María Teresa Priego
La libertad de hacer más o menos las mismas cosas, sin ese trasfondo de consiencia excesiva del paso de las horas y de los días.
Alguna vez fuimos eternos. Suele suceder en las infancias a las que no golpean los infortunios graves. Alguna vez fuimos eternos, por la simple razón de que vivíamos bajo el mismo techo
y las rupturas no eran ni siquiera vagamente imaginables. Nuestros
padres eran jóvenes y sanos. Teníamos abuelos. Estábamos juntos y las
grandes aventuras de las tardes sucedían en la acera de enfrente, la del
parque Juárez y en los discos de Cachirulo narrando cuentos. Algunos
estaban rayados, esperábamos a que llegara el punto de: "El ogro
tragafuegos", no nos precipitábamos a mover la aguja del tocadiscos, lo
repetíamos diez veces a coro.
Ese nuestro pequeño universo mirado
desde las tejas que cubrían los techos de las casas en Villahermosa.
Una extraña tantas cosas en medio de esta cuarentena. Extraño, como en
el poema de Renato Leduc: "La dicha inicua de perder el tiempo". Es decir, la libertad de hacer más o menos las mismas cosas, sin ese trasfondo de consciencia excesiva del paso de las horas y de los días.
"El
ogro tragafuegos", nos acecha. Es despiadado. Es mortífero. Arrastra
ciertas certidumbres que parecían inamovibles. Las más cotidianas. Las
más simples. Extraño "la dicha inicua de perder el tiempo", sin contar los minutos como si tuviera que imprimirle a los gestos, no sé qué fantasías de acto trascendente. ¿Cómo qué podría significar semejante cosa? "Trascendente". Extraño nuestra libertad de contar las moscas o mirar el techo. Sin remordimientos. Nos daba por suponer que teníamos tiempo. ¿Cómo pudimos darlo por hecho?
La certeza del tiempo y la presencia de nuestras/os más amadas/os, por ejemplo. Extraño con una intensidad salvaje las infancias de mis hijos y hablar en nuestro "polaco" secreto. Leerles cuentos, inventarlos. Extraño la infancia de las/los nietas/os que no tengo.
Cómo quisiera ya hablarles en lenguas a las/os nietas/os que no tengo.
Ese anhelo de transmisión de lo que nos parece fundamental, aun en toda
su arbitrariedad. Las palabras hunden, las palabras salvan. Transitar
hacia la posibilidad de elegir las que salvan. Nunca podrá ser a
ultranza. Las palabras se ganan. Ese "decir verdadero" ("dire vrai") del
que hablaba la psicoanalista Françoise Dolto cuando explicaba los
derechos de las/los niñas/os. Quiero presentarles a Dolto a mis
nietas/os.
El domingo comí con mis tres hijos por videollamada. Escucharlos. Conversar. Una maravilla, es cierto, en días aciagos. El presente. Nuestros juegos reiterados.
Ese "léxico familiar" que es tan parte del amor y que nos une en una
lengua compartida. Inolvidable, porque los vínculos están tan hechos de
palabras. Es el mediodía y es de noche en esa misma comida de mediodía.
Les cuento, de nuevo, la historia de nuestro "ogro tragafuegos" y
repiten a coro aquella frase, mía y de mis hermanos en la salita de
Villa. Y, "El gato con botas pide audiencia". "El gato con botas puede
pasar". Me cantan "La muñeca fea". Los vi cocinar cantidad de cosas
raras con nombres medio impronunciables. Las perruchis los saludaron.
Nos despedimos.
El silencio en la casa. Recorro sus libreros. Soy la guardadora de los libros de mis hijos. Todo un honor. Vuelvo a la lectura, me hice un regalo que me tiene muy contenta: "Becoming Beauvoir",
la biografía de Beauvoir que salió el año pasado en Inglaterra. La
próxima semana les cuento de ella. ¿Qué mejor regalo para "el Día de las
madres" que de Beauvoir? Ja. Le habrían salido ronchas a la autora de
"El segundo sexo".
Anoto en mi libreta de las nostalgias del futuro: Guardar la obra completa de Beauvoir para la nieta que aun no tengo y regalársela el día mismo de su inscripción en el registro civil.
Tomar de la mano a la nieta que aún no tengo y llevarla a conocer la
obra de Remedios Varo como hice con su futuro padre y sus hermanos.
Explicarle a la nieta que aún no tengo que en el año 2020 estalló en la
Ciudad de México una marcha feminista histórica y que ese mismo año,
sucedió una tragedia en el mundo, y que entonces, por primera vez,
comencé a imaginarla con detalles, a ella, su futuro, su mundo. Las
cadenas generacionales que habitamos y nos habitan. Apuntar al final en
cursivas: Que el tiempo nos regrese sus dichas inicuas y las otras. Que
el tiempo sea generoso y nos dé tiempo.
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