen falta más y más investigaciones sino instrumentar lo que las
mujeres han aprendido ya en esas situaciones y otras semejantes, por
ejemplo, estrategias de resistencia y formas de bregar con tensiones y
violencia.
¿Qué viven hoy mujeres, niñas y niños en México? Además de miedo,
aislamiento, inestabilidad o precariedad económica, una clara
agudización de las violencias. En entrevista, la presidenta de la Red
Nacional de Refugios, Wendy Figueroa, confirma el aumento de llamadas de
auxilio diarias y se pregunta cuántas más no se contestan y cuántas
quedan pendientes porque las mujeres no pueden llamar cuando el agresor
les controla o quita el teléfono y el acceso a redes, una de las formas
comunes de aislamiento y dominación. Figueroa cuenta que si antes del
confinamiento, la RNR rescataba en promedio a dos mujeres al mes,
durante la cuarentena (6 o 7 semanas ya), ha tenido que rescatar a 19
mujeres en grave riesgo.
Los ingresos a los refugios también han aumentado. Entre quienes
llegan a éstos, se ha visto un aumento de casos de abuso sexual infantil
y de violación de hijos e hijas. Además, han llegado mujeres lesionadas
(con golpes en la cabeza, herida de cuchillo, costillas rotas). Algunas
refieren que se les ha negado atención en hospitales (no COVID), donde
les han dicho que sus lesiones “no son importantes”. Por miedo al
contagio, otras no buscan atención médica y otras más intentan
sobrevivir con el agresor.
Ni el aumento de la frecuencia e intensidad de estas violencias
contra mujeres, niñas y niños sorprende. Desde el inicio de la
cuarentena la propia Red difundió sus números telefónicos e información
sobre servicios disponibles para atender emergencias o dar apoyo. Como
explica Figueroa, también se prepararon para adecuarse a la emergencia,
con medidas de protección sanitaria (distancia segura), y el
establecimiento de periodos de aislamiento para quienes llegaran al
refugio o pudieran ya salir de él. Este proceso implica usar para este
fin las pocas casas de transición existentes.
Por desgracia, el gobierno ya no considera ni éstas ni las casas de
emergencia como parte imprescindible de un sistema integral de refugios y
por tanto, han quedado excluidas del acceso a fondos (concursados).
Hoy es evidente que la falta de previsión con perspectiva de género
por parte de las autoridades ha agravado los riesgos de la cuarentena
para mujeres, niñas y niños. Por ello, antes de declarar la “vuelta a la
normalidad”, es preciso tomar en cuenta los efectos inmediatos y las
secuelas a mediano plazo. Las autoridades deben recordar sus
obligaciones y prever la urgencia de atender las denuncias que las
mujeres no pudieron hacer, las demandas de atención médica y apoyo
psicológico que no encontraron o que apenas podrán buscar. Deberán
también revertir los nefastos recortes que desde el año pasado han
dificultado el trabajo de la sociedad civil, y en particular de la RNR,
contra las violencias machistas.
La vida, el bienestar y el futuro de mujeres, niñas y niños no son “de segunda”.
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